KÉNOSIS

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La “pasión” de Job: entre fe y protesta

Autor: 
Rafael Espino
Fuente: 
Kénosis

El pasado 11 de diciembre de 2019, el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura y ex-prefecto de la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana de Milán, ofreció una lectura crítica sobre la “pasión” de Job en el aula magna de la Universidad Pontificia Gregoriana (Roma, Italia), en el marco de las conferencias anuales sobre “el arte como diálogo” organizadas por el Centro Cardenal Bea.

Fiel a su estilo polifacético, denso de hilos temáticos y simbólicos, el Cardenal comenzó haciendo un recuento de aquel pasaje bíblico que narra la historia de Job, cuya convicción y fe en Dios han sido épicas no sólo en el mundo de la literatura, sino sobre todo en el ámbito teológico-exegético, dado que su sentido trágico, y casi también poético –por su trama imprevisible–, revela de manera espléndida el rostro del Dios de Israel que es todo misericordia.

Job, una persona justa, íntegra y recta a la que, en la plenitud de su felicidad, le sobreviene una gran desventura que no tiene explicación (pues él no tiene ninguna culpa), cae al punto más bajo de su condición humana: de rico y poderoso, se vuelve desventurado y endeble. Y a pesar de sufrir dolor (físico y emocional) y padecer la precariedad material, no maldijo a Dios ni contradijo su fe, mostrándose fiel al Creador, no obstante las dramáticas adversidades que le sobrevinieron.

Es en este punto donde el relato bíblico sumerge al lector en la interrogación y el misterio. Job no protesta ante el Dios que, de primera vista, parece arrebatarle todo. Y esto desborda la racionalidad, más aún la contemporánea, que se mueve en la lógica de que “a toda acción hay una reacción (o consecuencia) previsible”. El drama de Job produce contrapuestos, los cuales están sostenidos por una lógica trascendente (e inescrutable) cuyo referente es Dios, y ante el cual el hombre inocente se muestra agradecido. ¿Agradecido? Sí, en efecto, porque no hay mayor gratuidad que la de quien espera y quiere que Dios exista –porque es fuente de todo– aun cuando en su vida personal ya no vea signos de su presencia ni de su justicia.

Casi a la manera de un gran tratado de ética para salvarse en los tiempos de las grandes pruebas –parafraseando las expresiones del Cardenal Ravasi–, el libro de Job muestra un rostro más humano del Dios de la Biblia, un Dios que calla para hacer sitio a la responsabilidad del hombre, cuya lógica se adquiere gracias una “mirada de conjunto” de la existencia y a una confianza absoluta en un Dios que –por ser Dios– no puede fallar; un Dios que desborda el dolor –y el mal– con su sola presencia.

El cardenal Ravasi, resaltando su particular predilección por esta historia bíblica, concluyó su “intervento” haciendo eco de aquel prefacio que escribió, años atrás, para la edición de un libro de Fray Luis de León, que coincide también con el núcleo hermenéutico antropológico hecho por Borges. Y acentuando la existencia legítima de Dios en esa tierra donde generalmente se celebran las apostasías (el “dolor inocente”), hizo lectura del juicio agudo que dirigió alguna vez san Jerónimo: “Interpretar a Job es como intentar agarrar en las manos una anguila… Pues, cuanto más se aprieta, más velozmente se escapa…”, razón por la cual –continuó el cardenal– la figura de Job no ha dejado ni dejará de llamar la atención del arte, la filosofía y la literatura, que para ejemplos bastan las alocuciones hechas por Albert Camus en su obra “La Peste”, quien coloca a Job como modelo de rebeldía y protesta radical contra el dolor en el mundo; la fe paradójica e inquebrantable de Job alabada por Joseph Roth; la compleja respuesta a Job que emite Karl G. Jung; o bien, el amor lacerante que Dios muestra a Job confesado por Kierkegaard en su obra “Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la Teodicea”.

En perspectiva sintética, el cardenal Ravasi formalizó una invitación a abrirnos confiadamente a la lógica divina, aunque en ocasiones pueda resultarnos inexplicable, superando razonamientos basados en juicios meramente humanos sobre la retribución y de suspicacia ante la existencia del mal en el mundo. Y recordó que la palabra última y decisiva sobre el problema del dolor viene hecha, sólo y definitivamente, a la luz de Cristo, cuyo misterio se hace plausible en el Nuevo Testamento.