KÉNOSIS

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¿Por qué Jesús maldijo una higuera?

Autor: 
Ariel Álvarez Valdés
Fuente: 
Criterio Digital

Cuando el poder causa asombro

El milagro más extraño que Jesús realizó en su vida, según los Evangelios, fue el de maldecir y secar una higuera. Es el único milagro “destructivo” de Jesús; el único que realizó en Jerusalén; el único que demoró 24 horas en cumplirse; y el único históricamente incomprensible. El relato resulta tan embarazoso, que la Iglesia no lo lee nunca los domingos en la Misa.

Marcos, el único que lo relata, cuenta que una mañana Jesús salió con sus discípulos del pueblito de Betania, situado a unos 3 kilómetros al este de Jerusalén, y al poco de andar sintió hambre; viendo a lo lejos una higuera se acercó, pensando encontrar frutos, pero el árbol estaba vacío; “es que no era tiempo de higos”, dice Marcos. Entonces Jesús la maldijo diciendo: “¡Que nunca nadie coma frutos de ti!” Y siguió viaje con sus discípulos hacia el Templo de Jerusalén. Al día siguiente, cuando volvió a pasar por el mismo lugar, sus discípulos vieron con asombro que la higuera se había secado hasta sus raíces (Mc 11,12-26).

El episodio siempre ha llamado la atención de los lectores de la Biblia, que se preguntan cómo es posible que Jesús, un maestro lleno de bondad y misericordia, en un ataque de furia pudiera haber destruido una inofensiva higuera simplemente porque no le dio frutos. 

Tratando de mejorarlo

Ya san Mateo, cuando diez años después escribió su Evangelio, basándose en la obra de Marcos, se sintió perplejo por este episodio y trató de suavizar algunos detalles (Mt 21,18-22). Por ejemplo:

a) Omite decir que, cuando Jesús se acercó a la higuera, “no era aún tiempo de higos”. Para que no suene tan absurda su actitud.

b) Cambia la maldición. En vez de decir: “¡Que nunca nadie coma frutos de ti!”, dice: “¡Que nunca brote fruto de ti!”. Así, la maldición recae sobre la higuera (que no podrá dar frutos), y no sobre las personas que se quedan sin comerlos.

c) Dice que la planta se secó inmediatamente, no al día siguiente. Para que el milagro de Jesús no demorara tanto en cumplirse.

d) No menciona que la higuera se secó “de raíz”. ¿Cómo se habrían dado cuenta los discípulos? ¿Acaso desenterraron el árbol para verificarlo?

Pero ni siquiera con estas mejoras Mateo logró que el relato dejara de perturbar a los lectores.

Un perro que hable inglés

A Lucas, por su parte, el texto le pareció tan duro que directamente lo suprimió. Y en su lugar prefirió contar otro que, aunque era parecido, tenía un sentido muy distinto: la parábola de la higuera estéril. Según ésta, había un hombre que tenía una higuera plantada en su campo; como no le daba frutos, decidió arrancarla; pero el cuidador le aconsejó que tuviera paciencia y esperara un poco más, porque con ciertos cuidados la higuera podía fructificar más adelante (Lc 13,6-9).

Así Lucas reemplazó el relato negativo de Marcos, por una historia positiva y llena de esperanza.

Finalmente san Juan en su Evangelio eliminó toda referencia, sea a la maldición, sea a la parábola de la higuera.

Vemos, pues, cómo cada Evangelista trató de arreglárselas lo mejor que pudo con la tradición de aquel difícil episodio. Incluso hoy muchos autores siguen desconcertados y no terminan de comprender su significado. Por ejemplo el profesor Steve Wells, en su libro “La Biblia comentada para escépticos”, se burla de Jesús y dice que “mató una higuera que no daba frutos, sólo para mostrar al mundo cuánto Dios odia los higos”. Y el escritor Louis Cable, comentando ese pasaje, escribe: “Maldecir a una higuera por no tener fruto en marzo, es como insultar a un perro porque no puede hablar inglés”.

¿Qué significado esconde este gesto aparentemente absurdo de Jesús?

Albergue con desayuno

Lo primero que hay que resolver es si se trata de un hecho histórico o no. Si respondemos que sí, entonces estamos en problemas. Primero, porque nos lleva a preguntarnos: ¿cómo pudo Jesús tener hambre esa mañana, si según el relato venía de pasar la noche en Betania, donde sin duda habría disfrutado de un buen desayuno como es habitual en la hospitalidad oriental? ¿Y por qué sólo él sintió hambre, y no sus discípulos?

Segundo, si todavía no era la temporada de higos, ¿cómo pretendía que la planta desobedeciera las leyes de la naturaleza? Algunos, para justificar a Jesús, dicen que al ser carpintero no entendía mucho de higueras. Pero no es así. Porque durante el último sermón que pronunció, hizo justamente una comparación tomada de la higuera: “Aprendan esta parábola de la higuera: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, caen en la cuenta de que el verano está cerca” (Mc 13,28), lo cual muestra que entendía bastante de higueras maduras y estaciones. Resulta, pues, inexplicable semejante actitud hacia la pobre planta.

Tercero, los milagros de Jesús siempre tenían como objetivo ayudar a los demás. En este caso, al ver Jesús a la higuera vacía tendría que haber hecho el milagro de socorrerla para que diera frutos, y no maldecirla para que se secara. A esto hay que añadir la dificultad, ya notada por Mateo, de que la planta se secó “de raíz”, algo imposible de comprobar por los discípulos.

Vemos que muchas cosas no cierran en el relato, si es que lo tomamos como un hecho estrictamente histórico.

En busca de una idea

Por eso hoy la mayoría de los biblistas sostiene que no se trata de un episodio vivido realmente por Jesús, sino de una creación literaria, es decir, de una narración compuesta para transmitir una enseñanza religiosa, una idea teológica, con el fin de hacer reflexionar a los lectores de Marcos.

Con esto ya hemos avanzado un paso en la comprensión del pasaje. Ahora debemos averiguar qué quiso decir Marcos con el relato. Hay tres propuestas.

Para algunos, pretendió dejarnos una enseñanza sobre el aspecto humano de Jesús. Es decir, mostrarnos que a pesar de ser el Hijo de Dios, tenía las mismas necesidades y penurias que cualquier ser humano, como por ejemplo el hambre. Pero resulta difícil aceptar esta explicación, porque el acento del relato no está en el hambre de Jesús sino en la maldición de la higuera. De hecho, al día siguiente los discípulos siguen hablando de lo que le pasó al árbol, y no del hambre de Jesús.

Otros alegan que Marcos quiso dejar una enseñanza moral, y es que todo cristiano debe estar siempre preparado para dar frutos, porque en cualquier momento Jesús puede pasar por nuestra vida y pedirlos. Quien no vive para dar frutos, es como un árbol seco y maldito que ha descuidado su misión. Pero esta interpretación espiritual, que es la que hace la mayoría de los lectores de la Biblia, tampoco es aceptable. Porque la higuera y sus frutos no aparecen nunca en el Nuevo Testamento como imagen o símbolo de los cristianos.

Una fecundidad incansable

Una tercera explicación, más acertada, sostiene que la higuera en la Biblia es un símbolo del pueblo de Israel. En efecto, desde muy antiguo se aplica la metáfora de la higuera al pueblo de Dios.

Por ejemplo el profeta Oseas llama a los israelitas “fruto temprano de la higuera” (Os 9,10). Isaías los denomina “los primeros higos de la temporada” (Is 28,4). Jeremías los compara con una canasta de higos maduros (Jr 24,1-10). Miqueas se lamenta porque Israel es una higuera vacía y sin frutos (Miq 7,1). El Cantar de los Cantares equipara a la amada con una higuera madura y fecunda (Ct 2,13). 

Era, pues, tradicional emplear en el Antiguo Testamento la imagen de la higuera como figura del pueblo de Israel. ¿Por qué? Quizás porque, como afirma el historiador judío Flavio Josefo, la higuera en Galilea era el árbol más fecundo que existía; llegaba a dar frutos durante ¡diez meses al año! Es decir, prácticamente siempre. Era tal su fertilidad, que el Talmud dice: “Así como cada vez que uno va a buscar higos los encuentra, cada vez que uno busca sabiduría en la Palabra de Dios la encuentra”. Los judíos también se consideraban un pueblo fecundo en obras buenas, y por eso terminaron comparándose con la higuera.

O sea que la maldición de la higuera en realidad encierra una condena o reprobación contra el pueblo de Israel.

El milagro demorado

Pero ¿acaso pretendió con este relato descalificar a todo el pueblo de Israel? Ciertamente que no. Solo a una parte. Y si leemos atentamente el texto, descubriremos a cuál. En efecto, la narración aparece partida en dos, y en el medio se ha insertado otra escena: la de la purificación del Templo de Jerusalén por parte de Jesús. Así, la secuencia ha quedado formada por tres secciones:

a) Jesús no encuentra higos y maldice la higuera (v.12-14).

b) Sigue su camino al Templo, y expulsa a los vendedores (v.15-19).

c) Vuelve a pasar al día siguiente junto a la higuera y comprueba que se ha secado (v.20-26).

Marcos, en vez de presentar un relato continuado donde Jesús increpa al árbol y se seca inmediatamente, prefiere contar la maldición en un día, y sus consecuencias al día siguiente. ¿Por qué? Porque eso le permitía introducir en el medio la visita de Jesús al Templo, donde mantiene un altercado con los sacerdotes y escribas, reprochándoles que habían convertido la casa de Dios “en una cueva de ladrones”. Así el relato de la higuera, abrazando el incidente del Templo, dejaba en claro el mensaje a los lectores: la higuera sin frutos y seca representa aquella institución religiosa, con sus sacerdotes y ministros, cuya función ha llegado a su fin, y está a punto de desaparecer con la venida de Jesús.

Para contar lo impensable

Falta responder a una última pregunta: ¿por qué Marcos relató de esa manera el final del Templo de Jerusalén?

Desde antiguo circulaba entre los primeros cristianos el relato del incidente que Jesús había tenido allí con los sacerdotes y quienes lo administraban. Se trataba de un altercado con los vendedores de animales, un forcejeo con los cambistas de monedas, y una fuerte discusión con los encargados. Fue también el incidente que le costó la vida.

En las comunidades cristianas de origen pagano, donde vivía Marcos, resultaba problemático contar ese episodio, porque se preguntaban: ¿tanto le importó a Jesús la pureza del Templo? Si él vino precisamente a liberarnos de los ritos judíos: de las purificaciones (Mc 7,1-13), del descanso sabático (Mc 2,23-28), de las comidas impuras (Mc 7,19), de los ayunos (Mc 2,18-22), ¿cómo hacia el final de su vida iba a preocuparse en purificar el Templo para que funcione mejor? ¿Quiso acaso mejorar la celebración de sus ritos? Era un contrasentido.

Entonces Marcos, para dejar en claro que aquella acción de Jesús no fue un acto de purificación, sino un gesto de rechazo, creó el relato de la maldición de la higuera, y envolvió con él la escena del Templo. Así, sus lectores podían entender que Jesús no había ido al Santuario a purificarlo, sino a comunicar su pronta desaparición. 

Que la higuera era “estéril”, significa que el Templo ya no desempeñaba una función efectiva. Y que a continuación Jesús la “seque”, significa que con su llegada el Templo estaba destinado a desaparecer.

Sacar la higuera del Templo

El mismo Marcos nos confirma que ése era el significado de la higuera seca. Cuando más adelante Jesús pronuncia su último sermón, comienza hablando de la destrucción del Templo (Mc 13,2); en la mitad vuelve a hablar de su ruina (Mc 13,14); y al final compara este hecho con la higuera (Mc 13,28-29). Para Marcos, pues, la higuera y el Templo están conectados.

Mateo, en cambio, prefirió darle otro significado al episodio de la higuera. Como él escribe para una comunidad cristiana de origen judío, no quiso ser tan duro con el Templo de Jerusalén. Entonces modificó el relato de Marcos, de modo que Jesús primero viviera el incidente del Templo y al otro día maldijera el árbol. Así, los dos episodios quedaban separados. ¿Y qué significado tiene, entonces, en Mateo el marchitamiento de la higuera? Ya no es una enseñanza sobre el fin del Templo, sino sobre el poder que tienen la fe y la oración (Mt 21,18-22).

Por eso era de raíz

Leído así el texto, se comprenden mejor los detalles aparentemente absurdos, señalados al principio:

a) El hambre de Jesús aquella mañana. Es un símbolo de sus ansias por hallar frutos en una institución, que se había vuelto inútil y no saciaba el hambre religiosa de los israelitas.

b) Que no fuera tiempo de higos. Es una ironía hacia un organismo que se creía con derecho a tener temporadas infecundas.

c) Que el milagro sea punitivo. Jesús no pudo “ayudarlo” porque el Templo ya se había vuelto infructuoso.

d) Que se hubiera secado “de raíz”. Indica que la institución judía estaba viciada desde sus bases, y no tenía solución alguna.

El único eterno es Dios

Si había algo firme y duradero para los judíos, eso era el Templo de Jerusalén. Según la tradición era indestructible porque Dios habitaba en él. Por eso se había convertido en el centro de sus esperanzas, de su fe, de sus sueños y su futuro. Era el signo de la presencia misma de Dios. Y se pensaba que iba a durar para siempre.

Sin embargo dice san Marcos que un día Jesús, como un peregrino más, lo visitó para la fiesta de Pascua. Allí estaba el edificio sagrado, frondoso como una higuera con miles de hojas, excitando de lejos el hambre de los caminantes. Entonces Jesús sintió hambre del Templo, y quiso comer sus frutos. Pero la institución religiosa no los tenía. Prometía y no daba. Excitaba el hambre pero no podía saciarlo. Se había ocupado de sus propias hojas, de su belleza exterior, de su prestigio, pero no ofrecía ningún alimento a los que pasaban a su lado por el camino. Entonces Jesús pronunció su sentencia: “Ha pasado tu tiempo, que nadie coma de tu fruto”. Estas palabras pusieron fin a un culto nacional estéril, y abrieron las puertas a un nuevo culto capaz de saciar el hambre del mundo.

Hoy son muchos los que en la Iglesia se aferran a instituciones, estructuras, celebraciones, ritos, prácticas, devociones, como si tuvieran una sacralidad en sí mismas, y fueran a durar perpetuamente. El Evangelio nos enseña que hay que aprender a revisar las instituciones eclesiales, y descubrir cuáles están dado frutos y cuáles no. Y si encontramos alguna que resulte estéril, seca, decadente, hay que tener la valentía de suprimirla, por más venerabilidad que parezca tener. Porque el paso del tiempo relativiza toda institución. Y como Dios busca salvar a los hombres de todos los tiempos, necesita constantemente nuevas organizaciones, estructuras y andamiajes por donde derivar la fuerza transformadora de su Evangelio. Lo demás, puede sin pena desaparecer. Nada hay eterno en este mundo, fuera de Dios.

Lo atestigua el Templo hoy ausente de Jerusalén.

Acerca del autor: Ariel Álvarez Valdés es Doctor en Sagradas Escrituras.

Fuente: Criterio Digital.