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Beato Timoteo Giaccardo. Primer sacerdote paulino

Autor: 
Rafael Espino Guzmán
Fuente: 
Kénosis

Algunos rasgos biográficos

José Timoteo Giaccardo nació en Narzole (Cuneo, Italia) el 13 de junio de 1896. Aún adolescente, se encontró con el padre Santiago Alberione, Fundador de la Familia Paulina, quien lo encaminó al seminario de Alba. 

Sensible a las nuevas necesidades de la época y abierto a las nuevas formas de evangelización, con el consentimiento del obispo, pasó a la naciente Sociedad de San Pablo, como maestro de los primeros jóvenes.

Primer presbítero de la Congregación, amado, escuchado venerado dentro y fuera de la Familia Paulina, ayudó a los primeros grupos de paulinos y paulinas a definir su propia fisonomía.

En enero de 1926, por su gran amor al Papa, fue enviado a Roma para abrir e iniciar la primera casa filial, cerca de la Basílica de San Pablo. 

El Fundador le había dicho: “Te mando a Roma en gracia de tu amor a san Pablo y por tu fidelidad al Papa. Estoy convencido de que al Divino Maestro le agradará tener en Roma, junto a su Vicario, que representa el Evangelio “hablado”, también una voz que representa el Evangelio “impreso”.

Por su experiencia y sus capacidades humanas, en 1936 volvió a Alba como superior de la Casa Madre, tornando de nuevo a Roma como Vicario general en 1946.

Primeras dificultades

El entonces teólogo Alberione daba inicio a los primeros pasos de la Familia Paulina. El clero en general no veía con buenos ojos el tipo de evangelización que él impulsaba. 

Las condiciones históricas eran tales que parecía irrealizable se concediera el sacerdocio ministerial a los jóvenes del P. Alberione. La mayoría del clero diocesano no veía posible que fueran ordenados los primeros paulinos. El mismo clérigo Giaccardo, del seminario diocesano, al presentarse al obispo para pedirle poder integrarse en la Sociedad de San Pablo, escuchó la seca pregunta: “¿Estás dispuesto a renunciar a tu hábito clerical y al sacerdocio?”. Con dolor en el corazón, pero sin titubear, aceptó esas condiciones, y las ofreció a Dios por medio de María con tal de seguir la vocación paulina que él sentía clarísima.

El P. Alberione, firme en su fe y confianza, esperaba en silencio y en oración que Dios hiciera resonar la hora de la aprobación canónica de la Congregación y de la ordenación sacerdotal para sus jóvenes, llamados al ministerio de la predicación mediante la palabra escrita.

Ordenación sacerdotal     

Ante la sorpresa y el estupor de todos, el clérigo Giaccardo fue ordenado sacerdote, en 1919, por su mismo Obispo, quien anteriormente le había pedido la renuncia al hábito y al sacerdocio si quería ser paulino. Y además, su ordenación se adelantó a la edad canónicamente requerida, mediante la oportuna dispensa, debido también a una imprevista circunstancia: para que su madre, enferma de gravedad, lo viera ordenado sacerdote antes de morir.

Fue el primer sacerdote paulino y el primer Vicario General de la Sociedad de San Pablo. Su vida es un ejemplo actual de cómo se puede conciliar la más alta perfección con la más intensa actividad apostólica. “Modelo para todos los sacerdotes paulinos”, como declaró el Fundador.

La ordenación sacerdotal del P. Giaccardo marcó una fecha histórica para la Familia Paulina por otra razón: él era el primer sacerdote paulino ordenado expresamente para un ministerio nuevo en la Iglesia. Así la predicación realizada con los medios de comunicación social quedaba implícitamente considerada como verdadera evangelización. Lo que el Concilio Vaticano II sancionaría medio siglo más tarde en el decreto “Inter mirifica”, era ya anunciado en la ordenación sacerdotal del P. Giaccardo.

Hijo de la promesa

Él Beato José Timoteo Giaccardo fue, para el Beato Alberione, como el “hijo de la promesa”, a semejanza de Isaac para Abrahán. En él podía el Fundador ver su descendencia y reconocer la primera realización de la promesa. Con la ordenación de Giaccardo la Familia Paulina se injertaba en la Iglesia mediante el sacerdocio apostólico, en sintonía con el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos míos en todas las naciones”.

El padre Santiago Alberione vio en este hecho una clara respuesta de Dios a su fe en la propia vocación y misión. Comprendió que sería la vocación y misión de una gran Familia fundada sobre el sacerdocio de Cristo, en la línea del Magisterio de la Iglesia y del ministerio apostólico; Familia heredera de la gracia y del apostolado de san Pablo; enviada para anunciar el Evangelio de Cristo a todos los hombres a través de los nuevos medios de comunicación social.

Por otra parte, el P. Giaccardo representa el anillo de enganche entre el Fundador y las nuevas comunidades nacidas de la comunidad madre de Alba: él fue el primero que guió la migración de los dos grupos, masculino y femenino que dieron origen a las comunidades romanas. En enero de 1926, como ya lo hemos señalado, teniendo en cuenta su gran amor al Papa, el Fundador lo envió a Roma para abrir y poner en marcha la primera casa filial de la Congregación.

Guardián del patrimonio espiritual

Como el beato Santiago Alberione fue el “padre” que, en la luz de su misión especial, dio vida a las varias ramas de la Familia Paulina, el beato José Timoteo Giaccardo, su primer hijo espiritual, transmitió y profundizó la herencia alberoniana. Sin reflejar nunca el cansancio ni calcular la fatiga, sin concederse un día de vacaciones, compartió durante treinta años con el padre Alberione la solicitud por cada una de las Congregaciones paulinas, en sus difíciles comienzos y en su desarrollo, como “llevándolas en brazos”.

El beato Timoteo Giaccardo fue el guardián atento del patrimonio espiritual de la naciente Familia Paulina, el portavoz de la mente de su Fundador, el beato Santiago Alberione. Colaborador suyo fidelísimo, se prodigó sin descanso en favor de las Congregaciones paulinas, a las que guió a una profunda vida interior y a los respectivos apostolados. Ofreció su vida para que se reconociera en la Iglesia la congregación de las Pías Discípulas del Divino Maestro. 

La vida del  beato Timoteo Giaccardo se puede reconstruir a partir del rico contenido de su diario personal,  que permite conocer su bondad, su humildad, su espíritu de fe y de oración, su devoción a la Virgen, sus dotes como maestro.

El Beato Alberione da su testimonio sobre Giaccardo

“Desde el 1909 y el 1914, cuando la divina Providencia preparaba la Familia Paulina, él tuvo una clara intuición, aun sin comprenderla del todo. Las luces que recibía de la Eucaristía…, su ferviente devoción mariana, la meditación de los documentos pontificios, le daban luz sobre todas las necesidades de la Iglesia y sobre los modernos medios para hacer el bien.

Desde el día en que lo conocí y le señalé el Sagrario como luz, fortaleza, salvación, su vida fue una continua y cotidiana ascensión… Él prefería decir con san Pablo: “Hasta la plenitud de la edad de Cristo”.

Era maestro de oración. ¡Sabía hablar con Dios! Vivía de piedad eucarística, de piedad mariana, de piedad litúrgica; de amor a la Iglesia y al Papa…

Fue maestro de apostolado. Lo sentía, lo amaba, lo desarrollaba… Era un comunicador de energía, un sostén para los débiles, luz y sal en el sentido evangélico”.

Una nueva forma de evangelización

El padre Giaccardo tuvo plena conciencia de su nueva misión. Escribía en su diario: “Me parece ver claro que se define cada vez más este segundo ministerio: conservar, interpretar, hacer penetrar y fluir el espíritu y las directrices del Primer Maestro; y yo acepto con espíritu de humildad este ministerio, con ánimo dócil, afectuoso, sincero”.

No le resultó fácil el paso del ideal de la pastoral tradicional directa, a la mística paulina, según la cual “las máquinas son nuestros púlpitos; la tipografía es como nuestra iglesia; en el altar se multiplica Jesús eucarístico, en la tipografía se multiplica Cristo verdad”, en palabras del padre Alberione. Pero fue un paso heroico que él llevó hasta la identificación plena con el ideal del Fundador: “La impresión va concretándose –escribió–; la prensa católica es la idea reina de mi vida, la señora de mi mente, de mi voluntad, de mi corazón”.

Que su dedicación al apostolado paulino fue realmente admirable lo demuestran los hechos: poco después de llegar a Roma en 1929, de la imprenta paulina salían ya varios boletines diocesanos. En Alba, a sus funciones de dirección, formación y orientación espiritual de una casa con más de 300 personas, se añadían las preocupaciones externas: seguir los trabajos, tratar con los proveedores, las relaciones con las autoridades religiosas y civiles...

Y sin embargo, la actividad del padre Giaccardo en el campo del apostolado específico paulino fue increíblemente dinámica y fecunda. Él estimuló y fomentó la “redacción”, invitando a los hermanos a escribir para que se comunicase “la palabra que Dios ha pronunciado y nos ha confiado a nosotros”. Promovió la técnica, porque “hay que dar al apostolado lo mejor” y poco a poco renovó todos los departamentos de composición, impresión, encuadernación y expedición, con medios cada vez más modernos. Al mismo tiempo cuidaba la propaganda, para que la Palabra no se quedara prisionera en los depósitos de las distribuidoras o en las librerías.

Las obras de Dios 

“Las obras de Dios se realizan con hombres de Dios”, decía el Fundador. Y afirmaba del beato Timoteo: “Él fue el Maestro que a todos precedía con el ejemplo, que todo lo enseñaba, que a todos aconsejaba, que todo lo construía con su iluminada y cálida oración... Siempre todo para todos; el primero, considerándose el último; sensibilísimo, docilísimo, delicadísimo... Formador de muchas almas, modelo de toda virtud, fiel colaborador en el crecimiento de la Familia Paulina, piadoso, humilde, amado por todos, vivió de intimidad con el Divino Maestro camino, verdad y vida... En la Familia Paulina fue como el corazón y el alma”.

Por su riqueza en valores humanos, por su completa personalidad de hombre interior y hombre de acción, por su fidelidad hasta el sacrificio de sí mismo en la configuración con Cristo, en definitiva, por su gigantesca dimensión humana, espiritual y apostólica, el beato  José Timoteo Giaccardo se presenta no solo como modelo para sacerdotes y religiosos, sino para todos los fieles, en consonancia con las directrices del Papa que invitan a recuperar la alegría de la fe y comunicarla de forma renovada.

El paso a la casa del Padre

Ya en edad madura, ofreció su vida por la continuidad de su propia Congregación y para que fuera reconocida en la Iglesia la nueva Congregación paulina de las Pías Discípulas del Divino Maestro. Y el Señor aceptó su ofrenda.

Pasó a la Casa del Padre el 24 de enero de 1948, víspera de la fiesta de la Conversión de San Pablo. Sus restos mortales fueron colocados en la cripta del Santuario de la Reina de los Apóstoles, en Roma, Santuario que mandó construir el Fundador en el mismo solar donde el Beato Giaccardo había fundado la primera casa paulina fuera de Alba. 

Fue beatificado el 22 de octubre de 1989 por el Papa Juan Pablo II.

El 27 de marzo de 2014, con una solemne peregrinación, se realizó el traslado la urna que contiene el cuerpo del beato Giaccardo hacia el Templo San Pablo de la ciudad de Alba (Italia), lugar donde yacen sus restos en la actualidad.

Su fiesta litúrgica es el 19 de octubre.