KÉNOSIS

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¿Por qué es importante meditar la Palabra de Dios? Implicación de la Escritura en nuestra vida

Autor: 
Francisco Merlos Arroyo
Fuente: 
UPM

¿Por qué es tan importante la escucha y meditación de la Palabra de Dios? La Biblia misma nos lo dice en uno de sus libros: “Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Tim 3,16).

Incluso, no se puede entender nada de la historia de la salvación ni de la Revelación sin la Palabra de Dios que viene a ser como su columna vertebral.

1. La Palabra de Dios: autoridad indiscutible

Para los cristianos la Palabra de Dios está en el principio, en el centro, en el camino y en la cumbre de la Revelación y de la fe, de la vida entera de la Iglesia y de su misión. Según el testimonio de las mismas Escrituras, la Palabra reveladora de Dios tiene este enorme privilegio, porque es al mismo tiempo Palabra creadoraPalabra iluminadora y Palabra comprometedora. No es una simple voz que resuena manifestando el pensamiento o las ideas divinas, sino una fuerza que transforma todo lo que entra en relación con ella.

a) Palabra creadora: cuando Dios habla simplemente actúa. Su Palabra es lo mismo que acción. Hablar y actuar en Dios son la misma cosa. Al pronunciar su Palabra Dios actúa, hace lo que anuncia, produce lo que significa, llama a la existencia, hace la historia, con ella comienzan a existir cosas nuevas. “Dijo Dios y el mundo fue” (Gén 1,1-4; Sab 9,1; Sal 148,8). Por ser dinámica y creadora, la Palabra de Dios es comparada con la semilla (Mt 13,1-23), con el pan que da vida (Dt 8,3; Mt 4,4), con el martillo que tritura la roca (Jér 23,29). Todas estas comparaciones significan dinamismo, vitalidad, fuerza, seguridad, certeza, eficacia, transformación, compromiso. Por eso, la Palabra creadora espera del oyente una actitud de esperanza.

b) Palabra iluminadora: al ser proclamada, la Palabra de Dios ilumina lo que ella misma crea. Revela el sentido profundo de la realidad y de la vida desde la mirada de Dios. Esclarece el significado de los acontecimientos, de las cosas, de las experiencias y de las situaciones que viven los hombres creyentes y no creyentes. Interpreta la realidad y la existencia desde el punto de vista de Dios, respondiendo a las grandes preguntas que todos nos hacemos: ¿de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos, por qué el dolor, qué significa el amor, el trabajo, la vida, la muerte...? (Gén 1,1-2,4; 2,5-3,25). En realidad, por su capacidad para iluminar, la Palabra de Dios “da ojos para ver y oídos para entender” de qué manera el Señor nos educa para encontrarle sentido a la vida. La Palabra acompaña al creyente como antorcha luminosa. “Lámpara para mis pies es tu Palabra y luz en mi sendero” (Sal 119,105). La Palabra iluminadora espera del oyente una actitud de fe.

c) Palabra comprometedora: además de ser creadora e iluminadora, la Palabra de Dios es maestra y regla de vida práctica, norma de conducta, camino de compromiso con los hermanos. Y esto es así, porque la Palabra santa es manifestación inequívoca de la voluntad divina. Hay que acatarla para caminar en la rectitud del corazón. La Palabra recibida sinceramente hace al hombre perfecto, colmándolo de sabiduría. Suscita en él compromisos, actitudes y comportamientos de vida práctica (Éx 20,1.22; Dt 13,1; Mt 7,24-27; Sant 1,19-27). La Palabra comprometedora espera del oyente una actitud de amor.

2. La acción de la Palabra de Dios

En realidad toda la historia de salvación no es otra cosa que la historia de la Palabra de Dios, que se manifiesta de muchas formas, en actividad, mediante la iluminación y el compromiso. He aquí algunas citas bíblicas que revelan la acción del mensaje divino:

* Así, tenemos la “Palabra eterna que vive en lo íntimo de Dios” (Jn 1,1). 

* La Palabra creadora que llama a todas las cosas a la vida (Gén 1,1-31; Ef 1,15-16). 

* La Palabra que forma un pueblo exclusivo para Dios por medio de una alianza (Éx 19,1-20; 24,3-11). 

* La Palabra que se transforma en la ley que contiene las grandes palabras que conducen al Pueblo (mandamientos) (Éx 24.12-18). 

* La Palabra que libera al pueblo, lo guía y lo educa en el desierto (Éx 3,10; 15,22-27; 16,19-31).

* La Palabra de los profetas, de los salmos y de la sabiduría que mantiene al pueblo en la fidelidad (Mt 5,17-19; Lc 24,27). 

* La palabra que se hace Carne (Jn 1,14), que muere y resucita para vivir siempre con su pueblo (1Cor 15,1-19). 

No se puede entender nada de la historia de la salvación ni de la Revelación sin la Palabra de Dios que viene a ser como su columna vertebral. Los frutos que emanan de ella dan cuenta de su fuerza y profundidad.

3. La Palabra de Dios y el compromiso cristiano

De esta posición central que tiene la Palabra santa en la historia de la salvación, surge su autoridad en la Iglesia, de tal forma que podamos establecer unos criterios fundamentales para todos los cristianos y su compromiso con el Evangelio: 

a) Los miembros de la Iglesia han de ser profundos conocedores de la Palabra y deben saber confrontar su vida con ella, a fin de poder identificarse con la verdad y testimoniarla con autoridad. De hecho, la Palabra otorga al creyente el don de ser su portador, su vocero, su heraldo.

b) Los cristianos deben ser, en realidad, siervos de la Palabra. Esto significa que, para ser discípulos (y proclamadores eficaces), se debe ser ante todo oyentes atentos del mensaje de salvación. Los bautizados estamos llamados a alcanzar una familiaridad permanente con la Palabra. Hemos de entrar a ella como a la propia casa, interpretándola con fidelidad. Dicha familiaridad hará que actuemos en el Espíritu. 

c) Los cristianos deben tomar consciencia de lo poderosa que es la Palabra de Dios en sus tres corrientes: porque cuando se da testimonio de ella transforma la vida de los otros (es creadora), porque, además, esclarece la vida (es iluminadora) y llama a un fecundo compromiso en la vida práctica (es comprometedora).

d) Por último, hemos de reconocer que la escucha de la Palabra se traduce en sabiduría y perfección de vida. Quien se deja interpelar por las Escrituras se llena de la sabiduría de Dios, “habla lo que es justo, porque la Palabra está en su corazón y evita que sus pasos vacilen” (cfr. Sal 37,30-31). La Palabra inspirada, acogida lealmente, es principio certero y senda inequívoca de sabiduría para todo creyente.

Acerca del autor: Francisco Merlos Arroyo es sacerdote (Diócesis de Tacámbaro, Michoacán). Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana de Roma y en Teología Pastoral por la Universidad Católica de Estrasburgo (Francia). Asesor de la Conferencia Episcopal Mexicana; conferencista y escritor de libros y artículos.