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México: “¡Pecador sí, corrupto no!”

Autor: 
Luz Gómez
Fuente: 
www.lastampa.it

En el pasado mes de febrero se presentaron los resultados del Índice de Percepción de la Corrupción 2017 (elaborado por Transparencia Internacional), el cual arrojó datos verdaderamente alarmantes para algunos países como México, que se encuentra en el lugar 135 de 180 naciones en materia de transparencia. 

Es fácil saber por qué México se considera un país corrupto, lo dijo el Papa Francisco en el Palacio Nacional, durante su visita en 2016: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Parece que nada se aprendió de aquella advertencia, cada día se recrudece más la corrupción en el país. El sacerdote jesuita Jorge Mario Bergoglio ya tenía muy claro este concepto, por eso no se cansa de decir que la corrupción “apesta” y es “la gangrena de un pueblo”, hasta poner en la mesa la posible excomunión de todos aquellos que incurran en un acto de corrupción y mafia. 

Desde el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC) estamos convencidos que la corrupción la pagan los más pobres (materiales y espirituales), las personas que no tienen acceso a los servicios básicos para vivir, los niños sin educación, los hospitales que no tienen medicinas, los enfermos sin cuidados, las personas que se quedaron sin casa tras el pasado sismo del 19 de septiembre en México. Por eso hemos reflexionado sobre esta enfermedad que poco a poco nos va carcomiendo como sociedad. 

Durante el foro “Por un México sin corrupción” realizado en este instituto, el obispo de Morelia, Michoacán, monseñor Carlos Garfias Merlos, resaltó que la Iglesia considera a la corrupción como un hecho muy grave de deformación del sistema político y que los corruptos no tienen perdón.

“Podríamos decir que el pecado se perdona, la corrupción no puede ser perdonada. Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de su salud: se cansa de pedir perdón”, dijo.

Y nos propuso que el “único camino para salir de la corrupción, el único camino para vencer la tentación, el pecado de la corrupción, es el servicio”. Porque la corrupción viene del orgullo, de la soberbia y el servicio humilla: sólo teniendo una “caridad humilde para ayudar a los demás” nos liberará de esa tentación que es de todos.

El entonces sacerdote Jorge Mario Bergoglio también nos regaló en su escrito “Reflexiones en torno al tema de la corrupción” algunas luces para afrontar el tema, nos señaló que reducir la corrupción y la impunidad es una condición clave para una sociedad justa y equitativa, y nos corresponde a todos en diferentes capacidades. ¿Cómo hacerlo?  

Debemos contar con leyes e instituciones idóneas para lograr el objetivo. El accionar de la sociedad deben ser tal que el éxito de la lucha contra la corrupción no dependa de la voluntad política de unos cuantos. Todos, absolutamente todos, debemos ser conscientes de lo que implica, cómo destruye nuestro corazón y el de nuestras familias y amigos.

Sin duda hay bríos de esperanza y la solución está en crear ciudadanía para combatir juntos este flagelo. De acuerdo a datos de Transparencia Internacional, aunque 6 de cada 10 mexicanos consideran que la corrupción aumentó en 2017, el 74 por ciento de los ciudadanos están dispuestos a realizar acciones que ayuden al combate de la misma. 

Por eso hay que apelar a las palabras del Papa: “¡Pecador sí, corrupto no!”. No podemos, ni debemos aceptar la corrupción como un pecado más.