KÉNOSIS

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Saber escuchar

Autor: 
Rafael Espino
Fuente: 
Kénosis

De entre los que fueron mis compañeros en la Preparatoria recuerdo a Eduardo por algo que lo distinguía: su habilidad para no reconocer sus errores. Cuando alguien trataba de convencerlo de que estaba equivocado, él no discutía, simplemente cambiaba enseguida de tema y empezaba a hablar de ese otro asunto, y no paraba hasta que el compañero se cansaba de oírlo y de no ser escuchado. ¡Muy eficaz malicia esa de Eduardo!

No escuchar es lo mismo que no entablar una relación interpersonal. Es quedarse en la cerrazón del egoísmo y de la autosuficiencia.

La “Bestia” que no deja de hablar

En el capítulo 13 del Apocalipsis (versículos 5-6), la “Bestia” (= el Demonio) es presentada como un monstruo al que se le permite tomar la palabra, y la emplea para blasfemar y proferir arrogancias sin darse tregua; a nadie escucha, sólo vocifera. En el versículo 9 del mismo capítulo, el vidente invita a sus lectores a comprender lo que han visto: “El que tiene oídos, que escuche”.

Hay en el mundo muchos sordos fisiológicos, pero son muchos más los que no escuchan a los demás y tampoco se escuchan a sí mismos. En el interior de esas personas van ganando terreno los instintos y prejuicios, y perdiendo campo las reflexiones y consideraciones objetivas. De ese modo, tales individuos se van haciendo cada vez menos conscientes de sus actos y de sus palabras, y eso los vuelve menos humanos.

Inmersos en un mar de medios, pero incomunicados

En la cultura hoy dominante, nos encontramos inmersos en un océano de medios de comunicación que, paradójicamente, impiden la comunicación. Un desafío gigantesco que se nos presenta es mantener o recuperar la capacidad de escuchar, para no acabar incomunicados.

La primera comunicación debe ser consigo mismo. El que “no se escucha”, no se conoce y no es dueño de su persona. Tampoco está en grado de escuchar a los demás y de entablar con ellos una corriente de auténtica comunicación: sus relaciones serán meramente funcionales y mecánicas, aun en aquellos casos en que, por habilidad adquirida, haga uso de un lenguaje florido. Quien se escucha a sí mismo, entra en su interior y toma conciencia de su genuina identidad, con sus valores y sus límites, con sus áreas profundas más protegidas, con sus dolencias y sus temores, sus angustias y sus aspiraciones. En esa escucha de sí mismo halla el camino para aceptarse y la posibilidad de crecer al relacionarse con los demás. Con mucha razón afirma el Papa Francisco: “En la capacidad de escucha está la raíz de la paz”.

La escucha como buena educación

Escuchar es también un acto de buena educación y cortesía. Para adquirir el hábito de la escucha y que éste se vuelva una virtud, es decir una fuerza, hace falta ejercitarlo sistemáticamente. Te doy algunas pistas que, si las sigues, te serán de mucha utilidad:

1. Dale mucho valor al silencio, sea que te encuentres solo o estés participando en una conversación. No seas de los que llenan de ruido todos los momentos, ni de aquellos que no le dejan hablar al prójimo y lo interrumpen constantemente sin dejarlo terminar la exposición de una idea, de un acontecimiento, de una propuesta. Quienes llenan de ruido todos los momentos se percibe en ellos que no escuchan a su interlocutor. Recuerda: ¡Sólo en el silencio atento se comprende al otro. La palabrería sólo genera confusión y malestar!

2. Cuando estés en diálogo con alguien, míralo a los ojos y hazle ver, con las expresiones de tu rostro, que estás siguiendo con atención su discurso. Si le haces una pregunta, dale tiempo para que elabore su respuesta y escúchalo hasta el final sin cortarle el hilo de lo que quiera decir.

3. Pide permiso para intervenir: cuando, en el curso de una conversación, consideres oportuno interrumpir a quien está haciendo uso de la palabra, porque no quieres que se te escape una idea, o porque deseas aportar algo al tema, o para rectificar una opinión, pide antes permiso para intervenir. Puedes hacerlo con un gesto de la mano o con alguna expresión convencional: “¿Me permite...?”

4. Practica mucho la reflexión y el recogimiento: al menos diez minutos cada día, para que profundices en algo que hayas escuchado o leído, o para que te interrogues sobre tu propia conducta, tus ideas, tus resoluciones...

5. Contribuye al silencio ambiental: modera el volumen de los aparatos que emiten sonidos, y no los dejes encendidos cuando no los estés usando. Ayuda también a los integrantes de tu familia para que aprecien el silencio, que no es –como algunos dicen– signo de funerales, sino germen de vida y de cordial convivencia.

¿Por qué es tan importante saber escuchar?

Diferentes estudios realizados sobre cómo empleamos nuestro tiempo, fuera del sueño, indican que dedicamos el 20% del tiempo a leer y escribir, el 25% a hablar ¡y el 55% a escuchar! De allí lo importante de aprender las reglas de este grandioso hábito.

A propósito, quien sabe escuchar acrecienta su potencial para:

a) Conocer y comunicarse con los demás y con el mundo circundante.

c) Conocerse a sí mismo e identificar lo más íntimo de la persona.

b) Acercarse a Dios, que es la fuente de la vida.

¡Quien no escucha es egoísta!

Una persona que no sabe escuchar adolece de un carácter atractivo y, por lo general, actúa caprichosamente o con infantilismo.

Este tipo de personas son fáciles de detectar: muestran falta de atención, no brindan respeto hacia los otros, son personas antipáticas o agresivas, con rigidez mental y desinterés por aprender, todo lo cual se traduce en “egoísmo”.

¡Aprendamos a escuchar! Escuchar es un arte.

Acerca del autor: Rafael Espino Guzmán es sacerdote y miembro de la Sociedad de San Pablo (México).