KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

“Venimos a la tierra prestados”

Autor: 
Elena Poniatowska
Fuente: 
Nueva Época

Una tarde llegó la mamá de Refugio Galván a convidar a mi marido, para que fuera a darle la bendición de padrino al niño, pero como no me supo explicar o yo no le entendí, creí que iban a confirmar al muchachito.

–No –dice–, quiero que me lo entregue porque está muy grave.

Resulta que su hijo ya estaba agonizando. Pedro se había ido a Ciudad del Maíz y entonces la mujer me buscó a mí.

Hace muchos años, se usaba que los padrinos de Bautizo fueran a bendecir al ahijado que estaba de gravedad, y si era la voluntad de Dios se aliviaba, y si no, se moría. Como los padrinos de este niño no aparecieron, me rogaron a mí que fuera. Pedí un traste con agua, una cera, unos granitos de sal y un algodón. Le di la bendición con el agua, le puse los granitos de sal en la lengua y le pregunté si se iba.

Entonces el muchachito Refugio hizo la señal de que sí se iba.

Le pregunté:

–¿Qué, no esperas el capitán?

Movió la cabeza. No era ya tiempo de esperarlo. Le dije a la mamá:

–Bueno, pues así le entrego a su hijo.

Y al ponerlo en sus brazos se murió el chiquillo. Lo dejé muerto y me salí.

En mi casa me quedé pensando: “Pues ya se murió la criaturita… Ahora, a ver qué dice Pedro de que lo fui a despedir sin su consentimiento”.

Un cabo que me acompañó a ver al muchachito Refugio, me dice:

–Señora, le vamos a avisar al jefe para que traiga todo lo del velorio.

–Pues haga usted lo que quiera, porque yo no sé nada de eso.

El cabo le mandó el recado a Pedro que estaba en Ciudad del Maíz y le encargó que comprara la ropa de San José, los cuetes, el aguardiente, el piloncillo, y todo lo más indispensable para el velorio. En un papel le puso: “El padrino es Usted porque fue la señora Chuca la que le dio la bendición de despedida niño”.

Cuando llegó mi marido me entregó la tela para que le hiciera yo el traje de San José al angelito y se fue a verlo. De allí salió a la tienda a comprar azúcar, café, piloncillo, panelas, maíz para moler, más cuetes porque comprendió que los que había traído de Ciudad del Maíz no alcanzaban para toda la gente que vio allí. Me puse a coser el vestido, y cuando me fueron a preguntar que si ya estaba, ya llevaban una canastita redonda para que allí acomodara la corona, los huaraches, el vestido verde con sus estrellas pegadas y la capa amarilla. Entonces vinieron muchos niños y niñas y formaron valla, por un lado los niños, por el otro las niñas, desde la puerta donde yo vivía hasta la puerta de la casa de Refugito.

Cuando llegué, me recibieron con música y cuetes. Le empecé a poner la ropa. Mi marido le calzó los huarachitos, y luego que ya le amarré su capa de San José, le pinté sus chapitas con papel colorado. Cuando estuvo listo, Pedro lo coronó y se quitó una mascada que traía en el pescuezo y le tapó la cara para que no se la comieran los gusanos, porque con la seda no se agusanan los muertos. La respetan, porque es cosa de ellos.

En el velorio se la pasaron hablando de Refugio, recitando su nombre como letanía, que Dios sabe por qué hace las cosas, que la misericordia divina, que todo está escrito, que se libró a tiempo de las acechanzas del demonio, que iba gozar del eterno reposo, que era tan joven, que era tan bueno, tan trabajador, tan cumplido muchachito. Pidieron por las almas del purgatorio, y luego agregaron: “Acuérdate Señor del alma de tu siervo Refugio Galván que acabas de recoger en tu seno”, y rezaron quién sabe cuántos misterios gozosos.

…Toda la noche tronaron los cuetes y sonó la música. Los hombres se acabaron los dos garrafones de aguardiente.

–¿Le sirvo otra?

–Sí, para Refugito.

–Salucita.

–Salucita.

…Al otro día lo llevamos con música al camposanto. Cargaron la caja entre cuatro, pero se iban relevando por todo el camino, porque estaban débiles con la desvelada y por la borrachera. Cuando lo sepultaron, echaron otra vez muchos cuetes para acabar con todo el cueterío que llevaban.  El entierro no fue triste porque “nosotros venimos a la tierra prestados”, no es verdad que venimos a vivir sobre ella. Estamos solamente de paso y muchos niños cumplen con nacer, pero como no tienen permiso de durar, se retachan enseguida. Duran horas o días o meses. Uno aquí sobre la tierra dice: “Ah,  pues murió de esto, murió de esto otro”.  Es que está la fecha anotada y la hora en que Dios dice: “Ya”. Y lo levanta de la tierra. Por eso la gente de los pueblos comprende más y se conforma. Lo devuelven como debe ser. No se agarran llorando ni diciendo: “Dios mío, ¿por qué me lo quitaste…?” “Jesucristo, ¡qué injusticia!”, porque la mayoría de las personas dice: “¡Ay, Dios fue malo conmigo porque me quitó a mi hijo!” No, no fue injusto. Es que vienen mandados para que los tengan sobre la tierra hasta cierta edad. Que uno forzosamente tiene que cuidarlos y curarlos, que uno tiene que contribuir con su obligación, sí, pero si se les hace la lucha a las criaturas y no sientes ningún consuelo significa que Dios no quiere dejarlos y entonces tienen que estar conformes y entregarlos. Por eso sepultan al difunto con cuetes y música y están contentos. Si van llorando, le quitan la gloria. No lo recibe Dios con gusto porque así como lo mandó a la tierra, así deben devolverlo. Si los padres materiales de la tierra no quieren soltarlo y se agarran dando de gritos y reclamándole a Dios, le causan un perjuicio al que acaba de morir; un perjuicio que puede costarle la vida eterna.

Acerca de la autora: Elena Poniatowska es novelista mexicana que ejerce el periodismo de manera sobresaliente. Su trabajo más reconocido es “La Noche de Tlatelolco”, colección de recuentos sobre la masacre en la Plaza de Tlatelolco durante el 2 de octubre de 1968. Ha recibido multitud de reconocimientos y premios internacionales y nacionales, entre los más destacados recientemente se halla el "Premio Cervantes" en el año 2013. El texto aquí publicado corresponde a la obra: Artes de México, en: Nueva época, n. 15, (primavera de 1992), pp. 76-77, publicado por: Margarita de Orellana.