KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Por qué Dios castiga a la gente buena?

Autor: 
P. Emmanuel
Fuente: 
LFC-Mx

Hola, padre Emmanuel:

Mi nombre es Elena Díaz y le escribo desde el Estado de México. Para serle franca, reflexioné mucho antes de escribirle, pero quisiera pedirle que me orientara en una duda existencial y de fe que tengo y que no puedo quitarme de encima. Acudo a Usted en calidad de Director espiritual.

Le cuento: tengo 37 años de edad y los últimos dos años, mi familia y yo, no la hemos pasado nada bien. Como usted sabe, a principios de 2020 comenzamos a vivir una época difícil por la pandemia de Covid.

Mi esposo y yo teníamos un negocio que tuvimos que cerrar algunas semanas para respetar las indicaciones de las autoridades de salud. Tenía apenas algunos meses que lo habíamos emprendido y no estábamos listos para un evento de esa naturaleza, así que nos fuimos “a la quiebra” y tuvimos que utilizar lo poco que habíamos ahorrado para pagar las deudas que teníamos.

Hace unos meses mi hijo fue diagnosticado con cáncer de colon y está bajo un tratamiento muy doloroso que lo lastima mucho. Él va a sus quimioterapias con mucha esperanza, pero eso no evita que esté sufriendo mucho.

También el año pasado mi mamá falleció debido a una enfermedad cardíaca. No era muy grande, apenas iba a cumplir 60 años. Su partida fue muy dolorosa porque ella era una persona alegre y contagiaba a todos de su energía. Su muerte fue un golpe emocional muy duro para todos.

Como imaginará han sido meses muy difíciles y de mucho dolor. Yo me siento muy triste porque nosotros somos personas de bien, pues todas nuestras acciones son guiadas por los Mandamientos de Nuestro Señor. También, le confieso que soy una persona que hace mucha oración. Mi familia y yo rezamos devotamente la Coronilla a la Divina Misericordia.

He llegado a sentir enojo, pues no entiendo por qué le ha pasado todo esto a mi familia. ¿Por qué Dios permite que le pasen este tipo de tragedias a la gente buena? ¿Por qué deja que aquellos que lo seguimos fielmente vivamos momentos tan amargos? Sé que Él nos pone pruebas, pero nosotros siempre hemos tratado de seguir su Palabra. ¿Por qué, pues, nos abandona y deja que nos lleguen calamidades?

Me siento mal por sentir esto, y peor aún porque le he llegado a reclamar a Dios todo lo que nos ha pasado. ¿Qué puedo hacer? ¿Por qué Dios nos está castigando? ¿Qué es lo que hemos hecho mal? En la Biblia se nos enseña que Dios castiga a aquellos que desobedecen y no cumplen sus mandamientos. Pero, ¿por qué también nos castiga a nosotros que, en la medida de lo posible, cumplimos aquello que nos manda? Le pido su consejo y que me guíe en estos momentos tan difíciles. Y le pido también que no me juzgue a mal este reclamo y enojo que a veces me llegan contra Dios. Sé que suena extraño, pero es que la desesperación me orilla a hacerlo.

Atentamente: Elena Díaz.

RESPUESTA A LA CARTA:

Gracias, señora Elena Díaz, por escribir a la revista La Familia Cristiana para presentar sus “dudas existenciales y de fe”.

Usted dice que la Biblia no enseña que Dios castiga a aquellos que desobedecen; pero que usted no entiende por qué, los que se portan correctamente, también son probados, castigados en cierta forma. “¿Por qué Dios permite que le pasen tragedias a la gente buena? Sé que Él nos pone pruebas, pero si nosotros siempre hemos tratado de seguir su Palabra ¿por qué nos abandona y deja que nos lleguen calamidades?”.

Una orientación desde la Biblia

En el intento de proponerle una orientación, comenzaré presentándole, a grandes rasgos, la historia de uno de los tantos hombres, amigos de Dios, que, pese a las pruebas y desgracias, aprendió a mantener la fe y la confianza en Dios.

Job era una excelente persona, era un “buenazo” como se dice; no sólo respetaba y “hablaba” con Dios (oraba, se encomendaba, lo alababa) sino que era una persona que trabajaba duro y honradamente y “Dios lo había bendecido con abundantes bienes”. Tenía una familia buena, sus hijas y sus hijos eran buenos también, su esposa era feliz a su lado y él, por supuesto, era también muy feliz y vivía armónicamente con todos...

Pero un día comienzan a caer sobre él y su familia todas las desgracias habidas y por haber: sobrevienen fenómenos naturales que destruyen tierras y cosechas; los asaltantes le roban sus ganados, matan a los pastores; por diversas causas accidentales sus hijos e hijas mueren todos. Ante las pruebas la esposa quería permanecer a su lado, ayudándolo pero, finalmente, “huye” asustada, lo abandona. Job se queda sin nada y sin nadie. Y él sólo sabe repetir: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor”.

Toda la gente que se entera de lo que le está ocurriendo a Job, está segura de que si este hombre está siendo “castigado” por Dios es porque “está haciendo el mal”; pero él  responde a todos que no ha hecho nada malo; su respuesta se apega a la verdad pues, en efecto, no ha hecho nada malo ni contra Dios ni contra nadie.

Sus amigos, “queriéndolo ayudar”, se esmeran en  que recapacite y vea que algo está haciendo mal; si lo reconociera se le alejarían los “castigos” de Dios; insisten hasta que se cansan de “defender a Dios” que premia al bueno y castiga al malo, se hartan de “pelear” con Job  y también lo dejan solo.

Primera incursión en la respuesta

Usted, amable lectora y su familia, han vivido con honradez y dignidad y con ilusión han trabajado, y cuando comenzaban a saborear los frutos de sus esfuerzos se precipitan las desgracias sobre ustedes: el negocio quiebra, el hijo diagnosticado de cáncer, la mamá-suegra-abuela, tan buena y apreciada, muere…

Y al ir tocando fondo ustedes se van llenando de perplejidad y de preguntas; como también de sentimientos encontrados que se rebelan.

Más elementos en la historia de Job

Job, en su soledad, va más allá de las pruebas de la vida, baja hasta las profundidades de la existencia humana; se sume en la perplejidad, entra en el remolino del sufrimiento y el dolor y baja hasta alcanzar el misterio profundo de Dios que no castiga “automáticamente” a los malos; como tampoco las bendiciones de los justos dependen “automáticamente” de  su buen comportamiento o sus virtudes, sino de la generosidad y dádiva de Dios.

Segunda incursión en la respuesta

Estamos acostumbrados a pensar que el que se porta bien, le va bien y el que se porta mal, le va mal; así lo hemos aprendido y en cierta forma nos resulta “justo” que así sea; se llama doctrina de la justificación: “Dios premia al bueno y castiga al malo”.

Pero: ¿es una ley universal lo de “tener” y “dejar de tener” de acuerdo al comportamiento? ¿Es siempre así? Porque vemos que hay gente perversa y parece que todo le sale bien: aparece alegre, disfruta y parece progresar en todo lo que emprende (¿será?); aunque se portan mal “se ven bendecidos”. Mientras que, por otro lado, hay gente sana en su mente y en su corazón, que se esmera en hacerlo todo bien y correctamente y sin embargo parece que no progresa, no alcanza a tener todos los bienes que quisiera y a veces ni los necesarios, sufre penalidades y desgracias, como si Dios no la estuviera bendiciendo.

Entender bien la “doctrina de la justificación”

Por lo que observamos en la vida, percibimos que no se sigue una cosa de la otra: que si te portas bien, te va bien; y si te portas mal, te va mal.

Los cristianos sabemos que todo lo que tenemos, la vida misma, es un “don de Dios”. Lo que nos llega en bendición no corresponde a que nos hayamos portado tan bien y lo más probable es que muchos de nosotros nos hayamos portado mal y nos sigue llegando el bien. De hecho constatamos que algunos que andan en malos pasos tienen a veces hasta de sobra. Evidentemente lo que obtenemos en la materialidad de la vida no depende de nuestras virtudes y méritos sino de la Providencia de Dios que “hace salir su sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45), como lo dice Jesucristo, (sumando, claro, nuestros esfuerzos y trabajos).

¿Entonces, nos preguntamos, para qué portarse bien (que por cierto el buen comportamiento cuesta trabajo) si de todos modos obtenemos lo que queremos o necesitamos?

Cuidado, no cortemos parejo. Entre la materialidad –conseguir y tener cosas– y la espiritualidad –“hacer el bien sin mirar a quien” dándole su lugar a Dios y a nuestros semejantes– hay una línea delgada.

Una cosa es que Dios, en su Providencia, nos dé los frutos de la tierra para comer y para la industria y otros bienes materiales necesarios, y otra cosa es que él nos “adorne” con su bondad ayudándonos a progresar en las virtudes (rasgos espirituales de bondad, paciencia, capacidad de perdón, solidaridad y caridad); hay, efectivamente, tantos hombres y mujeres que, ciertamente con esfuerzo, van logrando la virtud; se acercan más a Dios asemejándose a Él. Esa buena relación con Dios, esa cercanía y semejanza, la proyectaremos en los hermanos y dará fruto para la eternidad. Así que Dios no sólo nos “da” para comer; sino, aún más, nos permite compartir su intimidad para “copiar” su bondad que genera las virtudes, la vida espiritual.

¿Y qué hay de las pruebas de la vida?

Éstas son también como la lluvia que cae sobre justos e injustos, así son las pruebas: a estas vicisitudes de la vida estamos expuestos todos; a cualquier “rico” le puede estar pasando lo mismo que a usted, señora Elena Díaz: comenzar un negocio y quebrar, que un hijo o hija tengan tal o cual enfermedad dolorosa y muy difícil de curar y que su mamá, todavía en buena edad, se despida de este mundo. Si el “acomodado” reconoce que Dios está presente en todo, está bien; si cree que todo es cosa de la naturaleza y que lo que ha logrado se debe a su ingenio y a su esfuerzo y que todo lo puede controlar él, se está quedando muy corto…

Para los “buenos”, como para los “malos”, las pruebas son una oportunidad para mejorar; funcionan como llamadas de atención para frenar la carrera frenética que corremos o “a ningún lado” o con metas tan cortas que se desvanecen en este mundo.

Jesús, el Hijo del Padre, bajó a nuestro mundo (se “encarnó”) para mostrarnos un camino mejor… el que nos dirige y acerca a Dios y a los hermanos. Jesús nos enseña claramente que el Padre Dios es eso: un padre que ama a sus creaturas y en particular a su creatura el hombre. Hay muchos texto en la Biblia que nos hablan del amor y la ternura de Dios que apuesta por el hombre; “Tanto ama Dios al mundo que le ha entregado a su Hijo único”; es un  Dios de misericordia, de paz y de ternura. Somos nosotros, los humanos, los que “ciegos” a ese amor de Dios nos quedamos con la imagen de un Dios vengador y justiciero que parece estar esperando un error o falla nuestra para “descargar” su castigo.

Si, guiados por Cristo, nos acercamos un poco más a Dios, terminaremos por darnos cuenta de las “bondades” de Dios. ¿No es un privilegio, muy superior a los logros materiales la posibilidad de aproximarnos a la intimidad divina y acercarnos a la santidad de Dios?

Confianza en la Providencia

Que, por otro lado, no podemos perder de vista esta otra realidad: Dios cuida de sus pobres. Porque hay gente de veras carente de muchos bienes materiales y que no tuvo las oportunidades que a otros les dio la vida (sin excusar a los conformistas, flojos y desmotivados  que pueden aparecer en todos los niveles socioeconómicos); hay que gente que, pese a sus esfuerzos sólo tienen a Dios, con los lo cual nos recuerdan a todos que “Primero Dios…”.

En el Evangelio, Jesús dejo claramente dicho: “El Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo pidan” (Mt 6, 7-8.32). “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).

Inclinarnos ante el poder del Señor

A este punto de la respuesta a su carta, señora Elena Díaz, todos podremos entender que nada ganamos con “inculpar a Dios” de lo que nos pasa, de que permita que suframos. Un buen Padre –lo dice también Jesús– corrige a sus hijos (Prov 3, 12; 13, 24). Al principio los “golpes” de la vida nos ponen tristes pero siempre nos dejarán lecciones de vida. Y ya vendrán tiempos mejores…

Job, un libro bíblico recomendable para todos

Doña Elena Díaz, le recomiendo ir a su Biblia y leer el Libro de Job; verá cómo termina la historia de las “desgracias” del llamado “paciente Job”. Que, por lo demás, cuando terminados de leer un texto sagrado decimos “Palabra de Dios”, el hombre por sí mismo no podría haber escrito eso, al menos no así.

La invito a usted y a nuestros amigos Lectores y Lectoras a que se acerquen a la Palabra de Dios, la mediten, la hagan motivo de oración y la veneren. Busquen el progreso y el bienestar, cuiden sus compras y sus ventas, pero más: cuiden su alma. Es lo que nos recomienda Jesucristo: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al final pierde su alma?” (Lc 9, 25; Mt 16, 26). 

Con cariño, se despide de Usted: P. Emmanuel.

Fuente: Revista La Familia Cristiana, septiembre 2021, México.