KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Los profetas en la Biblia: desafío y esperanza

Autor: 
Raúl Lugo
Fuente: 
VP-Mx

1. Profetas de ayer, profetas de hoy

A inicios de los años setenta del siglo pasado (1972) se publicó la primera edición de la Biblia Latinoamericana. Un amplio equipo, dirigido por Bernardo Hurault y Ramón Ricciardi, se dio a la tarea, bajo los criterios de traducción por equivalencia dinámica, de trasvasar al castellano que se habla en América Latina los textos hebreos y griegos que componen la principal fuente de revelación cristiana. La edición contenía también algunas fotografías ilustrativas.

A pesar de que esta traducción de la Biblia causó mucha polémica, sobre todo entre los católicos más conservadores, gracias al decidido apoyo del CELAM de aquella época se convirtió en la Biblia más vendida en nuestro continente. Una de sus páginas estaba adornada con la fotografía de Dom Hélder Cámara, con un pie de foto que decía: “Defensor de los Pobres”. En la fotografía aparecía su rostro dulce y a la vez firme, sus ojitos menudos como de niño rebelde en busca de abrigo y comprensión, su gesto decidido que se antojaba parecido al de Elías en el Monte Carmelo.

Tuvo que pasar algún tiempo para que yo conociera un poco más acerca de él: su participación en el Concilio Vaticano II, su lucidez en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. CELAM, celebrada en la ciudad de Medellín, Colombia, su trabajo en el nordeste brasileño, aún hoy la zona más golpeada por la pobreza de todo el gigante brasileño. Desde entonces lo admiré y seguí sus pasos, me dejé seducir por su claridad y por su coherencia evangélica, bebí como desesperado sus libros y sus homilías que, por escrito, llegaban de cuando en cuando por medio de algunas revistas de temas cristianos. Para mí, Dom Hélder se convirtió en símbolo y acicate para mi vida personal. Muchas veces me descubrí en oración, pidiendo a Dios que nos concediera la multiplicación de obispos con su calidad humana y pastoral, con su audacia y entrega, con su pobreza evangélica y su pasión por el servicio a los más pobres. Dom Hélder Cámara era un profeta viviente.

Cada época tiene sus profetas: hombres y mujeres que, fieles a Dios y a su conciencia, convierten su vida en un testimonio vivo de la necesidad de hacer de este mundo una casa de hermanos y de hermanas. Enfrentan dificultades e incomprensiones, a veces son perseguidos y maltratados, pero se mantienen firmes porque llevan el corazón atravesado por una causa. Su paso por la vida mejora el mundo en el que viven y anuncia otras posibilidades de relacionarse y convivir, más respetuosas de la dignidad de las personas, más compasivas con los más débiles. Audaces, apuntan con su palabra y su acción hacia el futuro, hacia otro mundo posible. Conservamos muchos de los nombres de los profetas del siglo XX en la memoria: Leonidas Proaño, Aung San Suu Kyi, Óscar Arnulfo Romero, Martin Luther King, Lanza del Vasto, Juan XXIII, Pedro Casaldáliga…

Pues bien, la figura del profeta tiene hondas raíces bíblicas. De hecho, la Biblia judía divide sus libros en una triple clasificación: la Ley, los Profetas y los Otros Escritos. En la segunda sección se incluyen no sólo a los profetas que dan nombre a muchos de los libros bíblicos (Jeremías, Isaías, Ezequiel, Amós, Joel, Habacuc, etc.), sino también a los llamados ‘profetas anteriores’, como Samuel, Natán, Hulda, Elías, Eliseo… en los libros que actualmente se clasifican como “libros históricos” en la Biblia.

2. La profecía en la Biblia: un vistazo histórico

Cuando pensamos en los profetas de la Biblia nos vienen a la mente aquellos libros que llevan el nombre de algún profeta. Pero ésa no es la primera noticia que tenemos en la Biblia del fenómeno profético. Dado que la historia del profetismo es tan antigua, cuesta trabajo encontrar el momento de su surgimiento, pero algunos datos nos permiten acercarnos a su origen. Tenemos constancia de la existencia de “videntes”, sabios respetables a quienes se acudía a pedir consejo o solicitar su ayuda, especialmente para preguntar por cosas o animales perdidos. Samuel, el último de los jueces bíblicos, parece ser uno de ellos (1Sam 9,2ss).

Había también profetas que vivían en comunidad. Eran llamados nebi’im y eran reconocidos por sus experiencias extáticas (1Sam 10,1-16). La experiencia de Israel no era única. La Biblia nos cuenta la gran hazaña realizada por Elías, que se confrontó con centenares de profetas de Baal a quienes venció (1Re 18,20-40). Sabemos también que existían profetas que conformaban en torno a su persona grupos de discípulos, una especie de escuelas proféticas como la que encabezaba Samuel (1Sam 7,17; 28,3) o aquella que se reunía en torno a Elías y Eliseo (2Re 2,7.16).

Un equívoco generalizado consiste en identificar a los profetas como adivinadores del futuro. En efecto, algunos textos antiguos los muestran como personas que conocían cosas ocultas o predecían lo que habría de pasar (1Re 14,1-16; 2Re 1,16-17; 5,20-27; 6,8.30). Esta función tan extendida en la comprensión sobre quién es un profeta llega hasta nuestros días, sin embargo, es un dato que proviene de la primera época del profetismo (hacia el siglo VIII a.C.), pero se convierte en una función que desaparece con los profetas posteriores para dejar paso a lo que será su función primordial: ser transmisor de la Palabra de Dios, de su proyecto de vida plena, para llamar al pueblo al que es enviado a reorientar su vida según este proyecto de Dios, iluminando así el presente y convocando al cambio de vida.

Una manera de entender la diferencia entre el verdadero profeta y el simple anunciador de hechos futuros es que el adivinador se basa en el presente para predecir el futuro. El profeta parece obrar de manera inversa: es a partir del futuro, entendiendo por éste la realización de la promesa de Dios de vida digna y plena para todos, que se cuestiona el presente. La mirada profética se parece mucho a la metodología prospectiva: comparar el ideal planteado con el presente actual y construir el camino para que el presente se vaya acercando al futuro deseado. Y el futuro que los profetas anuncian es Dios mismo reinando en medio de su pueblo. El futuro profético tiene mucho de utopía, en el sentido en que la entendemos modernamente.

Los profetas de la Biblia aparecen ligados o confrontados con la monarquía. Advierten a los que gobiernan sobre sus desviaciones del proyecto de Dios y señalan con dedo de fuego las deficiencias de su gobierno. Los reyes de Israel solían consultar a los profetas y, en algunos momentos, hubo profetas en la misma corte real. Esto, como podremos imaginar, causó muchos problemas porque no fueron pocos quienes, amparados bajo el título de profeta, anunciaban solamente aquello que era del agrado del monarca. Estos personajes serán denominados por la Escritura como falsos profetas. La Biblia está llena de confrontaciones entre profetas y reyes.

3. Características de un profeta

Si después de leer las notas anteriores sobre la compleja historia del fenómeno profético quisiéramos hacernos una idea de quién es un profeta en la Biblia, no podríamos excluir las siguientes características:

3.1. Una persona de Dios

En primer lugar, el profeta es una persona de Dios, una persona inspirada, consciente de que ha sido llamado por Dios para ser su portavoz. La misión del profeta depende de este llamado divino y se alimenta de una relación íntima y continua con Dios. La Palabra que el profeta recibe no siempre es agradable para el pueblo que ha de recibirla y, a veces, tampoco lo es para el mismo profeta. Tanto Jeremías como Amós (Am 1,2; 7,14-15; Jer 15,16; 20,9), por poner un ejemplo, experimentan que la Palabra que proclaman tiene consecuencias desagradables para su vida personal: desarraigo, soledad, abandono por parte de los amigos, persecución, entre otras; sin embargo, ambos reconocen que a pesar de estas consecuencias negativas están de tal manera poseídos por el Espíritu de Dios que no pueden dejar de responder al llamado que han recibido.

3.2. Una persona del y para el pueblo

La segunda característica del profeta es que es una persona del pueblo y para el pueblo. Su tarea no es privada, sino pública. Justamente porque el mensaje de Dios es mucho más grande que las palabras humanas, la experiencia del profeta lo lleva a ser creativo en la manera de comunicar la voluntad de Dios a su pueblo, lo que incluye exhortar, regañar, animar, utilizar imágenes o realizar signos. Muchas veces, dado que tiene la misión de comunicar lo inefable, usa la poesía. El profeta es una persona de su tiempo: conoce a los gobernantes y a los gobernados, sabe de los abusos de los poderosos y de las desviaciones del pueblo. Como lee la realidad a partir del proyecto de Dios, es siempre crítico con el presente y por eso puede llegar a ser incómodo y desagradable para muchos.

3.3. Una persona perseguida

El tercer rasgo es que el profeta, debido al desarrollo de su misión, es una persona asediada, a veces hasta amenazada y perseguida. En ocasiones, la mayor amenaza es la irrelevancia: el pueblo escucha al profeta pero no le hace caso (Ez 33,30-33). Otras, el asedio viene de la gente que resulta afectada por la predicación profética: los grandes ricos y los funcionarios que gobiernan en su beneficio. Elías tiene que escapar del rey (1Re 19,2-4), Amós es expulsado del Templo debido a la palabra de admonición dirigida contra el rey (Am 7,10-13), Jeremías fue arrojado al fondo de un pozo para matarlo de hambre (Jer 38,1-13), Zacarías fue lapidado en los atrios del Templo (2Crón 24,19-22), Urías, profeta que predicó en la misma época que Jeremías, fue asesinado y su cuerpo enterrado en una fosa común (Jer 26,20-24).

3.4. Una persona de la palabra

La cuarta característica del profeta es que es una persona de la palabra. Ésta es su herramienta principal de trabajo. Por eso, muchos de los que son llamados ponen inmediatamente reparos: no sé hablar, soy apenas un muchacho, tengo labios impuros… Es significativo que los tres profetas escritores más importantes cuenten su vocación ligada a un signo que está relacionado con la tarea de predicación: un ser de fuego toma un carbón encendido del altar y quema la boca de Isaías (Is 6,6-7), Dios mismo toca la boca del profeta Jeremías (Jer 1,9) y Ezequiel es obligado a comer un libro para después ser anunciador de las palabras contenidas en él (Ez 3,1-4). A partir de estos relatos de vocación se percibe que el profeta es consciente de que la palabra que proclama no es propia, sino de Dios. Su actuación se convierte así en el medio para que la Palabra de Dios entre en la historia y la reconfigure según el proyecto divino.

4. La misión del profeta

Hay dos aspectos alrededor de los cuales puede describirse la acción de los profetas de Israel: el anuncio y la denuncia. Quizá no haya mejor expresión que la narración de la vocación de Jeremías, en la que el profeta recibe la misión de “arrancar y destruir” pero, al mismo tiempo, el encargo de “edificar y plantar” (Jer 1,10).

4.1. Denunciar 

La denuncia es, quizá, la tarea que actualmente se reivindica más en la misión profética. En el caso de los profetas de Israel, las denuncias están dirigidas a combatir la manipulación de Dios, la injusticia social y los sistemas que imponen la desigualdad económica y el imperialismo militar. Sin embargo, los profetas no sólo son activistas contra la injusticia, su mirada es mucho más honda; descubren que en el fondo de estas tragedias personales y sociales se encuentra el abandono de Dios, el rechazo del proyecto de fraternidad que Él propone, sostiene y alienta. Por eso muchos de los profetas de la Biblia hacen una lectura que, detrás y por encima del análisis sociológico, descubre la ingratitud humana ante el Dios que ha revelado su propuesta de comunión plena. Lo que otros leerían solamente como un sistema de opresión y desigualdad, los profetas lo interpretan como una historia de pecado. Este primer aspecto de la misión profética, la denuncia, convierte a los profetas en la conciencia crítica de la sociedad frente a la manera como está organizado el mundo. Y, por ello, en personas incómodas, molestosas e inquietantes.

4.2. Anunciar

El anuncio, en cambio, muestra la faz más brillante de la misión profética. Se trata de mirar la historia no desde las infidelidades del pueblo y de los desastres de injusticia y desigualdad, sino desde el proyecto mismo de Dios, desde su utopía de fraternidad y solidaridad. Los anuncios proféticos promueven el cambio de fondo, alientan la esperanza, presentan el porvenir de comunión para el que hemos sido creados y apuntan hacia el futuro que Dios ha soñado para la humanidad. Es a esta vertiente del trabajo profético que debemos algunas de las más hermosas imágenes poéticas que nos animan a convertir el futuro en un misterio de comunión entre los seres humanos, la naturaleza y Dios (Is 2,1-5; 25,6-10).

5. Los falsos profetas

A diferencia de los profetas auténticos, la tradición bíblica distingue a los profetas falsos. Hay algunos que son profetas de divinidades extranjeras, sobre todo en el primer tiempo de la revelación profética con el profeta Elías (1Re 18). Más perniciosos, en cambio, son los profetas del pueblo de Israel que dicen hablar en nombre de Dios sin haber sido llamados por Él. Se trata de profetas que defienden los intereses del monarca en turno, en lugar de ser una voz crítica. Otros viven de las tradiciones antiguas, son loros repetidores de cosas viejas, pero no tienen la sagacidad para discernir los nuevos acontecimientos y tienen miedo de involucrarse en asuntos conflictivos. Otros más son profetas que no quieren caerle mal a nadie y quedar mal con el pueblo. A decir de Ezequiel son profetas que cantan coplas de amor, agradables al pueblo por su romanticismo, pero no les gusta confrontarse con la opinión mayoritaria. Finalmente, entran también en esta lista aquellos profetas que tienen hambre de triunfo y prestigio o quieren asegurarse un modus vivendi.

No resulta fácil distinguir quién es un profeta verdadero y quién uno falso. El criterio de la coherencia de su vida(que no diga una cosa y haga otra) parece ser relevante. Una cierta dosis de realidad, que hace que tengan los pies sobre la tierra, es otro criterio. La criba por la que el tiempo y la aceptación comunitaria los hacen pasar es otro: algunos profetas fueron reconocidos por el pueblo de Israel como auténticos y otros no. Finalmente, el Nuevo Testamento nos presta algunos otros criterios fundamentales para los profetas de nuestro tiempo: analizar los frutos de su predicación y dar tiempo al tiempo, considerando dichos frutos a la luz del Evangelio. No es asunto de un solo acto, sino de un testimonio sostenido a lo largo del tiempo. Como menciona José Luis Sicre: “Por muy desagradable que nos resulte una persona o el contenido de sus palabras, si nos animan a mantenernos fieles al espíritu de Jesús, y esa enseñanza la corrobora con su vida, estamos obligados a considerarlo un verdadero profeta. Al contrario, por agradable que nos resulte una persona, por mucho que sintonicemos con ella, si nos aleja del camino del Evangelio, será un lobo rapaz, disfrazado con piel de oveja”. 

Cronología de los profetas bíblicos

Para sintetizar la cronología del surgimiento y desarrollo del fenómeno profético en la Biblia, podemos usar la imagen de un día completo. Es posible distinguir seis momentos que siguen el movimiento del sol: amanecer, media mañana, cenit, tarde, caída del sol y ocaso.

El amanecer va del 1030 al 800 a.C. Es la etapa del surgimiento de los primeros profetas danzantes y extáticos hasta que aparecen los primeros profetas individuales. Los personajes más representativos de esta primera hora son Samuel (1Sam 9,6-7.20), Ajías (1Re 14,1-16), Elías (2Re 1,16-17) y Eliseo (2Re 5,20-27).

La media mañana va del 800 al 700 a.C. Después de David y Salomón, donde juega un papel especial el profeta Natán (2Sam 7; 12), el reino se divide en norte y sur, por ello  sobresalen los profetas Amós y Oseas en el norte, y Miqueas e Isaías en el sur. Es la época de oro de la profecía en Israel.

El cenit, con su calor abrasador, comprende el periodo entre el 700 y 600 a.C., años ya próximos al destierro en Babilonia. Los tres profetas que dominan esta época han sido descritos como el trío de la desesperanza: Jeremías, Sofonías y Habacuc. El reino del norte es vencido por Asiria y desaparece.

Al comenzar la tarde ocurre un acontecimiento que marca la vida de Israel: la derrota del reino del sur y el exilio en Babilonia. Estamos en el periodo que comprende del 600 al 550 a.C. Los profetas de esta época tratan de ser fuente de consuelo y esperanza: Ezequiel y el segundo Isaías (Is 40-55).

Viene enseguida el momento en que el sol comienza a ocultarse. Es la época de la reconstrucción, después de que los exiliados han vuelto de Babilonia a Palestina. Este periodo comprende del 550 al 450 a.C. La profecía comienza a entrar en su declive. Los principales profetas de esta etapa son Ageo, el primer Zacarías (Zac 1-8) y el tercer Isaías (Is 56-66). 

La última etapa es la del ocaso, cuando la restauración ya va adelantada y ha surgido el judaísmo propiamente dicho. Es el periodo final del profetismo y va del año 450 en adelante. Aquí situamos al segundo Zacarías (Zac 9-14) y al profeta Joel. Pronto la profecía será relevada por un nuevo movimiento: el de los sabios de Israel.

Profetas para nuestro tiempo

Nos recuerda la Carta a los Hebreos que “muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo…” (1,1-2). En Jesucristo, pues, culmina la tradición profética: pasó su vida haciendo el bien, curó a los enfermos, liberó a los oprimidos por el mal, se confrontó con los poderes religiosos y políticos de su época, experimentó la persecución y terminó entregando la vida. Jesús es modelo de profeta y de mártir.

Quienes pertenecemos a Cristo gracias al bautismo compartimos con él su triple misión. Inmediatamente después de ser lavados por las aguas del bautismo, el celebrante nos unge con un aceite perfumado, el santo crisma, y al colocarlo sobre nuestra cabeza pronuncia estas palabras: “Recibe el crisma de la salvación… para que incorporado a su pueblo seas para siempre miembro de Cristo Sacerdote, de Cristo Profeta y de Cristo Rey”. Todos nosotros, a imagen de Cristo en quien somos incorporados, estamos llamados a ser profetas. 

Ante las grandes amenazas que enfrentan la humanidad y el planeta mismo en estos tiempos de desigualdad y cambio climático, es urgente que, desde las raíces del mensaje cristiano, surjan auténticos profetas, hombres y mujeres capaces de leer el periodo histórico por el que pasamos con ojos críticos, con mente lúcida. Cristianos y cristianas capaces de anunciar el futuro fraterno y solidario que estamos llamados a construir y, desde ahí, denunciar todas las prácticas que atentan contra la dignidad humana y la armonía del cosmos mostrando, con un testimonio valiente, que otro mundo es posible, uno más justo e igualitario, más armonioso y sensible a la totalidad del cosmos, más equitativo y lleno de alegría.

Acerca del autor: Raúl Lugo Rodríguez es discípulo de Jesús y presbítero de católico (en ese orden). Le gusta la literatura y, en ocasiones, hasta ha acometido versos y cuentos. Es un apasionado de la justicia y se le quedan encerradas las llaves dentro del coche. Estudió la Biblia muy de cerca y en ella encontró más de una razón para ser revolucionario. Ama entrañablemente a Jesús de Nazaret y no hay nada que lo enoje más que lo mismo que le enojaba a Él: la manipulación de la religión y la falta de respeto a los más pobres. Junto con un grupo de maravillosas mujeres trabaja en la defensa de los derechos humanos desde 1991. Vive y trabaja, junto con otros dos presbíteros, compañeros de sueños, en contacto con campesinos y campesinas mayas de Yucatán. Le gusta contar historias y los niños y niñas suelen mirarlo con simpatía. Cuando fue tocado por una mortal enfermedad, no perdió el sentido del humor. Le gustan los Beatles y Mercedes Sosa, y le parece que Silvio Rodríguez es el mejor compositor del mundo. Julio Cortázar es su cronopio favorito y quisiera tatuarse en el pecho la efigie del Che. A veces llora por las noches… Es autor de varios libros: Las trampas del poder (Dabar, 1994), Flor que nace de la muerte (UPM, 1995), La Biblia es verde (Comisión Episcopal de Pastoral Bíblica, 1998), Los primeros profetas cristianos (UPM, 1999), Mujeres de la Biblia, mujeres para hoy (UPM, 2005), La Iglesia católica y la homosexualidad(Nueva Utopía, 2006), además de numerosos artículos en revistas especializadas y de divulgación. 

Nota: el presente artículo se publicó en la revista Vida Pastoral, San Pablo, México 2020, no. 274.