KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

La vida en amistad

Autor: 
Mons. Antonio Montero
Fuente: 
Kénosis

Santa Teresa expresó en algún momento esta frase: “Vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de los buenos” (Vida 2,4). Volviendo su texto del revés, cabría afirmar esto otro: “¡Qué mala partida le juega el demonio a quien enreda en malas compañías!” Somos, pues, en gran medida, lo que son nuestros amigos. O como decía el adagio latino: “Un semejante busca a su semejante”; o lo que, con mayor contundencia, asegura nuestro refrán castellano: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

Digo esto porque dentro del mundo de la fe uno va descubriendo a cada paso que todo es gracia y que lo es en grado sumo una buena amistad. Hay que notar, con todo, que no es siempre lo mismo un buen amigo que un amigo bueno. No, no es un juego de palabras. Porque también los sujetos viles y corrompidos hacen buenas migas entre sí, son “amiguetes” o compinches e incluso mantienen entre ellos las lealtades siniestras de la mafia. Buenos amigos, es un decir, pero no amigos buenos. Una amistad de ley exige las dos dimensiones: bondad en los sujetos y calidad en los afectos.

Como hoy va de textos, traigo a colación este de Santa Catalina de Siena, la otra doctora de la Iglesia: “Amistad que tiene su fuente en Dios no se agota jamás”. Hemos de afinar en el concepto de este sentimiento, para sacarle todos sus quilates y evitar algunos malentendidos, que también nos acechan. A la luz de la fe, todo amor es trinitario, porque Dios es amor o, con mayor precisión, es el Amor. Cualquier destello de amor, en los cielos y en la tierra, es siempre un reflejo, aunque pueda ser turbio, del sol absoluto de amor que es la Trinidad.

A escala humana, los amores más claros, los más luminosos y transparentes, siguen este currículum“Soy amado por Dios, descubro ese amor, experimento el mío hacia Él y, desde esta plenitud, se extiende mi amor hacia las personas y hacia las cosas”. Estamos descubriendo el circuito de la caridad teologal, madre y eje de todas las virtudes, tanto humanas como sobrenaturales. La caridad, sí; pero no exactamente la amistad.

Esta, aunque enraizada también en Dios, no puede extenderse a todas las personas y, menos, a las cosas. La caridad es universal, la amistad, minoritaria por definición. Aquélla, de suyo, es obligatoria, al menos como llamamiento; ésta, gratuita y voluntaria, como regalo. La amistad hinca sus raíces en la naturaleza humana, con su cupo de soledad, con su poder de comunicación. Después del amor humano, vivido en plenitud de alma y cuerpo por un varón y una mujer, que puede alzarse a las cimas de la santidad sacramental, no existe en la vida terrena nada tan hermoso y gratificante como una amistad cabal.

Ahora bien, no se es amigo por decreto, ni por pactar la amistad en frío. Pero también es verdad que cada cual escoge sus amistades y que éstas nacen y crecen entre quienes comparten determinadas afinidades, cuanto más espirituales mejor.

Hay movimientos de Iglesia, sobre todo los de parejas matrimoniales, que tienen como base de formación y de progreso espiritual las llamadas reuniones de equipo, en las que se afianzan a menudo amistades muy hermosas, que sirven luego para compartir los dones de la fe y anudar amistades muy fecundas para las personas y para las familias. Tal ocurre a su vez, y con efectos muy gratificantes, en los grupos sacerdotales surgidos de manera informal, y sin cerrazón hacia otros, entre los presbíteros de una diócesis.

Estas amistades de grupo, que no obstruyen sino que asumen las interpersonales, ayudan a que estas últimas no se cierren sobre sí mismas, antes bien compartan sus dones afectivos con otros hermanos. Porque las amistades, incluso las más cristianas, conllevan el peligro de ciertas patologías, que pueden confundir las afectividades excluyentes con el auténtico amor evangélico.

Por eso, la experiencia de la que hablo ha de cultivarse, sin desmayo, como una amistad en el Señor. Sin olvidar nunca aquello que expresó Santo Tomás: “Hay más amistad en amar que en ser amado”; y lo que dijo San Francisco de Sales: “La perfección no consiste en no tener una amistad, sino en tenerla buena, santa y sagrada”.