KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Necesitamos el perdón de nuestros pecados

Autor: 
Padre Rafa
Fuente: 
Kénosis

El Evangelio de este Domingo nos ofrece una enseñanza fundamental: “Todos estamos necesitados del perdón de Dios”. Es decir, todos aquellos personajes que aparecen descritos en el Evangelio de este Domingo quedaron sorprendidos por la maravillosa actuación de Jesús: no juzgó, no recriminó, sino que estuvo lleno de misericordia.

¿Cómo sucedieron las cosas? Te haré una pequeña relectura de este bello texto bíblico que hoy contemplamos en la liturgia:

– Según su costumbre, Jesús había pasado la noche a solas, en oración, en estrecho diálogo con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Y una vez que comenzó el día, lleno del Espíritu de Dios salió a “proclamar la liberación de los cautivos [...] y dar libertad a los oprimidos”. Luego, se vio rodeado por mucha gente que deseaba escucharlo.

– De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a “una mujer sorprendida en adulterio”. A estos escribas y fariseos no les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada, pues la Ley de Moisés establecía que una mujer sorprendida en adulterio debería ser apedreada. Así que le preguntan a Jesús: “¿Y Tú, ¿qué dices?”

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada a muerte por su pecado.

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Pero Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: “Aquella mujer y sus acusadores están necesitados del perdón de Dios”.

Los acusadores (publicanos y fariseos) sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Pero Jesús cambia la perspectiva: pone a los acusadores ante su propio pecado. Y les hace ver que ante Dios, todos han de reconocerse pecadores, porque todos necesitamos su perdón.

– Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: “Aquel de ustedes que no tenga pecado lance la primera piedra”. Y aquí viene lo interesante: Nadie lanzó piedra alguna. Pues, “¿quiénes son esos hombres para condenar a muerte a esa mujer?”…Y comenzaron a retirarse del lugar.

Se cumple, entonces, lo que Jesús dirá solemnemente en otra parte del Evangelio: “Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo” (Jn 12,47).

Esta experiencia de liberación y de perdón acontece en la mujer adúltera. Ella escuchó de los labios de Jesús las siguientes palabras: “Tampoco yo te condeno. ¡Vete y, en adelante, no peques más!”.

¿Qué enseñanza resulta para nosotros?

Son dos cosas que hemos de aprender este día:primero: reconocer que somos pecadores; ysegundo: pedir el perdón y la misericordia de Dios.

¿Y esto a qué nos ayuda?

– Nos ayuda a alcanzar la conversión.

– Nos ayuda a caminar hacia la alegría y la santidad.

– Nos ayuda a prepararnos a vivir a plenitud la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo; a vivir a plenitud el evento más importante de nuestra fe cristiana, que daremos inicio el próximo Domingo de Ramos.

 

Evangelio según san Juan (8,1-11)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a Él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

– “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”.

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

– “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:

– “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”.

Ella contestó:

– “Ninguno, Señor”.

Jesús dijo:

– “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Palabra del Señor.

R. / Gloría a ti, Señor, Jesús