KÉNOSIS

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La misericordia de Dios en la Virgen de Guadalupe

Autor: 
Eleazar López Hernández
Fuente: 
VP - México

La misericordia en la Biblia

“Misericordia quiero, no sacrificios” es la expresión acuñada por el profeta Oseas (6,6) cuando sintetiza el modo de actuar de Dios, enfatizando la gratuidad de su amor misericordioso, y no los merecimientos que los miembros del pueblo elegido pudieran exigir en base al cumplimiento de la Ley. Y es que Dios ama gratuitamente a su pueblo, independientemente de que éste sea bueno o fiel. Pero Dios espera de su pueblo ese mismo tipo de amor, y no únicamente hacia Él, sino, sobre todo, hacia el prójimo que es hermano y mediación indispensable de la presencia divina.

En otras palabras, la misericordia debe ser hacia el hermano que necesita nuestra solidaridad, mientras que el sacrificio debe ser para Dios, aunque Él no requiera de nuestras ofrendas. Por eso los profetas reiteran una y otra vez que no se puede ofrecer sacrificios agradables a Dios si no se actúa con misericordia hacia el hermano (así lo testimonia el libro de Amós 5,22-24).

La lógica de la Ley se contrapone a la lógica del amor. Dios no escogió al pueblo hebreo porque era mejor que otros –pues en verdad no lo era; más aún, incluso sucede que era peor que otros pueblos en muchos aspectos–. Dios escogió al pueblo israelita porque así lo decidió por su infinita bondad y misericordia. En ese sentido, se puede afirmar que ya desde el Antiguo Testamento se percibía que Dios tenía más corazón de madre que de padre. De hecho, las expresiones que se usaban para hablar de su amor son las mismas que se empleaban para describir el amor materno.

La misericordia en el Evangelio de Jesús

Jesús retoma el planteamiento de los profetas del Antiguo Testamento para remarcar que lo que Dios quiere es la relación fraterna entre sus hijos, los humanos, por eso dice: “Mi mandamiento es éste: ámense unos a otros como yo les he amado” (Jn 15,12). Jesús sostiene que a Dios se llega necesariamente por el amor al hermano. Además, él es muy claro en esto: “Si llevas una ofrenda a Dios y te acuerdas que un hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, ve primero a arreglar ese asunto y vuelve para hacer tu ofrenda” (cfr. Mt 5,23-24). San Juan enfatizará después que si alguien afirma que ama a Dios sin amar a su hermano es un mentiroso (1Jn 4,20-21). De ahí se deduce que dar a Dios en ofrenda lo que debe darse en justicia al hermano o, peor aún, ofrendar a Dios lo que fue robado al prójimo es una grave ofensa a Dios, es una blasfemia. Y eso era lo que los judíos poderosos hacían en la época de Jesús, al permitir legalmente la donación al templo de aquello que debía dedicarse a los padres. Su actitud les eximía de la obligación de cuidar a sus padres cuando llegaban a la vejez. Lógicamente Jesús fustiga con suma severidad esta distorsión del mandato divino (¡Ama a tu padre y a tu madre!). La palabra de Jesús es la siguiente: “Sean misericordiosos como misericordioso es el Padre de ustedes” (Lc 6,36); y en las bienaventuranzas señala: “Felices los compasivos porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7).

La misericordia en el planteamiento guadalupano

La Virgen de Guadalupe es la manifestación histórica de la misericordia de Dios a los habitantes del Anáhuac en el momento más trágico de su historia cuando el pueblo mexica, primero, y luego todos los demás pueblos que vivían en este suelo patrio, fueron sometidos de manera inmisericorde por los soldados de Hernán Cortés y Pedro de Alvarado. Ante este gravísimo “pecado” de la conquista material y espiritual de nuestros antepasados, la Virgen de Guadalupe se presentó para “oír y remediar todos los lamentos, miserias, penas y dolores” del pueblo; y también para “mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa” (Nican Mopohua). Ella llegó para consolar al vencido ofreciéndole caminos de superación de su opresión; le propuso una vía de sanación y liberación total de sus enfermedades y dolencias mediante un proyecto que lo llevara al cumplimiento de sus esperanzas, sueños y utopías.

La misericordia como restablecimiento de la armonía que produce vida

El proyecto guadalupano conlleva restablecer la armonía de la vida de los pueblos del Anáhuac, después de su destrucción causada por la sociedad colonial. El escudo y la lanza caídos, la enfermedad de la cocolixtli del tío Juan Bernardino y el frío invernal que mata las flores del pueblo son símbolos de la acción destructiva de quienes llegaron de Europa. Destrucción que la Señora del Cielo quería revertir con una nueva construcción que reivindique “al de aquí” (latinoamericano) y también “al que llegó de lejos” (europeo). Eso es actuar con misericordia tanto con el pueblo caído en desgracia, representado en Juan Diego (el xocoyotzin o hijo más pequeño); como también con quienes fueron instrumento de la opresión, es decir, los conquistadores que usufructuaron y sostuvieron el orden colonial impuesto. Según el proyecto guadalupano, Juan Diego y Juan de Zumárraga, símbolos de los grupos humanos contrapuestos por el modelo colonial, estaban llamados a construir juntos la nueva teocatzin (sagrada casa de Dios), donde en adelante convivirían en armonía y paz superando las estructuras de opresión.

Con la Virgen de Guadalupe, Juan Diego –que representa a todo el pueblo sufrido de México–, recupera y reactiva la esperanza de que aún es posible llevar a la práctica lo que dejaron dicho los abuelos, nuestros progenitores, y que consiste en la xochitlalpan y tonacatlalpan, es decir, la tierra donde prevalezcan las flores y los cantos, donde haya abundancia de comida, donde saboreemos la armonía del buen vivir entre nosotros y la madre tierra.

La misericordia rescata tanto al oprimido como al opresor

Es claro en el Nican Mopohua que el sujeto principal del proyecto guadalupano es Juan Diego y su pueblo vencido, pero rescata también a Juan de Zumárraga y a sus colaboradores, símbolos del vencedor, al convocarlos a construir juntos un nuevo modelo de sociedad donde todos quepan en igualdad de derechos y sin opresiones. La Virgen de Guadalupe no plantea una lucha de clases sociales contrapuestas para ver si el pobre termina imponiéndose al rico, ya que eso no significaría un cambio estructural de fondo. Ella busca una reconciliación que lleve al encuentro efectivo y afectivo de personas que la sociedad opresora enfrentó pero que ahora están dispuestos a reconocerse como hermanos echando abajo los mecanismos sociales generadores de violencia y dominación.

La justicia de Dios, al igual que la justicia indígena, es misericordiosa, no vengativa; porque no quiere la muerte del pecador sino su regeneración y recuperación en la fraternidad del pueblo. No se trata de eliminar al infractor de la armonía para quitar el mal, sino recuperarlo como hermano y devolverle el lugar que perdió por su actuar destructivo. Eso es lo que se halla detrás de la propuesta guadalupana y lo que se percibe en la sabiduría ancestral de nuestros pueblos que, de muchas maneras, perdura hasta nuestros días, siendo motor de lucha para una nueva forma de vivir en armonía.

Los juan diegos de hoy, poseedores de sabiduría para la vida

Fray Bernardino de Sahagún, en el siglo XVI, reconoce que los habitantes que halló en la Nueva España sostenían en su religión “que hay un dios que es puro espíritu, todopoderoso, creador y gobernador de todas las cosas (...). A éste atribuyen toda sabiduría, hermosura y bienaventuranza”.

Otros pensadores más modernos, apoyados en el testimonio de cronistas e historiadores de Indias, consideran que “no conocieron los indios ciertamente el empleo de las letras... mas, no por esto debe decirse que eran rudos e incultos, carentes de toda ciencia, sin códices ni libros... Los mexicanos cultivaron la historia y la poesía, las artes retóricas, la aritmética, la astronomía y todas esas ciencias de las que han quedado pruebas tan evidentes... No juzgamos a los antiguos indios alejados del estudio de la física... y si nos ponemos a examinar sus códices redactados en figuras jeroglíficas, encontraremos que no pocos de ellos merecen ser llamados tratados teológicos... Siendo todo esto así, nada falta por tanto a los indios mexicanos para que, con igual razón que a los egipcios, los llamemos versados en un género superior de sabiduría...” .

La misericordia como restablecimiento de la armonía

Para profundizar un poco más en el pensamiento mesoamericano sobre la manera en que nuestros antepasados conceptualizaban el actuar en armonía con los demás y con la naturaleza, que sería lo más cercano a la misericordia propuesta por Jesús, es necesario recordar algunos mitos que contienen este pensamiento. Por ejemplo el que relata la creación del Quinto Sol en Teotihuacán, donde participan Tecuciztécatl, el rico, yNanahuatzin, el pobre, siendo este último el más importante, pues de su sacrificio surge el Sol que ahora nos alumbra.

El ejemplo de Nanahuatzin

Nanahuatzin es el paradigma teológico prehispánico en Mesoamérica (donde viven pueblos y culturas del maíz) que sirvió a nuestros antepasados para entender el mundo desde la perspectiva del pobre, antes de la llegada de los europeos a estas tierras. Así mismo fue la mediación teológica para comprender y aceptar a Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación. Los discípulos de fray Bernardino de Sahagún recogieron el mito inmediatamente después de la Conquista y primera evangelización. Transcribo aquí lo principal del relato tal como lo presenta Enrique Florescano en tiempos actuales:

“En el año 13 Ácatl, en Teotihuacán, el lugar sagrado, se reunieron todos los dioses y dispusieron ayunos y sacrificios para propiciar el nacimiento del Sol. Luego los dioses preguntaron: ‘¿Quién tendrá cargo de alumbrar el mundo?’. A estas palabras respondió el dios llamado Tecuciztécatl, quien dijo: ‘Yo tomo cargo de alumbrar al mundo’. Otra vez los dioses se miraron entre sí y se preguntaron quién podría ser el otro que alumbrara el mundo, pero no hubo quien se ofreciera. Por fin se fijaron en un dios al que nadie tomaba en cuenta, que no hablaba, apenas se limitaba a oír, y tenía el cuerpo lleno de tumores y llagas. Dijéronle: ‘Sé tú el que alumbres, bubosito’. Y el dios llagado y humilde, llamado Nanahuatzin, obedeció de buena voluntad.

Y luego los dos comenzaron a hacer penitencia, sacrificios y ofrendas durante cuatro días. Todo lo que ofrecía Tecuciztécatl era precioso. En lugar de ramos daba plumas ricas de quetzal  y bolas de oro en lugar de bolas de heno; no ofrendaba espinas de maguey sino unas hechas de piedras preciosas; y en vez de espinas ensangrentadas, daba espinas de coral colorado, y copal muy bueno. En cambio, Nanahuatzin ofrecía cañas verdes y bolas de heno y espinas de maguey cubiertas con su propia sangre; y en lugar de copal brindaba la costra de sus llagas.

A la medianoche del día señalado para crear al nuevo Sol, los dioses se reunieron alrededor de un gran fuego que habían mantenido durante cuatro días y al que Tecuciztécatl y Nanahuatzin deberían arrojarse para transformarse en astros luminosos. Colocados todos frente al fuego le dijeron a Tecuciztécatl: ‘¡Entra tú primero al fuego!’ y éste intentó hacerlo, pero como el fuego era grande y muy vivo, tuvo miedo y se volvió atrás. Cuatro veces intentó Tecuciztécatl arrojarse al fuego y cuatro veces desistió.

Entonces los dioses dijeron a Nanahuatzin: ‘¡Prueba tú!’. Y éste de inmediato cerró los ojos y se echó al fuego y comenzó a arder. Al ver esto Tecuciztécatl cobró valor y se arrojó también al fuego.

Luego que ambos cayeron y se quemaron (…), Nanahuatzin, convertido en Sol, apareció por el oriente; tras él también salió Tecuciztécatl, transformado en la Luna...”

Coatlicue y Coyolxauhqui

Cuentan también los antiguos que Coatlicue, la madre de Huitzilopochtli, que es el Colibrí de la izquierda o el Divino izquierdero –que es el nombre y forma que Dios tomó para los aztecas–, estaba un día barriendo el teocali o templo en el cerro de Coatepec, cuando encontró unas plumas, las cuales guardó en su seno, quedando por eso preñada más tarde. 

Ante ese hecho considerado quebrantamiento de la consagración al templo, Coyolxauhqui, que era hija de Coatlicue, y sus hermanos los centzonhuitznahua o “los cuatrocientos surianos”, decidieron borrar el oprobio quitándole la vida a ella y al fruto de sus entrañas; pero en el momento en que iban a atacarla nació su hijo Huitzilopochtli, vestido de guerrero, y con una serpiente de fuego en la mano se enfrentó a Coyolxauhqui y la arrojó cerro abajo, desmembrándola con la caída. Posteriormente la lanzó al cielo y la convirtió en Luna. Después persiguió a los cuatrocientos surianos y, al alcanzarlos, los dispersó también por el firmamento convirtiéndolos en estrellas a fin de que ayudaran a iluminar la tierra mientras el Sol descansaba durante la noche.

A manera de conclusión

En la perspectiva indígena, los que son contrarios a la vida del pobre, en quien Dios está presente, no deben ser eliminados sino desarticulados para evitar que sigan haciendo el mal; al mismo tiempo que darles una nueva tarea en bien de la comunidad. Este es el sentido que tiene también para la Virgen de Guadalupe la compasión y misericordia que ella ofrece al oprimido y al opresor, a la víctima y al victimario, no para que continúen enfrentados, sino para que ambos se articulen en una nueva propuesta de vida en la que se identifiquen como hermanos entre sí e hijos del mismo Dios, que es Madre-Padre de todos.

La Virgen de Guadalupe nos mostró, de manera maravillosa, ese amor misericordioso de Dios. Y por eso podemos afirmar las mismas palabras del papa León XIII, cuando mandó coronarla a fines del siglo XIX: “Non fecit taliter omni nationi”: “¡No hizo nada semejante con ninguna otra nación!”.

Acerca del autor

Eleazar López Hernández es sacerdote originario de Juchitán, Oaxaca, México. Pertenece al pueblo zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Es miembro fundador del Movimiento de Sacerdotes Indígenas de México (1970). Forma parte del Equipo Coordinador del Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas (CENAMI) a partir de 1976. Ha colaborado en el surgimiento de la Teología India a nivel latinoamericano (1989). Es miembro de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (ASETT), a partir de 1992. Al lado de don Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, fue asesor de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) en el diálogo entre el Gobierno Federal y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN, 1994-1997). Es miembro fundador de la Asociación Ecuménica de Misionólogos de América Latina (2003). Fue vicepresidente de la International Association of Catholic Missiologists (IACM, 2004-2006). Asesor de la Presidencia de la CLAR (2005-2007). Es representante de Cenami en la Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígena (Aelapi) y forma parte del equipo asesor del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) para asuntos indígenas, desde 2006.