KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

La familia a la luz de la misericordia

Autor: 
Javier de la Torre Díaz
Fuente: 
VP-Mx

“No existe familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de unos a otros. Nos decepcionamos los unos a los otros. Por lo tanto, no existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón”... Estas palabras fueron pronunciadas por el papa Francisco el 15 de agosto de 2015, día de la Asunción a las familias. 

El Papa llama a concentrarse en lo esencial (EG 35) y a no insistir en lo secundario (EG 34). Concentrarse en lo esencial implica reconocer una jerarquía de verdades morales (EG 36) en cuya cima está la misericordia. Su Santidad Francisco ha recordado con santo Tomás que la misericordia, en cuanto al obrar exterior, “es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece el volcarse en los otros y, más aún, socorrer sus deficiencias” (EG 36-37). 

Es un misterio bello sentir profundamente ese amor y esa misericordia en el interior de tantas familias a las que la vida ha golpeado o no ha favorecido; en aquellas que han sido maltratadas, abandonadas, limitadas o que han sufrido rupturas. Es todo un signo descubrir cómo la misericordia, que implica el “estar volcados en los otros”, es lo que conduce interiormente las vidas de las personas en familia.

Un deber imprescindible en nuestros días es el descubrir la fragilidad de los vínculos de las familias (EG 66), pero a la vez sus riquezas, la fuerza salvífica de sus vidas, su bondad propia, su valor (EG 198-199), su sentido de fe. Porque ciertamente hay una profunda belleza de lo pequeño, lo pobre y lo escondido que se muestra en los “admirables gestos de heroísmo cotidiano a favor de la defensa y el cuidado del núcleo familiar” (cfr. EG 212).

La verdadera misericordia es la que sabe ver en el corazón los caminos de crecimiento; es la que acompaña el desarrollo y los pequeños pasos de las personas; la que manifiesta “siempre el bien deseable; la que hace propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, y bajo la cual puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla” (cfr. EG 168). La misericordia no hay que vincularla esencialmente con la debilidad, la impotencia o el pecado, no hay que relacionarla primordialmente con una ley que no alcanzamos a cumplir a plenitud. La misericordia, ante todo y sobre todo, implica una mirada profunda de amor, divina y humana, que descubre nuestras capacidades, que estimula caminos de crecimiento moral, que acompaña procesos personalizados que ayudan a madurar. La misericordia se vincula con el crecimiento hacia adelante: “Yo no te condeno, vete y en adelante no peques más” (Jn 8). La misericordia implica alentar caminos de crecimiento y, a la vez, caminar al lado de aquellos que recorren dichos caminos.

El gran modelo de misericordia en este mundo es Jesús de Nazaret. La misericordia se inspira en el modo en que Jesús se acercó a los hombres y mujeres. Jesús no aparece en los evangelios nunca al lado de una pareja “perfecta” rodeada de varios hijos. Lo único que aparece en los evangelios es un Jesús que acoge con cariño muchas situaciones familiares dramáticas, llenas de dolor, sufrimiento y muerte. Jesús acoge a padres preocupados por sus hijos enfermos (tal como aparece en el pasaje del muchacho epiléptico, la mujer cananea, la hija de Jairo, el funcionario real...), consuela a padres que lloran a sus hijos muertos (la viuda de Naím), acoge a Marta y María que lloran a su hermano fallecido,  escucha a los padres que hablan de su hijo ciego de nacimiento, acoge la enfermedad de la suegra de Simón Pedro.

Jesús “acoge y bendice” a los niños; toca, cuida, cura y llama a muchas mujeres. Mujeres y niños eran las personas más vulnerables de la familia de su tiempo. Jesús sorprende por estar acompañado regularmente de muchas mujeres, dialogar con ellas, dejarse tocar por ellas, sentarse a comer o beber con ellas, defenderlas de un repudio fácil o de una ley inmisericorde.

La misericordia de Jesús tiene cuatro dimensiones irrenunciables que se descubren claramente en el episodio paradigmático en el cual entra en contacto con la adúltera:

1. Proximidad y encuentro

La misericordia supone, como Jesús en Emaús, un detenerse y acercarse al necesitado (cfr. EG 169). Jesús sabe hacerse el encontradizo; sabe estar en esos cruces de caminos donde muchas personas y familias buscan encuentros que los sanen. Jesús se acerca preguntando, pidiendo o mostrándose necesitado, tal como lo hace ante la Samaritana. 

Jesús fue un maestro del encuentro: supo romper las fronteras que nos separan a unos de otros. Jesús derribó fronteras religiosas al salir al encuentro de los paganos; fronteras sociales al encontrarse con pobres y mendigos; fronteras políticas cuando estableció vínculos con extranjeros y romanos; fronteras culturales cuando se compadeció de prostitutas y publicanos. Jesús, el Maestro, es por antonomasia el verdadero acompañante porque supo “asistir a las personas con un ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión” (cfr. EG 169). Como afirmó el poeta Paul Claudel: “En Jesús Dios se manifiesta tal cual es; porque Dios no vino a suprimir el sufrimiento, ni siquiera a explicarlo. Vino para colmarlo con su presencia”. La misericordia supone, pues, estar al lado de quienes sufren, aunque a veces no se sepa ni se pueda hacer otra cosa. Muchas veces pensamos que la misericordia implica hacer algo en favor del que sufre, o explicarle su situación, cuando, en realidad, lo más importante es “estar allí”, a su lado. Lamentablemente no todos saben este arte del “simplemente estar”. En pocas palabras, la misericordia es cercanía y proximidad.

2. Escucha y diálogo

“Sólo a partir de la escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (EG 171). El problema de muchos “mensajeros” y “evangelizadores” es que están más preocupados por hablar que por escuchar, por exponer la doctrina cristiana que por escuchar la vida de las personas y familias. La Iglesia ha sido y es maestra de las gentes, pero le hace falta acrecentar su escucha de las vivencias de las familias. 

La misericordia supone aprender el arte del diálogo y la conversación, aprender de la realidad. El “arte de la escucha” implica aprender a no tener siempre la razón, aprender a corregir, aprender a modificar la propia manera de sentir y pensar tras el intercambio. El diálogo transforma las personas, pero siempre y cuando sea verdadero; su sano ejercicio enriquece y nos hace más plenos. La cercanía y el diálogo nos hacen cambiar nuestra mirada hacia la realidad. El que acompaña a las parejas y familias, sin duda, comprenderá desde otra perspectiva temas como la planificación familiar y la anticoncepción, el divorcio y las parejas de hecho, la fecundación in vitro, la conciliación laboral, la homosexualidad, la mujer, etc.

3. Abajamiento

La misericordia supone abajarse, hacerse pueblo, caminar en la vida cotidiana de las personas y familias. El papa Francisco nos ha dicho que es necesario acompañar en la vida cotidiana (EG 20, 28), cultivar el “gusto espiritual de ser pueblo” (EG 268-274). La misericordia supone abajarse hasta la humillación, asumir “la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”; conlleva acompañar “todos los procesos humanos, por más duros y prolongados que sean”. Eso significa un pleno “contacto con los hogares” y no convertirse en gente separada o gente elitista que se mira a sí misma (EG 28). Se trata de convivir con la vida familiar en su cotidianeidad y sus procesos. La misericordia implica horizontalidad.

4. Positivo y propositivo

La misericordia afirma e identifica los elementos constructivos de las situaciones, pone de relieve los elementos que pueden suponer apertura al evangelio del Matrimonio (Relatio synodi nn. 22,41,43). “Un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a la curación, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio” (EG 172). Es necesario valorar el amor que hace estar unidos y vinculados a tantas personas, es esencial alentar el amor de los que van construyendo su relación de pareja, su pareja de hecho, su matrimonio civil, su matrimonio religioso. El lenguaje positivo, dice el Papa, “no expresa tanto lo que se debe hacer, sino que propone lo que podemos hacer mejor… Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad” (EG 159). He aquí las palabras de Francisco cuando nos invita a predicar el Evangelio positivamente: “Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio” (EG 168). Por eso no hay que cargar aún más a la familia con mensajes negativos y apocalípticos. El lenguaje de la Iglesia sobre la familia tiene que ser positivo y propositivo, misericordioso y humanizador; todo agente evangelizador debe “acompañar y no empujar”, “invitar y no expulsar”.

Pero estos cuatro elementos clave de la misericordia hay que encarnarlos hoy en ocho situaciones particulares. ¿Por qué? Porque en nuestros días lo difícil es encontrar una familia al margen de estas situaciones, ya que no existen las familias perfectas como bien recordaba el papa Francisco en las palabras iniciales de este artículo.

a) Familias rotas por la enfermedad y la discapacidad

No es fácil entender lo que supone en un hogar un hijo o un padre enfermos, mucho menos cuando su enfermedad dura años o es permanente. Toda enfermedad desestructura, pero mucho más si es una persona con demencia, una persona con depresión, una persona con Alzheimer, etc. Cuando la enfermedad se prolonga en el tiempo y pesa demasiado, invade todos los ámbitos de la vida de la familia: el trabajo, el sueño, la pareja, el carácter, los amigos. Cuidar a un hijo o a un padre enfermos, y más aún si son discapacitados, supone una de las tareas más hermosas pero más heroicas que existen. La mayoría de las personas mayores de edad y los discapacitados en este mundo todavía viven y son cuidados en un ámbito familiar.

b) Familias haciéndose: parejas de hecho, parejas registradas

Muchas parejas de nuestros países son “parejas de hecho”. Esto está profundamente relacionado con el retraso de la edad del matrimonio y el descenso en el número de matrimonios.  Es un hecho que, en muchos de nuestros países, la mayoría de las parejas que solicitan el matrimonio religioso, ya conviven desde hace años. La convivencia, hoy día, es vista como una oportunidad de afianzar la relación, una etapa en el proceso, una decisión clave. Lo importante es descubrir los valores positivos de igualdad y respeto que tienen estas parejas; identificar el amor que las alienta en muchas ocasiones (lo que supone la decisión de convivir bajo el mismo techo y compartir juntos la vida)... Acompañar a este tipo de parejas supone ver los profundos valores que alientan su camino.

c) Familias rotas por la pobreza, la emigración y el paro

La familia es el abrigo que permite que todos los jóvenes y adultos sin trabajo puedan seguir viviendo (un poco) dignamente. Muchos cónyuges de los que se mantienen en paro –no hay que olvidarlo– son personas con un importante compromiso en el hogar. Por otro lado, los ritmos de trabajo extenuantes, los horarios sin límite, la precariedad y la inestabilidad laboral y los desplazamientos largos para trabajar están afectando al corazón de las familias, a sus relaciones y tiempos compartidos.

Por otra parte, las familias de emigrantes deben acompañarse de una manera especial. Muchas veces es el padre o la madre el que emigra dejando al otro progenitor con sus hijos en la tierra de origen. La distancia de uno de los padres desequilibra inevitablemente la vida familiar. Otras veces, aunque sea menos común, la familia entera emigra, provocando el desenraízamiento de su tierra de origen y la separación del resto de la familia. La emigración afecta la estabilidad familiar, provoca en ocasiones el abandono de los hijos y, a veces, conlleva la formación de una nueva familia.

d) Familias adoptivas y de acogida

No hay situación más dura que crecer en la infancia y en la adolescencia sin la mirada amable de unos padres. Por eso los niños adoptados y acogidos, “encontrando el calor afectivo de una familia, pueden experimentar la cariñosa y solícita paternidad de Dios, atestiguada por los padres cristianos, y así crecer con serenidad y confianza en la vida” (FC 41).

e) Las familias sin hijos

El 14% de los matrimonios del mundo tiene problemas de esterilidad. Muchas parejas desean construir un hogar con hijos y no pueden. Las Técnicas de Reproducción Médicamente Asistida han permitido tener un hijo a muchas de ellas, pero también otras muchas parejas no pueden permitírselo o no lo logran a pesar de varios años de intento a través de estas técnicas. Para muchas mujeres y algunos varones, el no tener hijos pesa demasiado en la vida. El grito de Raquel en la Biblia es muy significativo al respecto: “Dame hijos, pues si no me muero” (Gén 30,1). Ese dolor lo siguen experimentando muchas parejas de nuestra sociedad; y su dolor se agrava cuando la cultura o las instituciones les hacen saber su sentencia: “¡Eres una familia incompleta!”

f) Familias monoparentales

Muchos hogares están formados por madre e hijos y algunos están formados por padre e hijos. Estas familias son consecuencia de la muerte de uno de los padres, de la separación o del divorcio, de la adopción u otras causas. En México, en el año 2010, el 18.5 % de las familias pertenecían a este modelo de familia (las mujeres encabezan el 84% de los hogares monoparentales). La mayoría de los hogares monoparentales se constituyen de mujeres viudas, separadas o divorciadas. Algunos de estos hogares están formados por madres solteras que fueron abandonadas. Como afirma el Instrumentum Laboris: “Hay que admirarles el amor y la valentía con que acogieron la vida concebida en su seno y proveen el crecimiento y la educación de sus hijos. Ellas merecen de parte de la sociedad civil un apoyo especial, que tenga en cuenta los numerosos sacrificios que afrontan” (no. 88).

g) Familias desechas: aquellas que están conformadas por individuos abandonados, engañados, maltratados, separados y divorciados.

Muchas mujeres han sido abandonadas por sus parejas durante el embarazo. Otras más han sido maltratadas. Algunas mujeres incluso fueron asesinadas por quienes decían que las amaban.

Actualmente muchas parejas fracasan. Una concepción dinámica y evolutiva de la alianza matrimonial, como la que ofrece la orientación personalista del Concilio Vaticano II, lleva a admitir la posibilidad que el matrimonio no sólo pueda crecer, sino que también pueda romperse hasta el punto que su reanimación resulte imposible. Todo matrimonio es una realidad frágil y vulnerable que está abierta al fracaso. Por eso necesitamos reconciliarnos con una cierta “ética del fracaso”. La vida buena y mejor no es aquella en la que llevamos a la plenitud todo lo que emprendemos. Fracasamos en un noviazgo, en la carrera que elegimos, en el trabajo, en nuestro compromiso social. Los fracasos y los accidentes muchas veces truncan nuestros proyectos lineales y nos sitúan en otro lugar. El fracaso y la ruptura nos ayudan a asumir la limitación, la necesidad de crecimiento y de reencuentro con nuestras buenas cualidades. Es fundamental acompañar este camino difícil que va desde la desolación y la ruptura (se rompe el amor, la relación, el vínculo con los hijos) a un duelo más o menos largo en el que poco a poco se van abriendo nuevos modos de relación, de amistad y nuevos sentidos de vida.

h) Familias rehechas: divorciados vueltos a casar

Son muchos los creyentes que en la nueva relación también viven los valores cristianos del amor, la lealtad y la responsabilidad con la pareja y los hijos. Muchos vuelven a encontrar la felicidad que creyeron muchos años les estaba negada. Varias “realidades vitales” necesitan ser acompañadas con misericordia más allá del tema sacramental: 1) aquellos que están subjetivamente seguros en conciencia de que su matrimonio anterior, irreparablemente destruido, nunca había sido válido (FC 84); 2) aquellos que fueron abandonados muy prematuramente o injustamente y que no pueden soportar la soledad (muchos de éstos consideran que la solución de guardar continencia durante toda la vida es una solución excepcional hecha para seres excepcionales);  3)aquellos cuya comunidad de vida está irremediablemente rota, pues la otra parte de la pareja ha contraído un nuevo matrimonio (a propósito, comúnmente brota de estas parejas la siguiente pregunta: ¿Qué significa el vínculo cuando hace veinte años que no veo a la que fue mi pareja y pasan meses sin el más mínimo recuerdo de él o ella y ya comparte una comunidad de vida y amor con otra persona desde hace años?); 4) aquellos que “no pueden cumplir la obligación de la separación” (por motivos serios como la educación de los hijos: FC 84,5); 5) aquellos que padecen la infidelidad (la cláusula de Mateo habla del caso de porneia: Mt 19,9)... Sobre este último caso, la exégesis no nos ha dado su palabra definitiva y existen muy diversas interpretaciones del texto. Además de una praxis de “cierta tolerancia” en el primer milenio y las opiniones de algunos autores ortodoxos (Cayetano, Ambrosio Catarino y Erasmo), hay una “realidad muy dura” que rompe el corazón de muchas parejas: la infidelidad constante de uno de los miembros y el poner el corazón en otra persona.

Conclusión

Estas ocho situaciones reflejan una belleza de lo real, lo imperfecto, lo limitado, lo que va creciendo. El Evangelio en sus parábolas nos habla de un Reino que va creciendo lentamente en lo escondido y desde lo pequeño. La misericordia conlleva “reconocer” y “alentar” enormes valores evangélicos en muchas de estas situaciones, pues mucho hay de bueno en estas familias. Necesitamos “bendecir” dichas familias, ya que son “una bendición”. La familia cristiana no es una imagen idealista que alcanzan unos pocos privilegiados. La familia cristiana es la que camina desde su situación hacia la construcción de un Reino de amor, justicia y verdad en el seguimiento de Cristo. El acompañamiento eclesial debe partir del conocimiento de la vida y de las dificultades de la familia actual para no parecer demasiado alejada de la realidad. Sólo desde un acompañamiento que se abaja a la vida cotidiana y a la pobreza podrá descubrirse la sencillez y pobreza, el sensus fidei del pueblo de Dios. “La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (EG 198). La misericordia supone valorar, estimar enormemente “su bondad propia, con su forma de ser, su cultura, su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello” (EG 199). Ese es el auténtico amor y la auténtica misericordia.

Acerca del autor

Francisco Javier de la Torre Díaz es Director de la Cátedra de Bioética y del Máster de Bioética en la Universidad Pontificia Comillas, en Madrid España. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía y Teología Moral. Profesor en la Facultad de Teología de las asignaturas de Moral de la Persona, Ética del comienzo de la vida, Moral sexual y Moral matrimonial.

Actualmente se desempeña en áreas de investigación sobre Anticoncepción y técnicas de reproducción humana asistida, Bioética y religiones, así como en el tema del Comunitarismo americano (Alasdair MacIntyre).

Es autor (y coautor) de una variedad de obras y artículos, sobre todo en Europa y América Latina. Sus dos obras más recientes son: Pensar y sentir la muerte, UPC-San Pablo, España 2012 y Jesús de Nazaret y la familia: familias rotas, familias heridas, familias frágiles, San Pablo, España 2014.

Fuente: Revista Vida Pastoral (México).