KÉNOSIS

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La Virgen de Fátima: a cien años de sus apariciones

Autor: 
Manuel Olimón Nolasco
Fuente: 
Revista Familia Cristiana
Centenario Virgen de Fátima

Para la vida de una persona, cien años es una meta inalcanzable o, para decirlo con más propiedad, nadie, si se encuentra en sus cabales, se propone como meta vivir cien años.

Sin embargo, en el transcurrir del tiempo de las comunidades, cien años es una etapa razonable. Cuando la memoria personal ya no alcanza a proyectarse, la memoria comunitaria da muestras de permanencia y puede servir para cobrar nuevos ánimos.

Este 13 de mayo se cumplirán cien años de que en las cercanías de una aldea portuguesa con nombre de una doncella árabe –Fátima– oídos infantiles escucharon e interpretaron signos “de lo alto”: la voz de la doncella de Nazaret, a quien el poder de Dios atendiendo a su obediencia transformó en madre de Dios para bien y consuelo de la humanidad. El canto popular que se ha escuchado desde entonces, afirma con sonora humildad: “El trece de mayo en Cova de Iría bajó de los cielos la Virgen María... Ave, Ave, Ave María...”

 

La irracionalidad de la guerra

1917 era un año de incertidumbres. En Europa estaba por definirse el bando victorioso en la primera guerra mundial, “la Gran Guerra”, verdadera tragedia que hizo ver el casi ilimitado campo de la maldad humana, puso al servicio de la violencia homicida los avances científicos y técnicos, diezmó a la juventud y sembró odios y miedos duraderos: tal parecía que Caín había puesto de nuevo su vivienda en medio de los pueblos.

Portugal era un país inestable en su presencia internacional, demasiado dependiente de los intereses de Inglaterra no sólo en el continente europeo sino también en África y en el Lejano Oriente y con una política de dar las espaldas a España casi como costumbre. La sociedad portuguesa era prácticamente feudal, con una aristocracia terrateniente, una incipiente burguesía industrial y una amplia población rural casi analfabeta. Había  indicios de una “cuestión obrera” con las características detectadas por el Papa León XIII en 1891 y un ascendente partido anarquista que lastimaba con sus doctrinas y hechos las estructuras tradicionales. En 1908 fue asesinado el rey Carlos I y ascendió al trono en medio de señales de debilidad, el último monarca portugués, Manuel II, derrocado en 1910. Instaurada la república, ésta, igualmente débil, fue regida por una minoría urbana liberal laicista y anticatólica. La Gran Guerra, aunque en el papel contó a Portugal entre los triunfadores, causó decenas de miles de muertos entre sus jóvenes que murieron en Angola, en Mozambique, en Francia o en Bélgica sin saber en realidad cuál era el objeto de su lucha. La irracionalidad fue, como nunca antes, la dominante en las guerras del siglo XX.

 

La Virgen de Fátima manifiesta su amor

La ternura materna de María se hizo presente en este escenario. El mensaje de paz, de fraternidad, de alejamiento del pecado y de las tentaciones del odio y de la violencia homicida se escuchó en una cueva que fue como caja de resonancia de un clamor universal. Oídos campesinos, sencillos y sinceros, lejanos a las rencillas del poder, a las doctrinas disolventes y a la hipocresía, escucharon palabras que, en otro idioma y en diferentes circunstancias, se habían oído más de tres siglos antes en la colina del Tepeyac: “¿Qué no estoy yo aquí, que soy tu Madre?” Pues la Madre es la misma y los hijos, aunque de distintas épocas y latitudes, padecen las mismas congojas y requieren los mismos auxilios.

En Fátima hace cien años el sol pareció prolongar su duración en el cielo. Fue como una invocación a un Dios que es Luz, llamada a que el corazón de los hombres se iluminara con la brillante luz de la paz, la fraternidad y el amor, del auténtico amor, que es el de donación, de construcción y crecimiento.

En Fátima hace cien años la Virgen insistió en el rezo del Rosario, en que sus devotos deslizaran sus cuentas, repasaran en aparente monotonía el “Ave María” al meditar los misterios que le dieron esperanza a la humanidad. Insistió en que, por encima de las peticiones particulares, nuestra condición de pecadores fuera puesta en la línea de la conversión y nuestra condición de redimidos nos alentara a ser artífices de paz. El mensaje materno, desde luego, no fue sólo para Portugal sino para el mundo entero y no sólo para esos años difíciles sino para muchos más. Prueba fue su amplia difusión.

Al terminar la segunda conflagración mundial, Su Santidad Pío XII puso bajo el manto de la Virgen la paz mundial. Sus imágenes peregrinaron por el mundo y especialmente por Latinoamérica, quedaron en santuarios y parroquias y una de ellas en una roca llamada “La Piedra Blanca” en el Océano Pacífico, en San Blas Nayarit. El 13 de mayo de 1967, el beato Paulo VI visitó personalmente el santuario portugués. En una fecha similar de 1981 San Juan Pablo II fue atacado por un arma letal en la plaza de San Pedro. No hay duda que la Virgen protegió a su hijo con especial intercesión. El 13 de mayo de 2017, el Papa Francisco estará en Fátima para implorar la paz en el mundo en estos tiempos en que, según su propia palabra, estamos ya en “una Tercera Guerra Mundial por partes”.

Que nuestro corazón se abra al mensaje de la Virgen y nuestras manos actúen en congruencia con él.