KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Me drogo, ¡no aguanto más!”

Autor: 
Padre Emmanuel
Fuente: 
La Familia Cristiana

Estimado Padre:

Le escribo esta carta para pedirle ayuda.

Tengo 21 años. Comencé a chocar con mi familia y con la sociedad desde que tuve conciencia de haber venido a este mundo sin haberlo pedido. Desde niño pensaba en irme de la casa y vivir entre la gente; soñaba con amar a todos los que me rodearan, sonreír a todos, pues eso sería suficiente para ser feliz. Pero no fue así. Me escapé definitivamente de mi casa hace cuatro años. Hasta la fecha no sé nada de mis viejos ni de mis otros familiares. Comencé a llegarle a la mariguana y al cristal, “a soñar cosas maravillosas”… ahora siento que estos son los últimos días de mi vida. A veces no tengo miedo de morirme; al contrario, tal vez así encuentre la felicidad.

Pero hoy, no sé lo que me pasa: ayer un viejo me dijo que yo era un desgraciado bastardo. Sentí una rabia que nunca había sentido: ¿Quién era él para juzgarme? ¿No es él también un pecador como yo, como usted, como todos?...

A partir de ayer me han surgido un montón de preguntas: ¿Por qué permití que mi vida se fuera a la basura? ¿Y si decido dejar la droga? ¿Seré capaz de ello? ¿Mis “compas” permitirán que ya no le entre “a la hierba”? ¿Por qué ahora, hasta este punto, me llegan remordimientos de mis actos? ¿Podré cambiar de vida? No sé qué hacer, por eso le escribo desde un café Internet.

Atte. Anónimo.

Hola, amigo.

Antes de dar respuesta a tu carta, presenté tu caso al Señor; hice oración por ti y me acordé de tantos hermanos jóvenes que andan en el consumo de droga. Espero aceptes esa plegaria y espero que ella te ayude aunque sea un poco. Creo que la Iglesia –cada comunidad creyente– debería hacer “palancas” de oración por ustedes, pues les es tan difícil abandonar ese vicio, tanto que cuando alguien dice o escribe “yo vencí la droga” todos deberíamos ponernos de pie y correr a abrazar a esa persona y seguir orando para que no vuelva a caer en las garras de un vicio tan feo.

Quiero comentar primero algunos rasgos de tu relato y luego enfocarme a atender las preguntas que tú mismo te has hecho y que aquí compartes.

Lo primero que llamó mi atención es tu disgusto por la vida, al grado de lamentar haber nacido, pues dices que tú no lo pediste. ¿Será que alguien haya tenido oportunidad de “haber pedido nacer”? ¿O es que la vida no es un don que se nos da de lo Alto? ¡Cuál don!, podrán pensar algunos; ¿cómo puede ser don una existencia tan desdichada? Y sin embargo, pese a que la hayamos maltratado, la vida es un regalo que podemos usufructuar con esfuerzo, sí, pero con alegría. En la vida hay pruebas y hay penas, pero ellas nos han de hacer crecer y estimularnos a mejorar. Sólo se requiere paciencia y, por encima de todo, amar la vida.

Si nos fijamos en tu edad, eres prácticamente adolescente, no porque tus veintiuno te tengan cerca de la edad adolescente, sino porque la adolescencia y la juventud se han prolongado hoy con respecto a una época anterior. Podemos ver personas de cincuenta y más que visten y se comportan como de 35… Cuando decimos adolescencia nos referimos a inestabilidad en la personalidad, en el comportamiento, en la toma de decisiones, en las emociones, en el carácter... De todos modos conviene recordar que la adolescencia es oportunidad de crecimiento hacia la siguiente edad; el peligro está en querer estacionarse en un estilo “adolescencial”, detener el paso hacia una nueva etapa, la hermosa juventud.

Lamentablemente desde la niñez vinieron para ti los “choques” con la familia y la sociedad. Te quiero decir que esos “choques” son normales porque “choques” más, “choques menos”, todas las personas los viven al interior y al exterior de su familia y son signo de crecimiento y de adaptación. Dicha adaptación depende ante todo del amor de tus padres hacia ti (que por cierto no mencionas), así como de la educación de tu voluntad. Existen personas a las que llamamos “voluntariosas”, que creen que lo que ellas piensan y desean ha de ser así como ellas lo ven y que los demás no tienen por qué opinar ni intervenir. En este caso hay un problema de adaptación, como podemos ver, ya que no sólo nosotros tenemos ojos, no sólo nosotros pensamos, no sólo nosotros vemos lo bueno y lo malo de las cosas. Tenemos que aceptar que todos los demás también ven, tienen capacidad de juicio y pueden opinar, aunque lo que opinen sobre nosotros es relativo, dado que nosotros sabemos la verdad de nuestras cosas, pero su opinión nos ayuda a evaluar nuestra imagen y nuestros actos.

Por cierto, no entendí por qué el señor aquél te nombró “desgraciado bastardo”: ¿es que le hiciste alguna ofensa o simplemente te miró con desprecio? Si le provocaste seguramente pudo ser su forma de reaccionar, pero de ahí no pasa; si te miró en un estado lamentable, quisiera pensar que no encontró otra expresión para referirse a ti. “Desgraciado bastardo” es una expresión dura y ofensiva, ciertamente. Pero lo mejor es no engancharse ante habladurías de la gente respecto a nuestra persona. Que sigan su camino mientras tú sigues el tuyo.

No me describes mayor cosa de tu familia, ni por qué querías huir de tu hogar, pero normalmente cuando queremos huir de un lugar es porque es desagradable, aunque podemos estar en un sitio agradable para la mayoría pero nosotros personalmente no estamos a gusto por alguna razón… Finalmente te fuiste de casa y aunque pensabas encontrar un lugar de ensueño, lo que encontraste fue “la calle”, un lugar de pesadilla. La calle es de todos y de nadie. Aunque no lo creas, tiene “sus leyes” y mucho hay que luchar para conquistarla, pero ¿qué conquistas si la calle seguirá siendo de todos y de nadie?

Las sustancias que prometían conseguirte “sueños de cosas maravillosas” lo único que hicieron fue arruinar tu salud y empeorar tu estado de ánimo (por eso se les suele llamar “sustancias de muerte”). Y he aquí que ahora sientes cercana la muerte; y hasta crees que ella pudiera permitirte encontrar por fin la anhelada felicidad. Oh, amigo, la losa fría de ninguna manera puede darte alegría y felicidad. Sabemos que la dicha se puede encontrar tras nuestra muerte, sí, pero sólo después de una vida llevada a cabo con disciplina, trabajo y esperanza de un mundo mejor… pese a la “podredumbre” que puede invadir la existencia diaria.

Y vamos ahora a tus preguntas.

¿Por qué permití que mi vida se fuera a la basura? 

Cuando somos niños, y todavía adolescentes, tenemos una visión muy corta (no vemos con seriedad la vida ni medimos los peligros); nuestra escala de valores es inmediatista y convenenciera. Cuando iniciaste tu vida en las drogas ni siquiera imaginabas la cuota que tendrías que pagar; ignorabas las consecuencias tan graves que vendrían junto con la droga. 

Y si permitiste que tu vida se fuera a la basura fue porque faltó alguien cerca de ti que te apoyara. A veces tenemos quien nos esté apoyando, pero nuestro orgullo y pretensiones de autosuficiencia (que a veces asociamos a los “triunfos” y “libertad” de la adolescencia), nos vuelven miopes o ciegos para apreciar las cosas en su real dimensión. Lo más probable es que en ese tiempo la basura no la veías como tal, sin embargo es tonto acumular basura como dementes.

¿Y si decido dejar la droga? ¿Seré capaz de ello? ¿Mis “compas” permitirán que ya no le entre “a la hierba”?

Querer dejar las drogas es un gran anhelo; y en este momento para ti será la mejor decisión. De hecho, estás necesitando alejarte del vicio para recuperar calidad de vida.

En cuanto a que si eres capaz de dejar la droga ni lo dudes, todo ser humano tiene posibilidades de luchar y posibilidades de vencer. ¿De qué depende? De que realmente lo desees; de que te prepares y reúnas tus fuerzas y recursos y estés seriamente dispuesto a vencer. No serías el primero que ha salido de ese mundo hostil y destructivo.

Tus “compas” ¿son amigos o enemigos? Si son amigos se van a sorprender, les va a dar incluso un poco de envidia, de nostalgia y de tristeza al perder un “compa” del vicio, del ambiente, de aventura… Si son enemigos, ni caso tiene plantearte la pregunta, porque un enemigo lo que quiere es tu ruina y tu mal. La “hierba”, aunque fuera gratis, habitualmente es dañina; le llamamos psicotrópico porque provoca en tu cerebro alteraciones que afectan tus sentidos y cambian la percepción de las cosas. Esa alteración sucede cada vez que consumes sustancias que provocan un particular modo (desequilibrado) de percibir la realidad.

¿Por qué ahora, hasta este punto, me llegan remordimientos de mis actos? ¿Podré cambiar de vida? 

Es lamentable que a veces dejemos avanzar mucho las cosas que nos dañan, pero nunca es tarde para corregir; mientras haya vida habrá oportunidad, todo depende de la voluntad y de los medios, que nunca faltan.

Los cristianos llamamos a los remordimientos “gracia”, “oportunidad de cambio” y “conversión” (cambio de vida para bien tuyo, para bien de tus semejantes y para gloria de Dios).

Si de veras quieres hallar paz y alegría en tu vida, te sugiero que te propongas salir “de ahí”, que dejes las drogas. Vemos que es tremendamente difícil pero no imposible. Apóyate en alguna persona o institución que te ayude a salir de la adicción. Si te decides vas a experimentar algo así como la muerte tras la primera abstención, ya que el cuerpo y la mente te empezarán a pedir la dosis; el segundo día será peor porque la necesidad se acentuará; pero el tercero podrás experimentar que aquello tan pesado y arraigado se mueve hacia afuera, que ¡vas saliendo!... Cuando quieras vivir ese proceso deberás acercarte a Dios y tomarte de su mano; deberás tener a tu alrededor una fuerte cadena de oración de amigos y conocidos; deberás tener a tu lado a una persona que te ame de verdad, que no esté a tu lado sólo por interés; de hecho esa persona deberá ayudarte a mantenerte alejado de las sustancias. Y deberás estar firmemente decidido a romper con ese mundo que te arrastra a tu destrucción.

Te recomiendo que digas con fe y devoción, y por mucho tiempo, la siguiente oración.

Oración de sanación

Cristo Jesús, Hijo único de Dios, confieso y reconozco que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

Yo te alabo, Señor; sé que me miras y escuchas mis oraciones. Creo que me pides que me levante y ande, que dé un salto y vaya a tu encuentro, porque Tú, Señor, tienes para mí amor, cariño, paciencia y perdón.

Señor, necesito que cures mi corazón roto, herido, cansado, vencido y agotado; estoy atado por esta depresión que con frecuencia me inmoviliza.

Estoy atado a un vicio que no he podido vencer. Estoy paralizado por el miedo y he perdido la paz, la serenidad y la armonía. Retira de mí los escrúpulos, los rencores, los celos, la ira y la inestabilidad emocional. Retira de mi corazón los sentimientos de venganza. 

¡Señor, quiero vivir libre, ven a curarme!

Haz tu trabajo. Recrea mi cuerpo. Regrésame la serenidad y la armonía interior.

¡Cúrame, Señor! ¡Purifícame, Señor! ¡Sáname, Señor! ¡Lávame, Señor! ¡Transfórmame, Señor!

Y ahora te pido de todo corazón que me cures la parte más afectada por esta enfermedad que me agobia (presenta tu enfermedad particular al Señor), mas no se haga mi voluntad sino la tuya. Amén.

Atte. Padre Emmanuel

Fuente: Revista “La Familia Cristiana” (San Pablo México, 2015)