KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28)

Autor: 
Rafael Espino
Fuente: 
Kénosis
Santo Tomás el incrédulo

En el centro de la fe cristiana se encuentra el reconocimiento de que Dios viene a nosotros en la persona de Jesús. Esta verdad se muestra de manera clarividente en el Evangelio de este Domingo (19 de abril 2020), que narra el episodio en que santo Tomás (el que dudó), después de una semana de enrabietada resistencia a creer, se encuentra cara a cara con Cristo resucitado que le invita a tocar sus heridas (Juan 20,19-31).

¿Qué es lo que sucedió en aquel momento? ¿Qué llevó al apóstol Tomás a exclamar: “¡Señor mío y Dios mío!”? Entre Jesús y Tomás se había creado una profunda amistad durante los años públicos en Galilea, pero después de la muerte y resurrección del Maestro se fermentó entre ambos una nueva relación. Aquél que murió en la cruz, ahora se aparece glorioso ante los discípulos. Y Tomás estalla ante esta nueva realidad. ¿Por qué? Porque fue para él un extraordinario momento de reconocimiento que lo cambiado todo, ¡literalmente todo! Tomás había conocido a Jesús sólo, y hasta cierto punto, en su perfil profético. Pero es con la resurrección que se produce en el discípulo una poderosa trasformación de fe: reconoce a Jesús como el salvador, como Señor de tierra y cielo. Y su seguridad proviene de ese hecho de introducir sus dedos en las heridas de una carne gloriosa. ¡Qué gran evento!

¿Y por qué exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!”? Porque en Tomás aconteció una convergencia entre afectividad (se alteraron sus sentimientos: lloró) y libertad (creyó en el Resucitado). Es, por cierto, una experiencia tremendamente bella que acontece en todo aquel que reconoce a Dios. Pero esta nueva percepción incipiente de Tomás le llevó no sólo a una nueva comprensión revolucionaria, a un nuevo estado de su fe, sino a un nuevo amor y un nuevo compromiso; le implicó no solo una percepción intelectual, sino un conjunto explosivo de sentimientos e intenciones de voluntad. Por eso dijo: “¡Señor mío y Dios mío!”: reconoció a Jesús como único salvador del mundo. De hecho, es la única vez en los evangelios que tenemos una proclamación semejante.

La experiencia de amistad de Tomás con Jesús, experiencia humana, se expandió a una realidad de fe. Y esto para el Apóstol fue una luz explosiva, un estallido que le duró toda la vida.

¿Qué enseñanza emana de este episodio para nuestra vida? Atendamos tres lecciones significativas:

Primera: Jesús, igual como lo hace con Tomás, nos consuela en nuestras inseguridades. Y se hace visible, de manera insospechada, a fin de provocar nuestra fe. Él hace introducir nuestros dedos y manos en los hechos cotidianos de la vida, porque es allí donde se muestra todo Él encarnado.

Segunda: Jesús nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre. Él convierte nuestras dudas en camino de fe.

Tercera: Jesús nos recuerda que el auténtico sentido de una fe madura nos alienta a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a su persona.

¡Excelente Domingo! Dios te bendiga.

 

Imagen: "La incredulidad de Santo Tomás" (Il Guercino / 1590).