KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

"Las manos de mi madre"

Autor: 
José Moreno Losada
Fuente: 
RD

In memoriam, Recordare: volver a pasar por el corazón, ¿deber o necesidad? Me preguntaba muchas veces como sería el recuerdo, la gente comentaba que cuando se moría una madre, que todos los días había algo por lo que la recordabas. Ahora ya sé que es eso que no te propones pero que lo haces con tal naturalidad que no sabes si estás en la obligación o en el deseo más puro, sea como sea, me gusta y me recreo en el recuerdo agradecido.

Esta mañana despierto con la alegría de la brisa suave y fresca, en medio de los días de calor desértico incluso en la noche, y siento un olor a rosa muy agradable, como cuando pasas por un jardín de rosales en flor, me llama la atención porque en casa no uso ambientadores de ningún tipo. Pero así es y me sonrío al recordar, sin esfuerzo alguno, que hoy hace tres años que te marchaste en silencio, al atardecer en el día del corpus, cuando el sol, a quien habías acompañado tantas tarde al caer, se iba difuminando para ganar la otra orilla en la calma y en la paz de aquello que había iluminado y calentado durante todo el día.

En tus manos de madre

Y enseguida me viene la oración de alabanza y agradecimiento. En esta ocasión no es la mirada sino tus manos. Esas manos que en los últimos años no podían dar, por lo que te entristecías mucho, pero podían recibir y lo hacías con la misma alegría y complicidad, sencillez y silencio, que cuando lo dabas todo. De ese modo con tus manos ultimadas nos regalabas el mayor tesoro para la contemplación de la verdad de la vida en el amor. Y el recuerdo de tus manos me hace entrar en la paz de lo divino, en lo amable, en la caricia, también en la interpelación y la exigencia, en la entrega y donación sin límites, en el cuidado de lo débil, en el abrazo y el alimento… en la vida.

La vida, la luz, la verdad, la ternura… en unas manos

Con tus manos nos recibiste en la vida, y con ellas nos enseñaste a sentirnos queridos y abrazados de un modo único, de esa manera que te hace equilibrado y seguro, en medio de las debilidades para toda la existencia. Nos lavaste y nos perfumaste, enseñándonos que en este hacer tan diario, mostrábamos nuestro ser y nuestra personalidad, que unos zapatos limpios decían mucho del cuidado de una persona… lo hiciste de tal manera, que no podemos limpiarnos esos zapatos sin sentir tu cercanía y vigilancia.

Con tus manos nos indicaste y descubrimos caminos de saludos, de encuentro, de hábitos, de generosidad, ternura y alegría. Con esas mismas manos nos acogías tras nuestras caídas para animarnos, nos curabas y nos cuidabas en la debilidad de la enfermedad, y organizabas la casa llena de varones, con esas horas interminables en la panera con el jabón y la ropa, para pasarla a la plancha que nos regalaba ese olor tan característico al entrar en la casa en el invierno.

Con esas mismas manos, nos enseñaste a rezar, a hacer la señal de la cruz antes de dormir, al amanecer, al salir de casa, al entrar en la iglesia, al comenzar el rosario… a recibir la comunión y besar los símbolos.

Las manos para el saber y la fraternidad

Con ellas nos acompañaste para llevarnos a la escuela y mostrarnos cómo seríamos grandes e iríamos solos, o más bien, los hermanos acompañados y cogidos de la mano. Nos enseñaste a tener paciencia para esperar que padre partiera el pan y nos diera un trozo a cada uno, a saber repartir entre los tres de un modo igualitario, a preferir y priorizar al más débil y al pequeño, al enfermo cuando estaba enfermo, al que estaba fuera cuando volvía, al triste y preocupado hasta que se alegraba… hasta nos enseñaste a bailar agarrados, no terminaría nunca de hablar de tus manos… y ahora las recuerdo ya paralizadas, pero entre las mías y las de mis hermanos, llenas de historia, de surcos de una amor sin límites en la bondad y en la gratuidad más absoluta… Las cogíamos como un tesoro que nos dinamizaba y nos lanzaba a vivir desde dentro, a contar de otra manera las ganancias que surgen del corazón entregado y agradecido, a mirarlas como manos divinas, como protección poderosa, como bendición continua, como caricia eterna, con fuerza inagotable, como prenda de la vida futura.

Tus manos divinas y el altar…

Y hoy, en este tercer aniversario, me miraré mis manos, las abriré a la Eucaristía, al pan partido, y te celebraré de nuevo, desde el recuerdo agradecido rezaré: ¡El Señor estuvo grande con nosotros y estamos alegres por las manos de nuestra madre¡ Esas manos divinas, que ahora desde el cielo nos siguen bendiciendo y protegiendo junto al Padre Dios.