KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Qué es la fe? ¿Por qué la necesitamos?

Autor: 
Consuelo Vélez
Fuente: 
RD

Ser cristiano/a es una experiencia que se ha de renovar cada día porque la fe no es algo adquirido de una vez para siempre, como si fuera una cosa que se compra y ya nos pertenece, sino que supone una relación de encuentro personal con Dios y, como tal, ha de cuidarse, alimentarse, hacerla crecer y velar porque no pierda su lozanía y frescura cada día.

La fe es un don de Dios

Por tanto, la fe es un don y no lo adquirimos por nuestras fuerzas. Es el don de ser llamados a la existencia por el mismo Dios y de ser sostenidos cada día por su gracia. Es ser sus hijos/as, obra de sus manos –como dice el Salmo 139–. Pero también, la fe es la respuesta que damos a ese don, respuesta que va creciendo en la medida que libremente le acogemos y nos disponemos al seguimiento de Jesús.

Ese movimiento del don recibido y la respuesta que se da, constituye el corazón de la vida cristiana. Eso sí, la supremacía siempre será de parte de Dios pero nuestra respuesta es definitiva porque Él, por encima de todo, respeta nuestra libertad y no nos obliga a nada que no nazca de lo más profundo de nuestro propio corazón.

Alimentar nuestra fe

Pero ¿cómo alimentar la fe y mantener su vitalidad? ¿cómo hacerla crecer y fructificar? No hay recetas para esto porque los caminos de Dios son inabarcables. Pero si hay actitudes que ayudan en la vida cristiana y, los santos/as y las personas de fe que nos han precedido en este camino, nos han mostrado los frutos que de ellas se desprenden.

Nos referimos a mantener esa apertura al misterio divino. Dejarnos sorprender y, de alguna manera, sumergir, en ese misterio del Dios que nos sobrepasa. Cuando pretendemos explicar todo con la razón, es como si cerráramos las puertas a la gratuidad y a la confianza y la vida se fuera volviendo árida, debilitándose la esperanza. Esto no significa, mantener la ingenuidad de quien se deja llevar por las circunstancias y se resigna a dejar que las cosas sean así porque imagina que es la voluntad de Dios sobre ella. Pero sí significa que la vida supone mucho más de lo que podemos explicar y, en cierto sentido, que hay “razones del corazón que la razón no entiende” –como decía Pascal– y es allí donde el Dios en quien creemos, se hace presente en las situaciones que no logramos entender y Él tiene la última palabra, allí donde no vislumbramos salidas.

Precisamente el cultivo de ese horizonte de trascendencia, nos introduce en la experiencia de oración, entendida como encuentro de amor con el Señor, como diálogo y relación personal con Él, como comunión de vida y dedicación a su causa. Por eso la fe se cultiva con la oración. Una oración que es escucha del acontecer de Dios en nuestra historia, especialmente, en los más pobres, aquellos con los que el Jesús histórico decidió compartir su suerte y su destino.

En ningún momento la oración cristiana puede ser intimista, ni refugio personal, ni terapia psicológica. Para eso existen muchas técnicas que contribuyen al equilibrio interior y, en la medida que se necesiten y sean buenas, habrá que utilizarlas. Pero la oración es cuestión de amor, de salida de sí para hacer posible el Reino, de vivencia de la fraternidad/sororidad, cada vez de manera más plena y con mayor radicalidad.

En otras palabras la fe se alimenta de esa oración que desinstala nuestra vida y es esa desinstalación la que hace viva la fe, la mantiene fresa y renovada porque exige su puesta en práctica en todos los momentos de la vida. Una fe que es vitalidad, respuesta y compromiso, puede convocar a otros al seguimiento de Jesús. Se convierte en testimonio y profecía de una experiencia cristiana que lejos de apartarnos del mundo, nos compromete con él.

Compromiso

Revisemos, entonces, la vitalidad de nuestra fe y su capacidad de hacernos crecer en compromiso y responsabilidad. De mantenernos siempre abiertos a las necesidades que reclaman nuestra respuesta. De llevarnos por caminos distintos que jamás hubiéramos transitado si no fuera por el dinamismo que ella engendra. Fe y experiencia cristiana se alimentan mutuamente porque de la primera surge la vida cristiana pero de ésta se revitaliza cada día la fe.