KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Pablo, el apóstol de Cristo

Autor: 
Benedicto XVI
Fuente: 
Catholic Net

El Papa Emérito Benedicto XVI, en el año 2008, cuando reflexionaba en torno a la figura de San Pablo, apóstol, sobre su vida y su celo por el Evangelio, resaltó las características que, según el Apóstol de los gentiles, garantizan que una persona sea un verdadero apóstol de Cristo.

Dichas características son las siguientes:

a) La primera es "haber visto al Señor" (1Cor 9,1): es decir, haber tenido con Él un encuentro determinante para la propia vida. Pues, en definitiva, es el Señor el que constituye el apostolado, y no la propia presunción.

El mismo apóstol Pablo reconoce que su vocación “no depende de su voluntad ni de la de los hombres, sino de Jesucristo" (Gal 1,1), a quien ha visto y ha experimentado.

b) La segunda es la de “haber sido enviado”: el mismo término griego apóstolos significa precisamente “enviado, mandado”, es decir, embajador y portador de un mensaje; encargado y representante de Cristo Jesús (1Cor 1,1; 2Cor 1,1).

Pablo siempre se reconoció como un delegado de Jesús, puesto totalmente a sus servicio, hasta el punto de llamarse “siervo del Señor” (Rm 1,1).

Una vez más sale a primer plano la idea de una iniciativa de Dios en Jesucristo, a la que se está plenamente llamado.

c) El tercer requisito es el ejercicio del anuncio del Evangelio: “apóstol”, por tanto, no es y no puede ser un título honorífico, puesto que implica la existencia del sujeto interesado. En la Primera Carta a los Corintios, Pablo exclama: “¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No son ustedes mi obra en el Señor? (9,1). Análogamente, en la Segunda Carta a los Corintios, afirma: “Ustedes son nuestra carta, son una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo” (3,2-3).

d) La cuarta característica es una vida que provoque “escándalo y necedad” (1Cor 1,23): es decir, una vida que cause asombro, ante la cual muchos reaccionen, incluso con incomprensión y rechazo.

El mismo Pablo experimentó esta realidad. A los Corintios les escribe: "Pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nos consideran necios por seguir a Cristo; de hecho, somos débiles, despreciados, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el deshecho de todos” (1Cor 4,9-13).

e) La quinta es cumplir el ministerio con fidelidad y alegría (las 24 horas del día): san Pablo mismo dio ejemplo con su vida; se entregó al Evangelio con toda su existencia, ¡las veinticuatro horas! Cumplió su ministerio con fidelidad y con alegría, “para salvar a toda costa a alguno” (1Cor 9,22). Y respecto a las Iglesias, incluso sabiendo que tenía con ellas una relación de paternidad (cfr. 1Cor 4,15), incluso de maternidad (cfr. Gál 4,19), se puso en actitud de completo servicio, declarando admirablemente: “No es que pretendamos dominar sobre su fe, sino que contribuimos a su gozo” (2Cor 1,24). Pues, ésta es la misión de todos los apóstoles de Cristo en todos los tiempos: ser colaboradores de la verdadera alegría.