KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¿Quién es el prójimo en la red?

Autor: 
Antonio Spadaro
Fuente: 
Herder

El verdadero núcleo problemático que estamos encarando, hoy por hoy, es el cambio del concepto de “presencia” (y, por tanto, de “projimidad”), debido al influjo de los medios digitales y de las redes sociales que desarrollan una nueva forma de presencia virtual. ¿Qué significa, pues, estar presentes los unos a los otros? ¿Qué significa estar presentes en un evento? La existencia “virtual” parece configurarse con un estatuto ontológico incierto: prescinde de la presencia física, pero ofrece una forma, a veces también vívida, de presencia social.

Ciertamente, dicha presencia no es un simple producto de la consciencia, una imagen de la mente, pero tampoco es una res extensa, una realidad objetiva ordinaria, entre otras cosas porque sólo existe en el acontecer de la interacción. En efecto, las esferas existenciales implicadas en la presencia en la red hay que indagarlas mejor en su entrelazamiento. Se abre frente a nosotros un mundo híbrido, cuya ontología habría que indagar mejor en orden a la comprensión teológica.

Ciertamente, una parte de nuestra capacidad de ver y de escuchar está ya visiblemente “dentro” de la red, por lo cual la conectividad está ya en una fase de definición como un derecho cuya violación incide profundamente en las capacidades relacionales y sociales de las personas. Nuestra misma identidad se ve cada vez más como un valor que hay que pensar como diseminado en varios espacios y no simplemente ligado a nuestra presencia física, a nuestra realidad biológica.

Frente a este escenario, la respuesta del Papa Francisco es al mismo tiempo sabia y valiente, porque no se limita a teorizar, sino que se pone en camino hacia las periferias y arriesga lo propio:

“No basta pasar por las calles digitales, es decir, simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno a la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autorreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar hasta los confines de la tierra” (cf. Mensaje del Papa para la XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales – 2014).

En la parábola evangélica del “prójimo”, es decir, del “comunicador”, el levita y el sacerdote [...] no vieron la realidad de un prójimo herido, sino la “pseudorrealidad” de un “ajeno”, de un “extraño”, ante quien conviene pasar de largo. Y el peligro hoy es este: que algunos medios instalen una ley y una liturgia que nos hacen pasar de largo ante el prójimo concreto para buscar y servir otros intereses –señalaba Bergoglio ya en 2002–.

Esto vale también para las “leyes” y las liturgias cristianas: evangelizar no significa en modo alguno hacer “propaganda” del Evangelio. No significa “transmitir” mensajes de fe. El evangelio no es un mensaje entre muchos otros. Por tanto, evangelizar no significa insertar contenidos declaradamente religiosos en Facebook y Twitter. Y, además, la verdad del Evangelio no extrae su valor de su popularidad o de la cantidad de atención (o sea, de los “me gusta”) que recibe. Por el contrario, el Papa subraya la necesidad de estar disponibles para los demás hombres y mujeres que están a nuestro alrededor, de implicarse para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana.

Por tanto, dar testimonio significa ante todo vivir una vida ordinaria alimentada por la fe en todo: visión del mundo, opciones, orientaciones, gustos, y, consecuentemente, también el modo de comunicar, de construir amistades y de relacionarse fuera y dentro de la red. Por consiguiente, como escribiera el Papa Benedicto XVI, se trata de ser testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él.

Así pues, la Iglesia en red está llamada no a ser una “emisora” de contenidos religiosos, sino una “participación” del Evangelio en una sociedad compleja. El Evangelio no es una mercancía para vender en un “mercado” saturado de informaciones. A menudo resulta muy eficaz un mensaje discreto capaz de suscitar interés, deseo de la verdad, y así mover la conciencia. Esto permite evitar la trampa del acostumbramiento a un anuncio que se considera ya conocido, visto, escuchado. En el testimonio es preciso aprender del episodio del encuentro de Cristo resucitado con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), donde el Señor se acerca a los dos hombres que iban “con aire entristecido” y les abre con delicadeza el corazón al reconocimiento del misterio.

La posible separación entre conexión y encuentro, entre participación y relación, implica el hecho de que hoy, paradójicamente, las relaciones pueden mantenerse sin renunciar a la propia situación de aislamiento egoísta. Sherry Turkle ha retomado esta situación en el título de su libro: Alone together. La fractura en la projimidad está dada por la mediación tecnológica por la cual me resulta cercano el prójimo, es decir, aquel que está “conectado” conmigo.

¿Cuál es el peligro, entonces? El de estar “lejos” de un amigo mío que vive cerca pero que no está en Facebook y utiliza poco el correo electrónico, y, en lugar de ello, sentir “cerca” a una persona con la que jamás me he encontrado, que se ha hecho “amiga” mía porque es amiga de un amigo mío y con la cual tengo un intercambio frecuente en la red.

Esta extrañeza tiene raíces profundas en el anonimato de la sociedad de masas. Hasta comienzos del siglo XX la mayor parte de la población vivía en el ámbito agrícola y, ciertamente, las personas no conocían sino poquísimos centenares de rostros en su vida. Hoy lo normal es lo contrario: no se reconocen los rostros que uno encuentra por la calle, y es obvio que el prójimo es sustancialmente un desconocido. El paso problemático es que se comienza a valorar la projimidad con criterios demasiado elementales, carentes de la complejidad propia de una relación verdadera, profunda.

La tecnología habitúa cada vez más al cerebro a aplicar la experiencia del videojuego, que se basa en la lógica de “respuesta acertada / respuesta errónea” a los estímulos que enviamos a nuestro interlocutor. Pero, cristianamente, el “prójimo” no es, por cierto, aquel que nos ofrece “respuestas acertadas” a los estímulos que dirigimos hacia él. La lógica evangélica es muy clara al respecto: “Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestan a aquellos de los que esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo” (Lc 6,32-35).

Además, cuando el evangelista Lucas habla de “hacer el bien”, hoy deberíamos entenderlo en el sentido más literal posible. El contacto de videojuego en la red se desarrolla sustancialmente gracias a “palabras”, es decir, a relatos, mensajes escritos. Antes, por ejemplo, para los jóvenes solo era posible ser amigos si se hacía algo juntos, si había una actividad compartida, tal como ir a comer pizza juntos, tocar música juntos o participar en un grupo. Hoy, en cambio, es posible ser “amigos” simplemente escribiendo la propia vida en un tablón de anuncios en línea.

Fuente: Antonio Spadaro, “Compartir a Dios en la red”, Herder, Barcelona 2016.

Traducción del Italiano: Roberto H. Bernet.