KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

Sobrevivir

Autor: 
Andrés Ortiz-Osés
Fuente: 
RD

"A los hombres no les gusta la muerte porque no aman la paz" (J.Mercanton)

Mi médica de cabecera me recomienda escribir sobre mi enfermedad por si ello ayuda a otros o a mí mismo, pero me siento escéptico, ya que la enfermedad más bien desayuda a todos: lo demás son retóricas. Ninguna enfermedad es heroica sino antiheroica, y no se trata de ser un héroe pagano o pío, ya que la enfermedad no expía nada, sino que cumple su función de puente entre lo vital y lo mortal. Pero el hombre ama la belicosidad heroica de la vida y no la paz antiheroica de la muerte, así que sufre en la enfermedad la impaciencia de la muerte anunciada.

Lo diré sin rodeos: mi modelo de enfermo es el Job bíblico auténtico e impaciente, y no el inauténtico o beatífico, así pues, el que despotrica contra Dios y el diablo, la madre natura y los amigos fatuos, en nombre de su propia devastación existencial por parte de un destino cruel. Hasta que finalmente asume su condición de ser humano y, por tanto, de pobre hombre gris bajo el duro firmamento azul. Algunos científicos consideran la vida en general, y la nuestra en particular, como una enfermedad propia de la materia, la cual pierde su tradicional solidez y consistencia para embarcarse evolutivamente en la insolidez de un existencia en precario. Ahora bien, Job protesta e integra, es negativo y positivo, encajando finalmente su mal al proyectarlo en un horizonte abierto de signo religioso o religado, es decir, amoroso.

Más que ánimo viril en la enfermedad, como nos predican los huecos amigos de Job, se necesita ánima femenina de carácter asuntivo. Yo mismo uso un doble truco con mi propia enfermedad: un toque reactivo y una pizca de humor, implicación trágica y proyección cómica, de acuerdo con nuestra tragicomedia de la vida y de la muerte. Frente a prédicas caducas de amigos bienintencionados, hay que usar un arte combinatorio que aduna la ambivalencia del sentido y del sinsentido de nuestra existencia, sobre todo en sus límites, pues no se trata de luchar con dureza o entereza, bastante dura es ya la cosa, sino de aceptar la partición y la rotura siquiera críticamente.

En la enfermedad exponemos más a fondo la herida constitutiva de la vida, pero tampoco el sano está exento de heridas. Por lo demás, hay una reactividad del espíritu, alma o mente a la decadencia del cuerpo, lo que posibilita cierta emergencia típicamente humana en medio de la zozobra animal o inhumana. Uno puede consolarse pensando que otros humanos también pasaron por estos trances, y algunos por otros aún peores.

Es cierto que a menudo los remedios terapéuticos resultan tan malos como la propia enfermedad, y tal es el caso de la quimioterapia en el tratamiento del cáncer. Pero médicos y enfermeras tratan de curarnos, junto al entorno de la familia y amigos, de ahí la importancia al respecto de un hábitat humano compasivo. En todo caso, se trata de no ideologizar, no engañarse, no ser otro, llevar las riendas mientras se pueda y, finalmente, asumir un destino que hay que revertir en destinación humana y humanitaria. Pues la enfermedad es un grito abierto sin respuesta, ya que la respuesta es el silencio final.

Ahora bien, sobreviviremos a la vida, aunque no por una inmortalidad inmanente o mundana predicada hoy en día por algunos estólidos o insensatos, sino porque la propia muerte implica la trasvida o descanso eterno, respetando las creencias de cada cual al respecto. Como dijo el poeta, tras el mal tiempo, por fin la eternidad.

 

Texto publicado inicialmente el el blog del autor: Meditaciones