KÉNOSIS

Portal del Padre Rafa

¡No pueden servir a Dios y al Dinero!

Autor: 
José Antonio Pagola
Fuente: 
Revista "Crítica"

La actual crisis no es sólo una crisis económico-financiera. Es una crisis de la Humanidad. El sistema neoliberal que dirige en estos momentos la marcha del mundo es objetivamente inhumano: conduce a una minoría de poderosos a un bienestar insensato y deshumanizador, y destruye la vida de inmensas mayorías de seres humanos indefensos. Mientras tanto, se promueven falsas soluciones a la crisis pensando sólo en salvar el funcionamiento del sistema.

Golpeados por esa grave crisis global, lastrados por problemas estructurales propios de nuestros países, de carácter tecnológico y de productividad, con una competitividad mal asentada en los mercados internacionales, recortada drásticamente nuestra posibilidad de endeudamiento exterior y, sobre todo, atrapados por nuestra propia “crisis inmobiliaria” y por la corrupción de importantes entidades financieras, estamos experimentando, desde dentro, una degradación socio-política de la crisis, que nos permite captar en toda su crudeza el sufrimiento humano, el daño social y la destrucción que genera el Dinero convertido en poder opresor y sin apenas control político alguno.

Mientras tanto, algo se mueve en el mundo. Crece la indignación, se disparan las alertas sobre el futuro de la biósfera, se buscan nuevos paradigmas. Se está tomando conciencia de que el futuro del ser humano depende cada vez más de sus propias decisiones. Los planteamientos son cada vez más audaces: ¿Cómo aunar la voluntad política de todos los países del mundo? ¿Cómo promover la cooperación de toda la red de poderes políticos, económicos y financieros? ¿Cómo aprender, a nivel mundial, a vivir de manera solidaria y en paz con la naturaleza? Las dificultades parecen insuperables. ¿Cómo cortar de raíz el mal de fondo que no es otro sino la tiranía impuesta por los poderes financieros a la comunidad mundial? ¿Cómo salir de manera más justa y duradera de nuestra crisis, sin reforzar todavía más el sistema opresor del Dinero? La Humanidad no está religada, sino rota y fragmentada. El sistema nos impide caminar juntos y trabajar por un destino común. ¿Dónde fundamentar la voluntad de liberar al ser humano? ¿En qué dirección caminar para imprimir a la historia el cambio de rumbo que necesita?

El impacto profético de Jesús

Cuando Jesús hace su aparición en los años treinta, el emperador Tiberio controla prácticamente, sin excesivos problemas, el mundo entonces conocido: sus legiones imponen la “pax romana” sometiendo a los pueblos a una tributación implacable. En Galilea, Herodes Antipas y los poderosos terratenientes de Séforis y Tiberíades explotan a los campesinos de las aldeas, sin tener conciencia de estar arrebatando el pan a los pobres. Por otra parte, hace tiempo que los dirigentes religiosos de Jerusalén se han desentendido del sufrimiento de las gentes. Roma pretende que la “pax romana” sea la paz definitiva. La religión del Templo defiende que la Ley de Moisés, explicada según sus tradiciones, es inmutable y eterna. Mientras tanto, los últimos, es decir, los excluidos del Imperio y los olvidados por la religión, están condenados a vivir sin esperanza. Se puede introducir alguna mejora en la “pax romana”, se puede cumplir de manera más escrupulosa la “ley de Moisés”, pero nada decisivo cambia para los pobres: el mundo no se hace más humano. En esa sociedad y desde esa religión no es posible imaginar un nuevo comienzo.

La cultura dominante no permite novedad alguna. No se sabe cómo ni de dónde podría brotar una esperanza para los pobres y para esa sociedad indiferente que los abandona a su suerte. Lo primero que hace Jesús es romper ese mundo cerrado introduciendo una novedad. Con una audacia desconocida sorprende a todos afirmando algo que ningún profeta de Israel se había atrevido a declarar: “Ya está aquí Dios con su fuerza creadora de justicia tratando de abrirse camino entre nosotros para humanizar la historia”. Esa política imperial que no admite una crítica de fondo y esa religión segura de sí misma que ni siguiera sospecha la interpelación de Dios desde los pobres, no responden a la verdad del Padre. El mundo querido por Dios va más allá de la tiranía del Imperio y más allá de lo establecido por la religión del Templo.

Es posible la alternativa

Jesús no ha dejado en herencia propiamente una doctrina religiosa de la que se pueden extraer unos principios que se aplican luego a la vida por deducción. Lo que aporta desde su experiencia profética es un horizonte nuevo para enfrentarnos a la historia. Un nuevo paradigma para humanizar la vida. Un marco para construir un mundo más digno, justo y dichoso, desde la confianza y la responsabilidad. Podemos decir que Jesús irrumpe en la historia como una llamada a vivir de manera alternativa experimentando a Dios, Misterio último de la vida, como una Fuerza que nos está atrayendo hacia un mundo más humano y dichoso. Su mensaje no proviene del interior del sistema imperial ni de la institución del Templo. El evangelista Marcos resume así su mensaje nuclear: “El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en esta Buena Noticia” (Mc 1,15). Empieza un tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos ante nuestros conflictos, sufrimientos y desafíos. Quiere construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana. Hemos de cambiar de manera de pensar y de actuar. Hemos de aprender a vivir creyendo en esta Buena Noticia. Esto que Jesús llama “reino de Dios” no es una religión. Es mucho más. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de cualquier religión. Es una experiencia nueva de Dios que lo resitúa todo de manera nueva. El centro de la experiencia profética de Jesús no lo ocupa propiamente Dios, sino “el Reino de Dios y su justicia”. Jesús no separa nunca a Dios de su proyecto de transformar el mundo.

“¡Conviértanse!”. Cambien de manera de pensar y de actuar. Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Su voluntad de humanizar la historia se va haciendo realidad en nuestra respuesta a su proyecto. Hemos de despertar nuestra responsabilidad.

“Crean en esta Buena Noticia”. Hemos de tomar en serio esta Buena Noticia y creer en el poder transformador del ser humano atraído por Dios a una vida más digna. Necesitamos profetas del Reino, hombres y mujeres indignados, centinelas vigilantes, colaboradores incansables del Reino de Dios, para escribir un relato nuevo de la historia, alentados por la confianza en Dios y la fe en el ser humano. Lo primero que hemos de escuchar de Jesús en esta crisis y en las que puedan seguir es su llamada a recuperar el Proyecto del Reino de Dios. Esta crisis nos está llamando a actuar en el mundo, no como una religión convencional, sino, ante todo, como el movimiento profético de Jesús, comprometidos en contribuir a la construcción de un mundo más humano, abriendo caminos al Reino de Dios y su justicia.

No pueden servir a Dios y al Dinero

El Dinero convertido en Ídolo absoluto es, para Jesús, el gran enemigo del Proyecto humanizador de Dios. De ahí su grito provocativo: “No podéis servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13; Mt 6,24). La lógica de Jesús es aplastante. Dios no puede ser Padre de todos sin reclamar justicia para aquellos que son excluidos de una vida digna. Por eso no pueden servirle quienes, dominados por el Dinero, hunden injustamente a sus hijos e hijas en la miseria y el hambre. Jesús está hablando de los círculos herodianos y los poderosos terratenientes de Séforis y Tiberíades, y de las grandes familias sacerdotales del barrio residencial de Jerusalén. Ve en el Dinero un Ídolo monstruoso al que llama “Mammona” (de la raíz aramea aman, “confiar”, “apoyarse”). Al parecer se le llamaba “Mammona” (dinero que da seguridad) al tesoro de monedas de oro y plata acumuladas por los ricos para procurarse seguridad, poder y honor.

El ansia de acumular

Impulsado por la ideología neoliberal, el Dinero se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un Ídolo de inmenso poder, que para subsistir exige cada vez más víctimas y deshumaniza cada vez más a quienes le rinden culto. Ya Jesús llamaba “necio” al rico de la parábola, que construye graneros cada vez más grandes para almacenar su cosecha, pensando sólo en su bienestar, cuando ni siquiera puede asegurar su salud y su vida mortal (Lc 12,16-21). Así es de irracional la lógica que impone el capitalismo liberal: empuja a los pueblos a acumular insaciablemente bienestar, pero lo hace, por una parte, generando hambre, pobreza y muerte, y, por otra, deshumanizándonos cada vez más a todos.

No dar al César lo que es de Dios

“Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Lc 16,9-11). Pocas palabras de Jesús han sido más distorsionadas que éstas, desde intereses muy ajenos a aquel Profeta que vivió totalmente dedicado, no precisamente al Cesar de Roma, sino a los empobrecidos y excluidos del Imperio. Cuando a Jesús le plantean la cuestión de los tributos, pide que le muestren “la moneda del impuesto”. Los fariseos y los partidarios de Herodes Antipas que lo acompañan viven esclavos del sistema imperial pues, al utilizar aquella moneda acuñada con la imagen de Tiberio, están reconociendo la soberanía del Emperador. No es el caso de Jesús. No tiene tierras. No posee denarios de plata. Vive de manera pobre y libre. No tiene problemas con los recaudadores. Su respuesta proviene desde fuera del sistema, de un Profeta que vive buscando el Reino de Dios y su justicia.

“Dad al Cesar lo que es del Cesar, pero no le den lo que es de Dios”. ¿Qué puede pertenecer al César que no sea de Dios? Si acaso, su dinero injusto. Pero no den a ningún Cesar lo que es de Dios: sus pobres. Jesús lo ha proclamado repetidamente. Los pequeños son los predilectos del Padre; a los pobres pertenece el Reino de Dios. No se ha de sacrificar la vida y la dignidad de los indefensos a ningún poder político, financiero, económico o religioso. Los humillados por los poderosos son de Dios. De nadie más. Que ningún poder abuse de ellos. Que ningún Cesar cuente con nosotros. Sin duda, el sistema financiero es en estos momentos el poder que sacrifica más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción humana que cualquier otro poder. La dura experiencia de nuestra propia crisis no nos ha de hacer perder de vista la raíz de la crisis global. Es una ilusión pensar que estamos saliendo de la crisis, si no se regula la actual dinámica financiera, desvinculada de las necesidades de los pueblos y del bien común de la comunidad humana, si no se acaba con los paraísos fiscales, elemento consustancial de la especulación financiera que domina la economía mundial, si no se establece una política de impuestos a las finanzas internacionales para una retribución más justa de la riqueza, si no se lucha eficazmente contra la impunidad y la opacidad de las especulaciones… Hemos de tomar conciencia de que el Imperio del capitalismo neoliberal es hoy el Poder que más radicalmente se enfrenta al Reino de Dios. Este es el marco concreto en el que nos tenemos que situar desde el movimiento profético de Jesús para trabajar hoy abriendo caminos al Reino de Dios y su justicia.

Sean compasivos como su Padre es compasivo

Ha llegado el momento de recuperar la compasión como la herencia decisiva que ha dejado Jesús a la Humanidad, la fuerza que ha de impregnar la marcha del mundo, el principio de acción que ha de mover la historia hacia un futuro más humano. En el cristianismo hemos de recuperar un dato de importancia suma. La primera mirada de Jesús no se dirige al pecado del ser humano sino a su sufrimiento. El contraste con el profeta Juan el Bautista es esclarecedor. Toda la actividad del Bautista gira en torno al pecado: denuncia los pecados del pueblo, llama a los pecadores a la penitencia y les ofrece un bautismo de conversión y de perdón a quienes acuden al Jordán. El Bautista no se acerca a los enfermos, no toca la piel de los leprosos, no abraza a los niños de la calle, no se sienta a comer con pecadores excluidos y gente indeseable. El Bautista no se acerca al sufrimiento de la gente, no se dedica a hacer la vida más humana. No se sale de su misión estrictamente religiosa. Para Jesús, por el contrario, la primera preocupación es el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea, la defensa de los campesinos explotados por los poderosos o la acogida a pecadores y prostitutas excluidos por la religión. Para Jesús, el gran pecado contra el Proyecto de Dios consiste, sobre todo, en resistirnos a tomar parte en el sufrimiento de los otros encerrándonos en nuestro propio bienestar. Es necesario rescatar la compasión como principio de actuación política, liberándola de una concepción sentimental y moralizante que la ha hecho desaparecer prácticamente de la praxis política. Desde el poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Sólo se tolera la compasión mientras queda reducida a “obras de misericordia” o asistencia caritativa, no cuando se la eleva a principio político de actuación para erradicar el sufrimiento.

Los últimos serán los primeros

Estas palabras están recogidas en un dicho de Jesús que circuló por las comunidades cristianas con diferentes matices, y que habla de la gran inversión o vuelco que se dará al final de los tiempos, cuando muchos que ahora son tenidos por “primeros” serán entonces “últimos” y muchos que ahora son tenidos por “últimos” serán entonces “primeros” (este dicho aparece con pequeñas modificaciones en: Mc 10,31; Mt 19,30; 20,16; y Lc 13,30.). Por eso, a Jesús lo vemos junto a los campesinos pobres de las aldeas de Galilea; no rodeado de gente sana y fuerte, sino junto a los enfermos, leprosos y desquiciados; no comiendo sólo entre amigos, sino sentado a la mesa con gente indeseable, marginada social y religiosamente. Los primeros en experimentar esa vida más digna y liberada que Dios quiere para todos han de ser aquellos para los que la vida no es vida. Jesús habla un lenguaje provocativo, original e inconfundible: las bienaventuranzas. Ve cómo las familias de las aldeas se van quedando sin tierras, al no poder defenderse de los terratenientes que los presionan para cobrar sus deudas, y grita: “Dichosos los que se están quedando sin nada porque de ustedes es el Reino de Dios”. Observa de cerca la desnutrición y el hambre, sobre todo, de los niños y las mujeres, y no puede reprimir su reacción: “Dichosos los que ahora tienen hambre porque Dios los quiere ver saciados”. Ve llorar de rabia e impotencia a los campesinos cuando los recaudadores se llevan lo mejor de sus cosechas y grita: “Dichosos los que ahora lloran porque Dios los quiere ver riendo” (Lc 6,20-21). “Los que no interesan a nadie, son los que más interesan a Dios. Los que sobran en los imperios que construyen los seres humanos tienen un lugar privilegiado en su corazón. Los que no tienen una religión que los defienda, le tienen a Dios como Padre”. Nunca en ninguna parte se está construyendo la vida tal como la quiere Dios, si no es liberando a estos hombres y mujeres de su miseria y humillación. Nunca religión alguna será bendecida por Dios, si vive de espaldas a ellos. Esto es acoger el Proyecto de Dios: poner las religiones y las culturas, los pueblos y las políticas mirando hacia la dignidad y la liberación de los últimos. La Iglesia, marcada por la llamada de Jesús a la compasión, arrancó como un movimiento sensible al sufrimiento que desgarra a los seres humanos. De ahí, esa entrega admirable y hasta heroica, a lo largo de los siglos, de tantas instituciones, asociaciones y personas al cuidado y al servicio de enfermos, apestados, leprosos, esclavos, hambrientos, huérfanos, prostitutas, refugiados, víctimas de mil guerras… En la Iglesia no se ha apagado nunca la compasión. Sin embargo, no ha logrado introducir en el mundo el principio de la compasión como la gran herencia de Jesús. En buena parte, porque, como ha denunciado J. B. Metz: “La doctrina cristiana de la redención ha dramatizado en exceso la cuestión de la culpa y ha relativizado la cuestión del sufrimiento… De ser una religión sensible al sufrimiento, ha ido pasando a ser una religión sensible al pecado”.

Seguir a Jesús en medio de la crisis

La crisis puede ser un tiempo de gracia y conversión para los seguidores de Jesús. Va a ser larga y dura. Junto a gestos admirables de solidaridad, es previsible el crecimiento del egoísmo (sálvese quien pueda). Es probable que crezcan los sentimientos de rabia, impotencia y desesperanza. Será un tiempo de prueba y también de crecimiento. En los próximos años podremos comprometernos a buscar de manera más práctica caminos al Reino de Dios y su justicia: siguiendo a Jesús de manera más pobre y libre; viviendo desde una compasión más solidaria, estando junto a los últimos con más verdad y realismo. Señalo brevemente algunas sugerencias:

1. No serviremos al Dinero

Abandonar la idolatría del Dinero no es fácil, pues está ligada a pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y bienestar. Es un Ídolo fuertemente interiorizado en la sociedad y en la Iglesia, en nuestras familias y en nuestras vidas. No basta vivir la crisis a golpes de impulsos de generosidad. Hemos de desplazarnos poco a poco hacia una vida más sobria, para compartir más lo que tenemos y sencillamente no necesitamos. Aprender a “empobrecernos” renunciando a nuestro nivel actual de bienestar para recortar de forma consciente y voluntaria el disfrute de nuestros recursos y poderlos así orientar hacia los necesitados. Según la versión de Mateo, Jesús declara dichosos a los “pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”. Es decir, aquellos que, movidos por el Espíritu, eligen ser pobres y viven amando, sirviendo y defendiendo a los pobres. Hemos de revisar nuestra relación con el Dinero: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quién compartirlo? Hemos de dar pasos eficaces hacia un consumo responsable, menos compulsivo y superfluo. ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? Hemos de redefinir el bienestar que queremos disfrutar y defender: ¿Qué bienestar? ¿Para quienes? ¿Con qué costes humanos? ¿Con qué víctimas? Sólo desde esta actitud de conversión personal podremos trabajar con verdad y coherencia para abrir caminos al Reino de Dios y su justicia.

2. Introduciremos compasión

La crisis está siendo gestionada entre nosotros con autoridad “despótica”, decretando sin apenas explicación alguna a la sociedad medidas abrumadoras que están ya provocando en los sectores más débiles empobrecimiento severo, exclusión y desamparo social. El lema del Gobierno es rotundo: “Sabemos lo que debemos hacer y lo haremos”. No hay alternativa. No se atenderá ninguna razón que no sea la de cumplir los objetivos económicos que nos dictan desde el Banco Central de Europa, la Comisión Europea o el Fondo Monetario Internacional. Lo decisivo es atender las exigencias del sistema financiero internacional. No se dice que, cada vez que se decreta un recorte, miles de personas caen en el riesgo de exclusión social. Se oculta que se está traspasando a la banca dinero imprescindible para las necesidades más básicas de familias que quedan sin recursos. Todo se hace con la justificación de que no hay más remedio. ¿Es necesario, para salir de la crisis, reducir los fondos destinados a atender a los dependientes hasta dejar prácticamente derogada la Ley de Dependencia? ¿Era necesario condenar a 153.000 inmigrantes en situación irregular a quedar prácticamente privados de asistencia sanitaria? ¿Era necesaria esta “regulación fiscal” que presiona fuertemente a los asalariados, sin tocar las grandes fortunas y ofreciendo una amnistía injusta a los defraudadores? La sociedad ha de conocer en toda su crudeza el sufrimiento que se está generando. Desde la Iglesia hemos de denunciar la falta de compasión en la gestión de la crisis. La jerarquía ha de actuar como centinela, sensible al sufrimiento de los indefensos, para salir instintivamente en su defensa

3. Buscaremos nuestro lugar junto a los últimos 

Sebastián Mora, secretario general de Caritas, al presentar el último informe de situación elaborado por FOESSA hacía este resumen sobrecogedor: “La pobreza en España se ha hecho más extensa, más intensa y más crónica”. Encontrar nuestro lugar junto a las víctimas de la crisis no es sólo dar un donativo de vez en cuando. Significa, además, conocer de cerca a los que van quedando marginados, establecer con ellos lazos de amistad, apoyarlos en la búsqueda de trabajo o de soluciones a su situación, responder con ayuda material (dinero, artículos de primera necesidad…) a sus necesidades. Es el momento de movilizar a nuestras comunidades cristianas y promover el compromiso sociopolítico de los laicos. Por otra parte, no hemos de olvidar que el efecto más grave de la crisis está pasando casi desapercibido: la Ayuda Oficial de España al Desarrollo se ha reducido desde el año 2010 prácticamente a la mitad poniendo en peligro lo conseguido durante décadas de trabajo en los países empobrecidos.

4. Defenderemos el modelo social de atención pública gratuita

La gestión de la crisis nos está llevando a un deterioro sociopolítico que puede poner en peligro la cohesión social. Se están tomando medidas que socavan las bases ideológicas del modelo social de servicios públicos que ofrecían hasta ahora gratuitamente a todas las personas la atención sanitaria, el acceso a la educación, etc. De esta manera, se abre el camino hacia una sociedad dual de ciudadanos de primera que pueden pagar y ciudadanos de segunda que no pueden pagar. Si los logros alcanzados hasta ahora, de atención pública gratuita, se degradan, la precariedad y la desigualdad irán creciendo inevitablemente.

Desde la defensa de los últimos hemos de recuperar la importancia de lo común, la responsabilidad del cuidado de unos a otros, la defensa de la familia como lugar por excelencia de relaciones gratuitas, la comunidad cristiana como espacio de acogida y de mutuo apoyo amistoso y fraterno. Cuando se resquebraja la cohesión y se debilita el soporte social, la familia, la comunidad cristiana y otros espacios de solidaridad responsable son el último refugio para quienes se sienten expulsados de la seguridad social.

Acerca del autor: José Antonio Pagola Elorza es un sacerdote español licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma (1962), licenciado en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma (1965), diplomado en Ciencias Bíblicas por la Escuela Bíblica de Jerusalén (1966). Es conocido, principalmente, por sus numeros libros, colaboraciones en revistas y conferencias especializadas.

Fuente: revista “Crítica” (2013).