KÉNOSIS

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¿Por qué tantas envidias en la Biblia?

Autor: 
Sophie de Villeneuve
Fuente: 
La Croix

A continuación te presentamos una entrevista hecha al hermano Adrien Candiard, dominico del convento de El Cairo (capital de Egipto) y autor de la obra “Cuando estabas debajo de la higuera. Comentarios inoportunos sobre la vida cristiana” (Editorial Cerf). La entrevista gira en torno al tema de la envidia, y fue hecha por Sophie de Villeneuve, corresponsal del informativo católico francés La Croix.

Sophie de Villeneuve: Estimado Hermano, Usted ha publicado un libro (titulado “Cuando estabas debajo de la higuera. Comentarios inoportunos sobre la vida cristiana”)donde responde a las preguntas de la emisión “Mille questions à la foi”de la radio de Radio Notre-Dame, y en el cual evoca un pecado que define como el más destructor, el de la envidia. ¿Por qué la envidia está tan presente en los textos de la Biblia?

Adrien Candiard: Porque está presente en la vida, y la Biblia se interesa de nuestra vida. La envidia es uno de los pecados de los que más se oye hablar, y no solamente en confesión. Las envidias entre hermanos, que comienza ya en la infancia, pueden minar la vida de esas familias durante mucho tiempo. La envidia se vive también en las comunidades religiosas, en la vida profesional… Porque la envidia es la manifestación de una angustia muy profunda: la de no ser amado. Para nosotros, ser amados significa ser preferidos. Sabemos, en general, que nuestros padres nos aman, pero nos gustaría ser preferidos. Necesitamos que se nos distingan. Esta angustia se manifiesta en forma de envidia, lo que es catastrófico. Cuando estás en cólera contra alguien, cuando te comportas mal, puedes pedir perdón. Cuando se es envidioso, en general no se puede justificar. A menudo, uno se enfada porque no se aprecia el mal que hace el otro. En la envidia, lo que no se ama es el bien que hace o lo bueno que tiene. Lo que no se ama son las cualidades del otro, y sabemos que esto no es bueno.

Sophie de Villeneuve: ¿Se siente vergüenza por ser envidioso?

Adrien Candiard: Sí, y es doblemente doloroso, porque se vive el dolor de la envidia y el dolor de saber que no está bien.

Sophie de Villeneuve: ¿Por qué decir que la envidia es un pecado?

Adrien Candiard: El hombre es siempre, a la vez, víctima y culpable del pecado. El pecado no es una infracción al reglamento, sino lo que nos arruina. Si Dios no ama el pecado, no es porque nos lo ha prohibido, sino porque no le gusta ver que nos destruimos. Es un pecado extremamente destructivo que comienza con el asesinato de Abel en manos de Caín y que se encuentra a lo largo de todo el Antiguo Testamento, con la historia de José y sus hermanos, por ejemplo, y también en el Nuevo Testamento. Al final del Evangelio de Juan, después de la resurrección de Jesús, después de la pesca milagrosa, Jesús confía su Iglesia a Pedro en un diálogo muy hermoso al final del cual le dice: “Sígueme”. El Evangelio podría terminar ahí, pero Pedro se vuelve, ve al discípulo bien amado y dice: “Señor, y este, ¿qué?”. Como si Pedro no pudiera contentarse del amor de Cristo y de la responsabilidad que le confía, sino que quisiera saber qué lugar Cristo le reserva al otro discípulo. Jesús le responde: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme”. Le remite a su propia responsabilidad, que no es la del bien amado, y al don que le ha hecho personalmente a él, y no a otro.

Sophie de Villeneuve: Pero, en el caso de Caín y Abel, ¿no es Dios mismo quien instaura la envidia prefiriendo las ofrendas de Abel?

Adrien Candiard: En efecto, la primera envidia no concierne a la relación entre los parientes, sino a la relación con Dios. Caín mata a su hermano porque –según nos dice la Biblia de manera muy sobria– Dios acepta las ofrendas de Abel y no las de Caín. Y, constantemente, Dios, en la Biblia, elige. Elige a Abrahán y a Isaac; elige a Jacob que, sin embargo, no es mejor que su hermano; elige a un pueblo. Y esto provoca siempre envidia. Cuando Dios elige a Abrahán, lo justifica no con una cierta superioridad de Abrahán, sino diciendo: “Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra”. La bendición de Abrahán no es por Abrahán, sino para «todas las familias de la tierra». ¿Qué quiere decir esto? Que para gozar de esta bendición, es necesario aceptar que Dios ame a cada uno con un amor especial. No nutre un amor impersonal y vago por la humanidad, sino que Dios ama a cada uno con un amor de amistad, en una relación sin igual. Y, finalmente, lo que dice el Nuevo Testamento es que Dios prefiere a cada uno. Pues para nosotros, amar es preferir, y si Dios no prefiriera, no amaría.

Sophie de Villeneuve: Entonces, si Dios elige a Abel, ¿es porque prefiere a Abel, y no porque no ame a Caín? ¿Elige a Abel por una razón específica?

Adrien Candiard: La Biblia no dice mucho sobre Abel y Caín. Al contrario, sobre el tema de la elección, es mucho más explícita. Dios pone a alguien a parte para hacer ver a todos cómo quiere amar. Dios quiere amar personalmente, y no en general. No ama a la humanidad en general, Él la ama a usted y me ama a mí. Amar se conjuga al singular. Dios ama con un amor preferencial, y no con un amor global. Ama con un amor gratuito, y no según los servicios que le procuremos. Y lo que la historia de Caín y Abel nos hace ver, es que su amor no es algo debido. Dios no tiene que amar a nadie. Él la prefiere a Usted, Él también me prefiere.

Sophie de Villeneuve: Las historias de envidia en la Biblia dan la impresión de que es Dios mismo quien la establece. ¿Es una idea errónea? ¿La envidia es algo puramente humano, porque tenemos el sentimiento de no ser amados?

Adrien Candiard: Cuando Dios entra en nuestra vida humana, se confronta con la complejidad de nuestro corazón, que se juega sobre todo en el sentimiento de envidia. Dios nos ama y quiere que le amemos; entra, pues, en el complicado juego del corazón del hombre.

Sophie de Villeneuve: ¿La Biblia nos enseña a salir de la envidia?

Adrien Candiard: Cristo nos llama a amar el bien allí donde esté, y no solamente cuando está en nosotros. Necesitamos deshacernos de esa voluntad de poseer, y, sobre todo, de poseer el bien. Puedo entristecerme por no tener tus cualidades, considerarme una nulidad y considerar también un desastre que usted sea mejor que yo. Supongamos que usted canta mejor que yo. Yo podría entristecerme, lo que no ayudaría nada; también puedo escucharla y alegrarme por su hermosa voz. Entonces, su voz me pertenecería tanto como a usted.

Sophie de Villeneuve: Entonces, ¿el antídoto para la envidia es alegrarse del bien que se encuentra en los otros?

Adrien Candiard: Es alegrarse del bien allí donde esté, porque es el bien, y cuando nos alegramos de ello, el bien nos pertenece.

Sophie de Villeneuve: Pero esto no es dado a todos, ¡exige un cierto esfuerzo!

Adrien Candiard: Se da a todos, pero es verdad que exige la conversión del corazón y de la mirada.

 

Fuente: La Croix, periódico perteneciente a la Congregación Religiosa “Les Augustins de l’Assomption”.