KÉNOSIS

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¿Por qué y para qué ir a Misa?

Autor: 
Nueva Evangelización
Fuente: 
Primeros Cristianos

¿No está Dios en todas partes? ¿Qué sentido tienen la misa y los sacramentos? En uno de sus textos escrito en vísperas del Concilio Vaticano II, y que ahora se publica revisado, Joseph Ratzinger (después Papa Benedicto XVI) profundiza y esclarece estas y otras cuestiones de modo instructivo:

Durante los últimos siglos, en las iglesias católicas el altar se situaba al fondo del templo, como presidiendo la sala donde está el trono de Dios. Como consecuencia de que los protestantes lo negaran, se acentuaba la presencia real de Jesús en la sagrada hostia. No existía, hasta san Pío X (pontífice del 1903 a 1914), la posibilidad de la comunión frecuente y se tenía la idea de que cada vez que se recibía la comunión había que confesarse. Hoy hemos pasado al polo opuesto: acudimos con demasiada ligereza a la comunión, incluso quizá sin examinar nuestra conciencia para ver si encontramos algún pecado grave del que sea necesario confesarse.

¿Qué es la Eucaristía?

1. Para comprender qué es la Eucaristía, es importante comprender la presencia real de Dios en la sagrada hostia, así como su debida adoración. Lo que Jesús desea, por cierto, es ser recibido por nosotros en la comunión. Porque Él quiere ser para nosotros un alimento.

Por tanto, “el pan santo no está sólo para contemplar, sino para comer. Es decir: Él se quedó allí no solo para ser adorado, sino sobre todo para ser recibido”. Pues más que los sagrarios de piedra, a Cristo le importan los sagrarios vivos que hemos de ser los cristianos, que Dios necesita en medio del mundo, para que llevemos con valentía su Espíritu de verdad y de justicia. Por eso el altar –donde se actualiza el sacrificio de la cruz y Cristo se nos ofrece como alimento– tiene preeminencia respecto del sagrario, que es consecuencia de la Misa.

San Agustín interpretó que la comunión eucarística no es un alimento que se convierte en nosotros sino al revés. Es alimento que nos transforma en el cuerpo de Cristo. En consecuencia: “El sentido primario de la comunión no es el encuentro del individuo con su Dios –para lo cual habría también otras vías–, sino que su sentido es, justamente, la fusión de los individuos entre sí a través de Cristo. Es decir, la comunión es, según su esencia, el sacramento de la fraternidad cristiana”.De ahí que comulgar nos exige vivir la fraternidad y la caridad.

Consecuencias para la piedad eucarística

2. ¿Qué consecuencias tiene esto para la piedad eucarística? La facilidad que hoy tenemos para comulgar con frecuencia debe llevarnos a una piedad eucarística en relación con lo que realmente es la Eucaristía: la unión con Cristo y, en Él, con todos nuestros hermanos. Pero precisemos algunos puntos concretos:

a) El sentido de la misa es, en primer lugar, el encuentro personal con Dios (Padre); pero también el encuentro con la comunidad de los cristianos con los que podemos decir “Padre nuestro”porque somos hermanos de Cristo y como consecuencia lo somos entre nosotros.

b) Por eso, no hay misas “privadas” (en sentido estricto), pues en toda Misa celebra la Iglesia entera, también la que está en el cielo y en el purgatorio.

c) También por eso la comunión es más que un encuentro “privado” con Dios: es la unión con Cristo y con nuestros hermanos. Por ese motivo la comunión (excepto para los enfermos ausentes, a los que se les puede llevar la comunión) tiene pleno sentido dentro de la Misa, que es celebración de la comunidad cristiana.

d) La comunión no es un premio para los especialmente virtuosos (¿cómo podría recibírsela, sin ser un fariseo?), sino el pan de los peregrinos”. Esto nos evoca la insistencia del Papa Francisco: “La Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (Evangelii gaudium, n. 47). Lo cual no quita que haya que confesarse ante la conciencia de pecado grave, pero no es necesario hacerlo en los demás casos: pecado venial, negligencias, faltas, etc.

La Eucaristía, afirma Ratzinger, es nuestro sí a la Iglesia como cuerpo de Cristo, que nos permite salir de lo meramente terreno para unirnos a lo divino y eterno. De ahí que, en último término, ser cristiano es poder comulgar. Por eso lo normal sería que comulgásemos al menos los domingos, y eso nos daría una luz para nuestra vida cotidiana.

La necesidad de los sacramentos

3. Finalmente, de aquí surge una mejor comprensión sobre el sentido de los sacramentos en general. El hombre de hoy “a menudo no comprende bien por qué tiene que acudir a Misa en la iglesia”. Si no quiere ser arreligioso, cree que tiene relación con Dios y no necesita nada de los sacramentos y de la Iglesia. Y se dice: “¿Acaso no está Dios en todas partes? ¿No será mejor encontrar al Creador en su naturaleza –en la magnífica catedral del bosque con su regia libertad– que en el aburrido recinto de la Iglesia, en la multitud cansada y sentimental que va a la iglesia?”

He aquí la respuesta lúcida de Joseph Ratzinger: “Realmente, quien solo vea en la Eucaristía la presencia de Dios no podrá dar una verdadera respuesta a esas preguntas (…). En la Eucaristía no está presente solamente Dios, sino el hombre Jesucristo, es decir, el Dios que se hizo hermano nuestro, de los hombres. Y, por eso, la Eucaristía no es solamente un encuentro con Dios, sino la unión de los hombres desde Dios en la fe y en la comunidad que es el cuerpo de Cristo”.

De ahí se deduce que los sacramentos tienen tres dimensiones:

Primero, son garantía de la auténtica respuesta de Dios a la religión; pues ésta no es un soliloquio del hombre con Dios sino el encuentro con Dios que en Cristo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hermano nuestro. Con ello, “la religión adquiere su seriedad vinculante, su dignidad y grandeza, sin las cuales seguiría siendo un entusiasmo sin compromiso”.

Segundo, los sacramentos son garantía de que la religión responde a la dimensión corporal del hombre. Una religión del sentimiento privado, puramente espiritual, no responde a la vida del ser humano. En los sacramentos se recurre a los elementos de la tierra, pan y vino, fruto del del trabajo humano, que son elevados a fin de hacernos vislumbrar un mundo nuevo y vivir participando de la vida divina.

Tercero, los sacramentos son remedio contra el individualismo, porque nos reúnen en la comunidad que da gloria a Dios, y que se abre a la paz del Reino eterno. “Este es realmente el sentido más profundo de la Eucaristía: que la humanidad dispersa y herida sea reunida en la unidad del único Señor Jesucristo, el único que es vida verdadera”.

Una conclusión

En definitiva, podríamos concluir: ¿Por qué y para qué ir a la Iglesia? ¿Por qué y para qué participar en la Misa dominical? Pues porque allí nos encontramos no solamente con Dios, en sentido genérico, sino concretamente con Jesús, nuestro salvador y redentor, que nos une a los cristianos en su familia, para hacernos capaces de ser mejores, de ser más felices, de llevar la vida verdadera a nuestras familias, a nuestros amigos, al mundo: la vida que procede del Dios uno y trino que en Cristo se nos da.

 

Lecturas recomendadas: Joseph Ratzinger, Obras completas, VII/1  /  Sobre la enseñanza del Concilio Vaticano II.