KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Qué son los Novísimos? ¿Qué nos dice el Catecismo?

Autor: 
Redacción
Fuente: 
Opus Dei

“¡Qué contento se debe morir, cuando se han vivido heroicamente todos los minutos de la vida! Te lo puedo asegurar porque he presenciado la alegría de quienes, con serena impaciencia, durante muchos años, se han preparado para ese encuentro”

(Josemaría Escrivá de Balaguer)

 

En los Libros Santos se llaman Novísimos a las cosas que sucederán al hombre al final de su vida, la muerte, el juicio, el destino eterno: el cielo o el infierno. La Iglesia los hace presentes de modo especial durante el mes de noviembre. A través de la liturgia, se invita a los cristianos a meditar sobre estas realidades.

1. ¿Qué hay después de la muerte? ¿Dios juzga a cada persona por su vida?

El Catecismo de la Iglesia católica enseña que “la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. Es decir, cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida en Jesús, bien a través de la purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1021-1022).

2. ¿Quiénes van al cielo? ¿Cómo es el cielo?

El cielo es “el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”.

Los que mueren en la gracia y en la amistad con Dios y están perfectamente purificados van al cielo. Es decir, viven en Dios, lo ven tal cual es. Están para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, gozan de su felicidad, de su Bien, de la Verdad y de la Belleza de Dios.

Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Dios, con la Virgen María, con los ángeles y todos los bienaventurados se llama el cielo. Es Cristo quien, por su muerte y Resurrección, nos ha “abierto el cielo”. Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (Jn 14,3; Flp 1,23; 1Ts 4,17). Los que llegan al cielo viven “en Él”, aún más, encuentran allí su verdadera identidad.

3. ¿Por qué el Purgatorio? ¿Es para siempre?

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque estén seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.

Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2M 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.

4. Pero, ¿en realidad existe el infierno?

El Infierno, más que un lugar, es el hecho de permanecer separados de Dios, nuestro Creador y nuestro fin, por nuestra propia y libre elección. Es un estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Aquél que es amor, autoexclusión también de la comunidad de los bienaventurados.

Morir en pecado mortal, es decir, sin estar arrepentidos y sin el deseo de acoger el amor misericordioso de Dios, es elegir este fin doloroso para siempre.

La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del Infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas cuya imagen se expresa con “el fuego eterno”. La pena principal del Infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

Jesús habla con frecuencia de la gehennay del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse.

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del Infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: “Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran” (Mt 7,13-14).

5. ¿Cuándo acontecerá el juicio final? ¿En qué consistirá?

La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores” (Hch 24,15), precederá al Juicio final. Esta será “la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5,28-29). Entonces, Cristo vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna” (Mt 25,31.32).

El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (Ct 8,6).

El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres un “tiempo favorable para recapacitar, un tiempo de salvación” (2Cor 6,2).

Como se ha dicho: ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo.

6. ¿Por qué rezar por los difuntos?

En la Iglesia Católica el mes de noviembre, está iluminado de modo particular por el misterio de la comunión de los santos que se refiere a la unión y la ayuda mutua que podemos prestarnos los cristianos: aquellos que aún estamos en la tierra, así como los que participan de la gloria de Dios.

Todos, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo. Esta sabiduría permanece en la Iglesia desde sus inicios, siendo consciente de que todos participamos de la comunión del Cuerpo místico de Jesucristo.

Esta es la razón que fundamenta la oración que hacemos por nuestros difuntos: buscar y mantener la comunión con ellos hasta el momento de la consumación de los tiempos. A ello hemos de agregar la sabia y profunda tradición en la Iglesia de honrar la memoria de los difuntos y ofrecer sufragios en su favor, en particular el sacrificio Eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. Por otra parte, la Iglesia también recomienda, a favor de los difuntos, las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia.