KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Las aves creen en Dios”

Autor: 
Enrique Monasterio
Fuente: 
Pensar por libre

Llevábamos hablando más de media hora. Gregorio, viejo amigo de mi quinta, me permitía que lo sermonease, quizá con demasiado entusiasmo. De pronto cerró los ojos, hizo un gesto como rechazando cada una de mis palabras y en voz baja, pero firme, exclamó:

—¡Hace años que no creo en Dios!

Me quedé mudo por unos segundos. Gregorio va a Misa con su mujer todos los domingos, y reza la Salve una vez a la semana como lo hacían sus padres. Alguna vez me ha acompañado a hacer una peregrinación a la Virgen en el mes de mayo.

—¿Estás seguro? —le respondí—.

—No. Ni siquiera de eso estoy seguro. Supongo que soy agnóstico.

—¿Y qué dice tu mujer?

—Alguna vez he tratado de explicárselo, pero se ríe. Dice que ella también es agnóstica de mí, que no sabe si existo, si soy de este planeta, si la quiero o solo la soporto… Y me coloca unos rollos tremendos. Ella es filósofa, ya sabes...

Gregorio y yo caminábamos por un pequeño jardín que hay frente a mi casa. Y justo cuando llegaba el momento de despedirme, decimos sentarnos en un banco y le señalé mi ventana. Le hablé de la paloma que sigue allí arriba incubando un par de huevos desde hace ya una semana. Ha aguantado el vendaval de ayer por la noche y la lluvia que golpeó con fuerza en el cristal. No se mueve en todo el día. Al atardecer llega el macho para alimentarla y charlan un rato con su inconfundible gorjeo. Gregorio me escuchaba en silencio.

De hablar de la paloma pasamos a las aves migratorias que han llegado esta primavera, del águila calzada, las oropéndolas, las oscuras golondrinas, los negros vencejos y los blancos alimoches, los ruiseñores… Quedamos en salir “un día de estos” para ver cazar a los abejarucos en la Sierra de Madrid.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —Me dijo—.

—Supongo que las aves no son agnósticas. Ellas creen en el destino que les marca el Señor y lo cumplen con precisión milimétrica sin hacerse demasiadas preguntas. “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Sal 19), dice un salmo. Si los hombres miráramos más a lo alto, quizá nos sería más fácil descubrir al Creador.