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Los padres ante la educación de sus hijos

Autor: 
Orlando Ruiz Vega
Fuente: 
LFC - MX

El mayor o menor acierto con que las personas desempeñan el papel de padres depende sobre todo de la claridad de ideas que tengan al respecto, del grado de preparación conseguido para desempeñar esa función y del conocimiento de los logros que se pueden alcanzar. Sentirse totalmente sabedores de lo que es preciso hacer o muy inseguros respecto a la forma de actuar son actitudes antagónicas y por igual erróneas. Para ser buenos padres hay que tener la convicción de que es una tarea un tanto compleja en la que se pueda actuar bastante bien.

Estilos educativos de los padres

Para educar correctamente a los hijos hay que tomar una serie de decisiones que dependerán mucho de la idea que se tenga de cómo actuar. Entre las diferentes actitudes que se adoptan podemos encontrar desde las de los padres “autoritarios” hasta los “liberales”, pasando por los “inseguros” y los que podemos calificar como “profesionales”.

Los cinco estilos de padres educativos más comunes

Los padres autoritarios: este tipo de padres son los que marcan por completo el ritmo de vida en el hogar y su norma fundamental e indiscutible es: “Esto es así porque lo digo yo y basta”.

Estos padres no aceptan el diálogo, y menos aún la discusión. Dictan sus normas y su voluntad debe ser acatada respetuosamente. Generalmente, también la madre permanece sometida a la misma disciplina que el padre imparte a los hijos.

Los padres súper protectores: son los eternos cuidadores de sus hijos y están permanentemente ocupados en evitarles circunstancias peligrosas o problemáticas. Todo lo tienen previsto y no se fían de nadie, por lo que mantienen una estrecha vigilancia sobre las actuaciones de sus pequeños, convencidos, además, de que sus hijos continúan siendo pequeños a pesar del paso del tiempo. Estos padres ven peligros por todas partes y tratan de mantener a la familia agrupada y alejada de los efectos de las malas compañías y los peligros que acechan en el exterior.

Los padres inseguros: son los padres que carecen de valores personales firmes y se encuentran siempre a merced de las últimas opiniones y las actitudes de los demás. Sus hijos no saben cómo comportarse porque las normas cambian con facilidad de una semana para otra. Son personas sin criterios firmes a quienes cualquiera puede convencer con argumentaciones más o menos sólidas.

Los padres liberales: bajo esta denominación se pueden englobar toda las tendencias de quienes creen que hay que dejar que los hijos se expresen y se orienten a su gusto. Hay que contrariarles lo mínimo posible (al menos en teoría) y dejarles actuar con la máxima libertad. Piensan que cada uno tiene unos objetivos muy definidos y que será feliz si los sigue sin trabas de ningún tipo. Este tipo de padres suele desentenderse al máximo de sus responsabilidades y sólo actúan cuando los hijos, en el ejercicio de sus propias libertades, les molestan personalmente.

Los padres profesionales: son los que deciden tener hijos y consideran esta actividad como la principal de su vida. Se lo toman con calma, pero también con mucha seriedad. Deciden prepararse para hacerlo bien e ir actuando con el máximo equilibrio, conscientes de que cometerán errores pero en la disposición a rectificar cuantas veces haga falta. Saben que el proceso es largo y que se trata de conseguir personas libres y completas. Para ellos es fundamental ocuparse de los hijos hasta que se emancipen (se liberen de la tutela y dependencia) y los educan en el respeto, la obediencia y el aprecio sus padres.

Por sus frutos los conocerán

La tarea de educar a los hijos es muy difícil, por eso es muy útil analizar las actitudes y las actuaciones habituales para cerciorarse de si está uno en el camino correcto del ejercicio de la paternidad.

A la hora de escoger el método para educar a los hijos, no se trata de elegir el más cómodo, sino el más eficaz para conseguir nuestra meta: que los hijos se formen como personas. Lo más sensato sería optar por el que produzca mejores resultados que es el que definimos como propio de los padres “profesionales”.

Aunque en algún caso parezca imposible, seguramente en cada uno de los otros modelos se podría encontrar algún elemento principal aprovechable. Sin embargo, hay que recurrir al que ofrece más garantías y que, de hecho, incorpora las eventuales ventajas de todos los demás.

Educar no es fácil, pero tampoco imposible. Reconocer esto y actuar en consecuencia es importante, y luego mantener siempre una actitud abierta y flexible para conseguir ofrecer a los hijos lo mejor para acompañarles en ese proceso en el cual se tienen que hacer adultos, libres y responsables.

¿Es fácil educar?

De ninguna manera, pues la realidad es muy diferente: cuando nacen los hijos los padres tienen que enfrentar las situaciones de los lloros, las enfermedades, los pañales sucios… Y para ello se requiere energía inagotable, paciencia ilimitada y una gran dedicación para conseguir el bienestar de los pequeños. He ahí la importancia de mantener la calma y aprender a controlar la tensión que pueda suscitarse en la familia día a día; he allí la necesidad de tener las miras puestas en lo más alto posible, pero dentro de un marco razonablemente realista, para evitar contratiempos, desánimos, fracasos y angustias.

Superando los retos

Muchas ocasiones los padres se muestran convencidos de tener suficiente paciencia para hacer frente a cualquier contingencia en relación a los hijos. Sin embargo, la experiencia nos hace ver que entre los padres surgen constantemente los sentimientos de culpabilidad, ansiedad o de sensación de aburrimiento. Las causas de estos problemas son diversas, pero dos de ellas son las principales: a) el miedo lo desconocido y b) la sensación de falta de rigor físico o psíquico.

Los padres no deben descuidar su propia persona;  al contrario, deben buscar tomarse un respiro y descansar en ciertos momentos para así alcanzar la energía debida en su desempeño paterno.

Si por cualquier circunstancia les surge el miedo a lo desconocido, deben recordar que la ignorancia se debe tanto al desconocimiento de las cosas como al hecho de creerse una información errónea. Lo que deben hacer es buscar libros que tratan del tema o interesarse por saber quién de sus amistades podría echarle una mano en algo determinado.

O bien, cuando se encuentren ante la falta de vigor físico o psíquico deben recordar que la buena salud es la base para el excelente ejercicio de la paternidad. No por nada se suele sugerir el ejercicio físico, la alimentación sana, el evitar fumar y beber en exceso cotidianamente.

Cuando se tiene interés en hacer las cosas bien, y cuando uno de esas cosas es la educación de los hijos, es fácil eliminar como motivo de atención la falta de energía física o psíquica. Por ello recomendamos estas sencillas normas en la vida de los padres:

a) Cuidar la salud de modo permanente: el trabajo cotidiano y la educación de los hijos conlleva una considerable pérdida de energía. Por ello debe incorporar a su actividad diaria el ejercicio voluntario, preferentemente al aire libre. Esto le ayudará a mantener revitalizado su cuerpo.

b) Iniciar la jornada con un desayuno adecuado: conviene que se incluya proteínas e hidratos de carbono. No se engañe con un desayuno ligero: no servirá para afrontar los esfuerzos de la mañana y producirán malestar e incomodidad.

c) Tomar una cena ligera: una cena copiosa rompe el ritmo y el equilibrio de la alimentación; además, por la mañana no le apetecerá tomar nada y el organismo no recibirá la energía necesaria para afrontar el nuevo día.

d) Dormir bien es esencial para la salud: se duerme mejor dejando los problemas fuera de la habitación. Relájese con música, viendo un programa de televisión agradable o con la lectura de un libro que invite al descanso.

e) La relajación restaura la paz mental: al final de un día agitado es bueno recurrir a alguna técnica de relajación para sosegar el cuerpo y la mente. Según indican los especialistas en la materia, diez minutos diarios dedicados a relajarse antes de dormir, eliminan en buena medida tensiones y ansiedades de una manera tan natural como eficaz.

Las ventajas de una familia unida

El hecho de formar parte de una familia bien cohesionada proporciona a sus miembros ciertas ventajas que cabe enumerar así:

a) Se dedica más tiempo a actividades compartidas, con la aportación de las cualidades personales de cada cual.

b) No se dan conductas de rechazo, lo que favorece la autoestima de cada uno.

c) Se producen entre sus miembros interacciones cálidas, acogedoras y muy pocas hostiles o críticas.

d) Los diferentes integrantes de la familia merecen una valoración muy positiva por parte de los demás.

e) Cada componente de la familia opina que otros tienen una visión favorable o positiva de los demás.

f) Se percibe entre los miembros un buen nivel de afecto.

g) Todos se sienten satisfechos y afrontan el futuro con optimismo y estabilidad.