KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Lectio divina”: la lectura orante de la Biblia

Autor: 
César Mora Paz
Fuente: 
San Pablo – México

1. Un poco de historia

A continuación vamos a tratar de conocer un poco de la historia y el concepto de esta forma de reflexión en torno a un determinado texto de la Biblia. Quiero advertir que no toda lectura orante de la Biblia es automáticamente lectio divina. De hecho, se trata de un ejercicio practicado por los monjes desde la Edad Media, el cual tiene su propia técnica, pasos y logros. Llamar lectio divina a cualquier lectura orante de la Biblia es como llamar “ejercicios espirituales ignacianos” a cualquier tipo de retiro.

La lectio divina se practicaba en los monasterios de la Edad Media (siglos VIII-XII) y tiene sus raíces en la lectura patrística de la Biblia. El padre de la lectio divina es san Gregorio Magno. Él admite que es preciso buscar primero el sentido literal e histórico del texto sagrado para construir, a partir de él, el sentido típico y así poder llegar al sentido moral, que es el decisivo. Lo principal es descubrir en la lectura de la Biblia un nuevo modo de vida. “Escuchamos la Escritura si obramos según ella”, decía san Gregorio. Al escribirla, Dios tenía un solo propósito: “Conducirnos a su amor y al amor del prójimo”.

Se trataba de una lectura que instruía en la vida espiritual y en la que intervenía el Espíritu Santo para orientar la vida del lector hacia Dios. No era una nueva interpretación teórica y especulativa, sino una lectura inserta en el contexto litúrgico, que llevaba a imitar lo que decía el Padre y a orientar la vida. Más tarde, en el siglo XII, san Bernardo de Claraval recogió de nuevo estas orientaciones y propuso como finalidad de esta lectura la experiencia religiosa de la presencia de Dios.

La lectio divina era, por consiguiente, una lectura sapiencial, existencial, que conducía a saborear la Palabra más que a investigarla (objetivo de la lectio scholastica) y llevaba, antes que a la ciencia, a la sabiduría de la Biblia. Era básicamente un coloquio en el que se leía la Sagrada Escritura (Dios que hablaba) y se oraba (el creyente que respondía).

En la Edad Media, Guido II, prior de la Gran Cartuja de Grenoble (1173-1180) llamaba a la lectio “la escalera de los monjes” y la describía en cuatro pasos: la lecturala meditaciónla oración y la contemplación.

La lectura consiste en la observación atenta de la Escritura con un espíritu aplicado. La meditación es una acción cuidadosa de la mente que intenta cubrir la verdad oculta mediante la inteligencia. La oración consiste en una aplicación religiosa del corazón a Dios para que aleje de nosotros los males o nos conceda sus bienes. La contemplación es una elevación de la mente hacia Dios, saliendo de sí misma y saboreando el gozo de la dulzura eterna. La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide y la contemplación la saborea. La lectura, en cierto modo, lleva el alimento sólido a la boca, la meditación lo mastica y desmenuza, la oración saca el sabor, y la contemplación es la misma dulzura que alegra y reanima. La lectura actúa en la corteza, la meditación en la médula, la oración en el deseo y la contemplación en el amor de la dulzura conseguida. San Agustín indicó estos pasos con tres palabras: “memoria” (lectio), “entendimiento” (meditatio) y “voluntad” (oratio, contemplatio).

Podríamos decir, como decía monseñor Carlo María Martini, que la lectio divina es el ejercicio ordenado de la escucha personal de la Palabra, un ejercicio en el que el sujeto se compromete, se decide, camina. No es la escucha de la predicación. Los ejercicios espirituales son el movimiento, la actividad personal de la oración y de la contemplación. La lectio tiene su dinámica interna, aunque muy sencilla, encaminada a recibir la Palabra como don. Es una escucha en actitud de adoración y de sumisión. No se lee la Escritura para buscar algo qué decirle a los demás o algo que nos interese; simplemente dejamos que Dios nos hable. Es el momento de la escucha personal, de la preparación y la prolongación de la escucha comunitaria. Sin esta última, la lectio divina se convierte en individualismo y cae en el “genericismo”. Es escucha de la Palabra. Me habla la Palabra que me ha creado, la que tiene el secreto de mi vida, la clave de mis situaciones presentes.

La lectio divina tiene una antigüedad de por lo menos 2500 años, porque ya se llevaba a cabo en el Antiguo Testamento. La practicaban los profetas respecto de las tradiciones precedentes, los sabios respecto de los profetas y hasta los rabinos la conocían muy bien. Tiene tres etapas fundamentales: la lectiola meditatio y la contemplatio. Éstas pueden convertirse en cuatro y hasta en ocho: lectio, meditatio, oratio, contemplatio, consolatio, discretio, deliberatio y actio.

2. Condiciones para una lectio fructuosa

a) Leer la Palabra con fe, pues implica la convicción de estar escuchando la voz de Dios que quiere cambiar nuestra vida, mejorarla y hacerla más feliz.

b) Se necesita un mínimo de adiestramiento y práctica bajo la guía de quien ya la ha realizado.

c) Mientras mejor se conozca el texto bíblico en su contexto histórico y literario, más útil resultará la lectio divina para un cristiano, por ello es necesario prepararla con la ayuda de algún comentario. No es lo mismo lectio divina que estudio de la Biblia. El estudio precede a la lectio como preparación remota o próxima. De ahí la ventaja de practicarla grupalmente, ya que algunos han estudiado y conocen mejor la Biblia que otros. 

d) Se necesita cierto sosiego para ponerla en práctica. Uno no puede hacer una lectura atenta, reposada y minuciosa de la Palabra si no tiene un mínimo de tiempo y calma. La lectio, al igual que la lectura de la poesía y los salmos, no se hace a la carrera.

3. La lectio divina en cuatro pasos

La lectio divina en su versión más breve, se define como “el ejercicio ordenado de la escucha personal de la Palabra de Dios”. ¿Y cómo se realiza? Después de una oración introductoria, y de “ponerse en la presencia de Dios”, vienen cuatro pasos:

a) Lectio: es la lectura atenta, reposada y minuciosa de la Palabra de Dios. Puede repetirse. Este primer momento consiste en darse cuenta de la composición del texto de la Biblia que estamos leyendo, de las partes que tiene, los temas y el estilo que maneja, de los personajes que presenta y de los símbolos que utiliza. Hay que fijarse en los roles que los protagonistas juegan en la narración, de las palabras que emplean, de lo que hacen y dejan de hacer, lo que dicen y lo que no dicen. Es importante notar los tiempos verbales y los contrastes que utiliza el autor santo. Consiste en leer la Escritura “con lupa”, es decir, con mucho cuidado.

La lectio tiene que ver con el conocimiento del texto bíblico que se va a meditar. Por ejemplo, cuando recibo una carta de mi madre, lo primero que hago es revisarla con cuidado, fijarme en los detalles, con el fin de no entender cosas que no dijo y tampoco descuidar cosas que dijo. En este momento de la lectio predomina la observación.

A personas con un poco más de conocimientos bíblicos podríamos decirles que este paso consiste en conocer, respetar y situar el texto en su contexto. Hay que preguntarnos por el contexto y los destinatarios del texto para averiguar qué es lo que el autor quiso decir a los primeros receptores de su obra. Por ejemplo: ¿De qué está hablando el autor santo? ¿Qué género literario está utilizando? ¿Se trata de una parábola o de una narración de la vida diaria? ¿Lo que estoy leyendo es un himno o una exhortación?

También debemos preguntarnos sobre la época y la situación en las que se gestó el texto con el fin de compararlas con las circunstancias actuales, pues se pretende descubrir lo que Dios quería decirle a su pueblo en aquella situación histórica y que hoy deberíamos asumir, adaptándolo a la época actual. ¿Qué experiencia de fe transmite este texto de la Biblia? ¿Qué nos dice acerca de Dios, de la historia, del mundo, de las personas y de sus relaciones? Al responder a estas preguntas podríamos actualizar el mensaje del texto que estamos meditando.

El objetivo de la lectura (lectio) es conocer el texto, pues sólo así pasaremos a la meditación cuando éste nos refleje algo de nuestra propia experiencia de vida. En ese momento guardaremos silencio, aguzaremos el oído y abriremos el corazón: “Voy a escuchar lo que dice el Señor” (Sal 85,9). De este modo se pasa al segundo peldaño de la lectio divina: la meditación.

b) Meditatio: es una reflexión sobre los valores contenidos en el texto, de los que el lector ya se había percatado desde el paso anterior. Se debe extraer y apropiar el mensaje del texto, que viene en forma de ideas, pero también en forma de sentimientos y afectos (de Jesús, de María, del Espíritu Santo que escribe este pasaje, etc.). Es un momento de reflexión personal: cómo veo esos valores, cómo me encuentro ante ellos, cómo me están invitando o advirtiendo. El texto se convierte en un espejo en el que nos vemos reflejados. Y por ello, nos comparamos con lo que el texto dice: ¿Estoy bien, mal o regular frente a lo que el texto me dice, me aconseja o me advierte? Es el momento de dar una mirada a todo el actuar de Dios en la historia y comparar nuestra respuesta con la grandeza de ese amor divino. Es abrir nuestros oídos a la voz de la Iglesia y de nuestra comunidad.

La meditatio tiene que ver con los mensajes del texto. Una vez conocido, me pregunto: ¿Qué diferencias y semejanzas encuentro entre la situación del pasaje que estamos leyendo y la nuestra? ¿Qué cambio de comportamiento me sugiere? ¿Qué quiere hacer crecer en mí este pasaje de la Escritura? ¿Cómo puedo apropiarme del mensaje que transmite el texto? ¿Qué recomendaciones, advertencias, prohibiciones o exhortaciones del texto me tocan de lleno? ¿Qué criterios y actitudes trata de infundir en el corazón de sus lectores, incluyéndome a mí?

La meditación consiste en rumiar, dialogar y actualizar el mensaje del texto. Decía san Jerónimo que por medio de la lectura llegamos a la cáscara de la letra, intentando atravesarla; sólo con la meditación podemos llegar al fruto del Espíritu. La meditación nos ayuda a descubrir el sentido que el Espíritu Santo quiere comunicar hoy a su Iglesia a través de los diversos pasajes de la Biblia. La pregunta que aquí nos hacemos es: ¿Cuál es el mensaje que este pasaje tiene para mí, para nosotros? Es el momento de repetir la Palabra hasta descubrir el mensaje que encierra para todos. Esta continua repetición interior se comparaba con la acción de rumiar, y por eso los monjes la llamaban también ruminatio, porque supone un esfuerzo de reflexión que pone en acción nuestra inteligencia. 

Cuando está claro lo que Dios nos pide, también aparecen con nitidez nuestra incapacidad y falta de recursos. Es el momento de la súplica: “Señor, levántate, socórrenos” (Sal 44,27). En otras palabras, la meditación es semilla de oración. Practicándola se llega a ella.

c). Oratio: es la primera plegaria que nace de la meditación. Es la respuesta que el lector da a los mensajes de Dios. Puede variar, repetirse, prolongarse (alabanza, acción de gracias). Se establece así un “diálogo” con Dios. “A Dios oímos cuando escuchamos su Palabra; a Dios hablamos cuando oramos”, dice san Jerónimo. Aquí debo responder a lo que me está diciendo Dios a través del texto santo. Es una especie de “resonancia” de la voz de Dios en mi alma, pues ocasiona una respuesta, un “eco”. La oración debe ser actual, viva, dinámica y rutinaria. Porque cada mensaje de Dios es nuevo, cada respuesta deberá ser original y nueva. La actitud de aceptación de la voluntad divina y el deseo de la venida del Reino de Dios son fundamentales en la oración (por ejemplo, recordemos la oración del Padre Nuestro).

La oración, provocada por la meditación, comienza con una actitud de humilde oración al Señor, poniéndose a las órdenes del Espíritu ya que, como dice san Pablo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos qué debemos pedir según nuestra necesidad; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26). En la meditación intervienen más la reflexión y la cabeza; en la oración entran en juego el corazón y los sentimientos. Es una respuesta profundamente nuestra, que se expresa en la súplica, la alabanza, la acción de gracias, etcétera. 

La oración provocada por la meditación también puede consistir en recitar oraciones que ya existen: el Padre Nuestro, algún salmo o alguna frase de la Biblia que exprese mis sentimientos. Lo importante es hacer nuestra esa oración comunitaria.

d) Contemplatio: es el momento culminante y cualificado de la lectura creyente; es silencio interior ante la Palabra. Es el momento del gusto gozoso, de paz interior y de silenciosa satisfacción; es el momento de intimidad de quien “llamó a la puerta” y lo hemos aceptado en casa (Ap 3,20). Es dejar que la Palabra penetre en nosotros una vez que la hemos reflexionado. En esta entrega silenciosa a Dios y a Jesús es importante dejar que Dios haga su parte. La contemplatio es como el momento de la “digestión” del texto. Se trata de dar espacio a éste para que se haga nutritivo. Sin embargo, hay que tener ciertas actitudes: quietud, abandono, silencio (Sal 131), gusto interior (Sal 34,9) y admiración. Se puede ayudar a la imaginación con una “composición del lugar” (imaginarse una escena de la vida de Jesús, de la Virgen o de algún santo).

Como dice un sacerdote, de apellido Nava, en su libro sobre la lectio: “La verdadera contemplación será ese gozo indecible, difícil de comunicar, que me mostrará, de un solo golpe, quién soy yo, y lo que realmente estoy llamado a ser, según Dios”. En esa actitud gozosa, el oyente de la Palabra se sumerge en el interior de los acontecimientos para descubrir y saborear en ellos la presencia activa y creadora de la Palabra de Dios, y además intenta comprometerse con el proceso transformador de la historia que esta Palabra provoca.

No se supone en modo alguno una evasión de la realidad, sino una penetración en lo más profundo de la historia y del designio salvador de Dios, que lleva al compromiso y a la acción para hacer presente en el mundo dicho designio. La contemplación es lo que queda en los ojos y en el corazón una vez terminada la oración. Es el punto de llegada de la lectio divina y, a la vez, el punto de partida para un nuevo comienzo.

En resumen, la contemplatio es un silencio gozoso por haber descubierto a un Dios presente en la historia humana, en mi historia, en mi oración. Ya no se trata de estar meditando, eso ya pasó, sino de gozar la presencia del Señor que nos acompaña en la oración y dejar que Él actúe en nosotros. Esto nos moverá a seguir orando, a discernir lo que Dios nos pide, a comprometernos a hacer algún cambio concreto en nuestra vida. Uno debe perseverar en este ejercicio, aunque al principio no sea fácil.

A modo de conclusión

No olvidemos que la lectura de la Escritura (pasando por la reflexión meditada y la oración) nos lleva a la contemplación del Dios invisible encarnado en Cristo y en la historia. Y no sólo eso, sino también nos permite el discernimiento en la vida y en la historia de los caminos de Dios.

No hay duda: la lectio divina es generadora de las opciones evangélicas, tanto personales como comunitarias.

Acerca del autor: César A. Mora Paz obtuvo el doctorado en Ciencias Bíblicas por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, fue profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de México (UPM) y formó parte del equipo traductor de la Biblia del CELAM. El presente texto es un extracto del libro: “Lectura orante de la Biblia. Espacios y técnicas para personas y grupos”, San Pablo, México 2010. Se encuentra disponible en la red de librerías San Pablo México y EUA (también en: Amazon, Mercado Libre y librerías digitales).